En la campaña nacional contra los filibusteros hubo decenas de miles de héroes, la mayoría de ellos anónimos. Sin duda alguna, Juan Santamaría cuya real existencia ha sido causa de algunas controversias académicas entre historiadores, es el símbolo de esa voluntad colectiva de defender la libertad y la independencia de la naciente nación a costa de lo que fuera, incluso de la vida.
Muchas de las fuentes utilizadas por los historiadores confirman la existencia del soldado Juan Santamaría. Fue uno de varios combatientes que el 11 de abril de 1856 intentaron quemar el Mesón de Guerra durante la batalla de Rivas. Allí se había refugiado un grupo de filibusteros que castigó duramente a las tropas costarricenses, ocasionándoles numerosas bajas.
Todos los que intentaron prender fuego a la edificación, táctica que definieron nuestros estrategas militares, cayeron heridos sin lograrlo. Santamaría también cayó mortalmente herido pero antes logró el objetivo buscado.
El mesón ardió, pero no es cierto que a consecuencia de esta acción se derrotara a los filibusteros. De hecho, el enemigo no abandonó el edificio y el combate continuó hasta avanzada la noche, momento en que Walker decide retirarse de la ciudad porque se había quedado prácticamente sin municiones.
Pero todos estaremos de acuerdo en que eso no fue lo importante, sino el hecho de que la bravura y el espíritu de sacrificio de nuestros soldados infrigió una importante derrota al enemigo. Juan Santamaría representa ese espíritu. Es héroe nacional en nombre de todos los demás héroes del pueblo. Que así sea y siga siendo.
Por otra parte, Juan Rafael Mora no sólo fue nuestro Presidente durante aquel trance histórico. Fue el líder indiscutible del país, el inspirador y el estratega. Su voz fue la primera en levantarse para advertir del grave peligro que representaba William Walker en Centroamérica y en particular para la independencia de Costa Rica.
Muchos de los miembros de la clase gobernante de entonces, la docena de familias de las que él mismo formaba parte, no le creyeron inicialmente. Tuvo que emplearse muy a fondo para convencerlos de la vocación esclavista y totalitaria del filibustero y de que era necesario marchar hacia el norte para detenerlo. Y de que eran ellos, los miembros de la naciente oligarquía cafetalera, los obligados a pagar el costo de la guerra.
Juan Rafael Mora tuvo claro que William Walker no era un simple aventurero a título personal, sino que encarnaba la aventura expansionista de un imperio naciente, el de Estados Unidos, por más que la diplomacia en Washington proclamara no tener relación con el proyecto.
Al final, pese a las enemistades políticas y personales que el estilo de Mora produjo en abundancia, el país entero se unió en torno a su liderazgo para combatir al invasor. Desde el campesino más humilde hasta el más encopetado cafetalero se involucraron activamente en la campaña. También lo hizo la iglesia católica, poder tanto o más determinante que el de las armas o el dinero en la Costa Rica del siglo XIX.
Tras la victoriosa conclusión de la guerra, las pasiones políticas locales volvieron al primer plano de la escena nacional. Las luchas por el poder debilitaron a don Juanito, que es derrocado y luego fusilado por sus enemigos.
Entonces, los vencedores trataron de borrar su huella, intentaron minimizar su papel en la gran campaña patriótica, enlodaron su nombre cuanto les fue posible. Con ello justificaban la atrocidad y validaban su poder.
No es sino hasta avanzado el siglo XX, que algunos historiadores empiezan a rescatar la imagen de este hombre visionario y a subrayar el aporte incalculable que hizo, dirigiendo nuestro país en su verdadera guerra de Independencia.
No obstante, aún subsisten algunas mentes mezquinas y serviles que tratan de invisibilizar a Juan Rafael Mora, el héroe de nuestra Independencia nacional, porque quizá les espanta que su patriotismo y anti-imperialismo pueda contagiar a los costarricenses contemporáneos.
Quizá por eso (vaya uno a saber con certeza), el 150 aniversario de la gesta (2006) pasó sin pena ni gloria, en medio de los esfuerzos del gobierno y ciertos grupos económicos por aprobar el tratado de libre comercio con Estados Unidos.
Resulta que el patriotismo y el anti-imperialismo no son sentimientos funcionales para algunas líneas de negocios.