Es cierto que las opiniones, unánimes respecto a lo indeseable de las bases militares norteamericanas se matizaron en cuanto a condenar a Colombia y repudiar a Estados Unidos. El radicalismo de Evo Morales, lo vertical de la posición de Chávez y el esclarecido discurso de Correa fueron equilibrados por la diplomacia de Lula, la batea compuesta de Alan García y los matices incorporados por los otros presidentes. Sin desdorar su condición de anfitriona KK mantuvo un equilibrio próximo a la izquierda.
Matices aparte, lo más importante se logró: las bases fueron repudiadas y UNASUR pasó la prueba de supervivencia. A la oligarquía latinoamericana y a los ripios del buchismo atrincherados en el Pentágono y el Departamento de Estado, les habría encantado una división y que la organización hubiera estallado.
Las percepciones más realistas toman en cuenta que, en la política internacional no existe un tema más complejo que las alianzas militares, compromisos de naturaleza geopolítica, asociados a doctrinas hegemónicas y de seguridad nacional que involucran a los estados y a las potencias. Adicionalmente, en América Latina es de interés para las oligarquías y las instituciones castrenses que en nuestros ámbitos actúan como partidos políticos.
Por otra parte es conocida la opinión que otras veces he expresado que, en Sudamérica, particularmente respecto a Venezuela y Ecuador, poco puede hacerse mientras no se cuente con la disposición de las FARC que aunque por la naturaleza estatal del encuentro, de ninguna manera pudieran estar de cuerpo presente, son un factor decisivo.
Si bien, tal como quedó dicho y acordado, en ese complejo ajedrez, es difícil avanzar sin entrar en contacto con Barack Obama, que debe ser confrontado con su filosofía aparentemente pacifista y con el compromiso adquirido en la Cumbre de las Américas de auspiciar un nuevo comienzo en América Latina, alguien debería hablar con el alto mando de las FARC que forman parte del núcleo del entuerto.
Salvando distancias y contextos, lo que ocurre hoy en Sudamérica recuerda los escenarios geopolíticos y militares de Europa y Asia en los cuales, Estados Unidos, Rusia y China maniobran, unos para asegurar e incrementar su presencia militar y otros para tratar de reducirla o, en el peor de los casos estar en condiciones de neutralizarlas.
Antes en la Guerra Fría esa puja llevó a situaciones de seguridad que condujeron a cuatro estados nucleares: Israel, India, Pakistán y Sudáfrica, así como a los desmesurados potenciales de Egipto, Siria, Irán, Irak y otros países. Nadie debe olvidar que en aquellos contextos, Brasil y Argentina coquetearon con opciones nucleares. La tolerancia ante el debut atómico de Corea puede no ser ajeno a manipulaciones de esa índole.
No por haberse disuelto la Unión Soviética y haber quebrado el Pacto de Varsovia, la OTAN perdió vigencia ni Europa Occidental renunció a su alianza con Estados Unidos, cerró bases militares ni redujo su potencial nuclear, sino todo lo contrario. Cercar a Rusia con enclaves militares y sumar a la OTAN a países que antes formaron parte de la Unión Soviética puede carecer de interés operativo, aunque ocupar esos espacios y colocarlos bajo el paraguas de su doctrina de seguridad nacional, es vital para la construcción de la hegemonía norteamericana.
El problema de UNASUR, correctamente planteado en la recién finalizada cumbre de Bariloche no estriba solamente en prescindir de toda presencia militar extranjera, sino en convertir la región en una zona de paz, para lo cual el obstáculo es Colombia, no sólo por la posición de Uribe, sino por las circunstancias objetivas creadas por el conflicto armado en ese país. En Sudamérica la guerra no es una posibilidad sino una realidad.
Resulta obvio que ningún gobierno de izquierda cargará con la responsabilidad histórica de pedirle a las FARC que depongan las armas y tampoco es sensato demandar la rendición del gobierno y nadie debe esperar cambios en la doctrina norteamericana en la lucha contra el terrorismo que incluye el desmantelamiento de este tipo de situaciones con saldo a favor de sus políticas.
UNASUR es el mejor y más eficaz instrumento de la izquierda latinoamericana para trabajar por la paz y la seguridad en la región; un empeño que avanzará más consistentemente en la media en que sea más integral. El éxito de la Cumbre de Bariloche radica en haber mostrado esas potencialidades.
Cuentan que durante la Crisis de los Misiles en 1962, en una gestión que podía ser la última, JFK encargó a su hermano Robert, hablar con el embajador soviético Anatoli Dobrinin y que, al oído le recomendó: “Presiona todo lo que puedas a Kruzchov, acorrálalo pero no lo lleves un centímetro más atrás de donde debe estar: puede ser impredecible”. Apreciada en conjunto, UNASUR ejerció sobre Uribe y Estados Unidos una presión calibrada que favorece próximos pasos.
* Especial para ARGENPRESS.info