Por una parte el FMI se olvidó de él al no advertir a la comunidad financiera internacional sobre el libertinaje de los gobiernos de los Estados Unidos y Gran Bretaña en sus mercados hipotecarios, como lo hizo con solícita ejecutividad cuando se trató de países en vías de desarrollo, y por otra, los principales indicadores utilizados por el Banco Mundial para diseñar sus condiciones de ayuda, están siendo seriamente cuestionados por estudios cuidadosos que se plantean la actividad económica desde una perspectiva social.
El concepto de “equilibrio macroeconómico” fue uno de los instrumentos utilizados por el pensamiento neoliberal para articular una serie de medidas de política económica y monetaria tendentes a reducir, cuando no directamente a eliminar las regulaciones socioeconómicas del modelo de acumulación de capital que campeó por el mundo desde la segunda guerra mundial, hasta principios de la década de los años 80 del siglo XX.
La escuela francesa de la regulación, una corriente crítica de teoría económica surgida hacia mediados de los años 70 del siglo pasado –que aquí apenas comenzamos a conocer–, descubre la existencia de estructuras correspondientes y coherentes de organización empresarial, de organización de la circulación del capital y de regulación (de las relaciones de explotación), que constituyen el fundamento del largo período de estabilidad económica y social que caracterizan a los casi cincuenta años que abarca ese período de la última post-guerra.
Así, la necesidad natural del capital de generar crecientes ganancias engendró la exigencia de romper ese modelo particular de acumulación de capital. Ya desde finales de los años 70 de ese siglo, aparecen nuevos modelos de organización empresarial denominados con nombres simpáticos como el “toyotiano” el “saturniano”, el “californiano”, y en América Latina el “maquilero” entre otros, que sirven de “estudios de casos” para los Masters in Bussines Adminstration. Por otra parte comienzan a diseñarse nuevos modelos de circulación del capital, entre el territorialmente integrado como el italiano, y el de circulación territorialmente desintegrada como el norteamericano, o los tercermundistas volcados a la exportación y a la atracción de capitales foráneos, etc., que se contraponen a la estructura anterior de circulación nacional del capital. Y finalmente, aparecen “consensos internacionales” sobre la necesidad de reducir, cuando no de eliminar completamente, la estructura de regulación social que constituía una de las piedras angulares del modelo de acumulación anterior.
Con el objeto de facilitar la constitución de un nuevo paradigma de acumulación de capital con tasas crecientes y globalmente integrado, las cúpulas financieras, comerciales e industriales, proponen a los países una serie de metas macroeconómicas “sanas” cuyo logro busca la eliminación de las estructuras empresariales, de circulación del capital y de regulación de la distribución del ingreso nacional anteriores. E impulsan nuevas estructuras compatibles con las crecientes necesidades de rendimiento del capital.
Pero no contaban con los hechos tozudos…, con el quehacer económico real, concreto, material. Los nuevos esquemas de crecimiento tropiezan con límites que están allende las ecuaciones del equilibrio general dinámico. Y los mecanismo automáticos del mercado, no lograron regular –como era de esperar desde la perspectiva que hemos venido levantando– con la debida eficacia y neutralidad, el proceso de acumulación de capital.
El tapabocas al nuevo modelo desregulado, según cálculos preliminares del FMI, es de casi un billón (un millón de millones) de dólares, solo en los Estados Unidos, sin contar las consecuencias que puede traer para el resto de la economía norteamericana y la global. (Informe sobre la estabilidad financiera mundial, Resumen General, FMI, abril 2008, p.iii).
La economía es un hecho social: económico y político. Y el capitalismo de libre mercado es una Quimera que los hechos, a cada momento, se encargan de decapitar. Con la profundización de las relaciones capitalistas en el mundo, la regulación política, democrática y popularmente fundada, es una necesidad civilizadora.