Huelga decir que fracasaron. Nos dejaron sin embargo pintorescos legados: a ellos les debemos la construcción de catedrales, la jornada de ocho horas, el aeroplano, la música barroca, el voto de las damas, la igualdad ante la ley, el astrolabio.
Algo cercano a un idealista podría ser hoy alguien que no quiere que muera cierto tipo de pez, alguien que intuye que el universo, sin él, nunca será lo mismo, aunque esto parezca un despropósito a la gente sensata.
La gente sensata, que aún y por el momento no se ha extinguido, no puede comprender, por ejemplo, que un pez insignificante pueda obstruir un negocio de ganancias irrefutablemente pingües.
Un pez o algo tan absurdo y prescindible como un banco de coral que, a fin de cuentas, a menos que uno sea buzo, ni se ve. Los idealistas aman el pez y los sensatos el oro y nunca se han puesto de acuerdo.
Los idealistas, antaño, fundaban grupos de idealistas y se reunían y elucubraban largamente sobre cómo convertir un pequeño trozo de tierra flanqueado por dos mares en un lugar decente, y abolían sin mayor aspaviento, por ejemplo, el ejército.
Trataban de abolir también la enfermedad, la pobreza, la ignorancia. Incluso el mal gusto, pero no seamos fantasiosos: hay ideales francamente inalcanzables.
Hoy día, en que padecemos de severos déficit de idealismo por kilómetro cuadrado, los sensatos se agrupan en grupos de sensatos que solo aspiran a obtener puestos, arcas, feudos, y el flaco resultado de tanta sensatez es que no tenemos líder en qué persignarnos, cada quien vela por su pellejo, asaltan en la calle y nadie mueve una falange, “los pobres del mundo” es un idiotismo de lenguaje y una declaración de amor provoca quemaduras de tercer grado en la lengua.
El Che fue un looser , Gandhi un inadaptado y la Madre Teresa una señora cursi.
Qué quieren que les diga. Tengo nostalgia.