¿Para qué sirven los ejércitos?

En la América Latina, para dar golpes de Estado a todos aquellos que se aparten de la ortodoxia dictada por las oligarquías. Después de las gloriosas guerras de la Independencia, quedaron obsoletos y se convirtieron en cargas onerosas para las endebles economías; pero como los españoles nos dejaron las incipientes Argollas, de inmediato encontraron un nuevo patrono y se convirtieron en mercenarios al servicio del capital, ya fuera nativo o foráneo.

Se dice que un presidente gringo afirmó: “Estados Unidos no tiene amigos en América Latina, solo INTERESES”. Y para cuidar esos capitales, ¿qué mejor que los militares criollos? Solo era cuestión de pactar con las Oligarquías nativas para que esos sujetos se convirtieran en custodios de los intereses gringos y los de sus lacayos nacionales. A partir de ese pacto, los simios tuvieron dos o tres mecates amarrados al bozal: el del imperio, el de las oligarquías nacionales y el de la Iglesia, fiel aliada de todas las más bárbaras dictaduras.

Mediante el cuento del anticomunismo, se les dio patente de corso a estos salvajes para que, con las regulaciones de sus amos, hicieran lo que les diera la gana con vidas y haciendas de las grandes masas de población. En la famosa “Escuela de las Américas” se entrenaron legiones de asesinos dispuestos a masacrar a sus propios compatriotas. Allí y en otras, aprendieron todas las formas de tortura imaginables para maltratar a su propia gente.

Ningún ejército latino ha luchado NUNCA en contra de otro. A lo más que se ha llegado es a escaramuzas fronterizas en algunas regiones selváticas y carentes de importancia. Y apenas las inician y se enseñan los colmillos interviene la O.E.A., la ONU, la UE, el Vaticano, los “pacificadores gringos”, Greenpeace, la Cruz Roja y todo el mundo, de manera que no hay forma de darles el uso primigenio para el cual fueron creados: defender a sus patrias de ataques foráneos.

Al principio de la historia ese era su propósito, pero una vez que las naciones se han organizado civilizadamente, estas bestias peludas carecen de utilidad, a menos que los países que los posean tengan otra intención distinta a la defensa. Las milicias solo se “justifican” en países agresores con intenciones hegemónicas.

Pero en el tercer mundo no hay forma de que dos países pequeños hagan sus guerritas con entera libertad. Al principio los dejan que lleguen hasta cierto punto mientras les venden infinidad de armas para el “equilibrio”; pero cuando empieza a llegar la sangre al río vienen los intermediarios, que son los mismos que les vendieron las armas, y los pacifican. ¿Entonces?

Eso significa que solo los países guerreristas como los Estados Unidos, tienen “razón” para poseer descomunales armadas. O los que se sienten amenazados por ellos. Pero, con pocas excepciones, ese no es el caso en la América Latina; aquí las tropas nativas están al servicio de los intereses yanquis y de las oligarquías criollas. Solo sirven para asegurar el establishment favorable a las clases poderosas nacionales, invariablemente ligadas a los capitales norteamericanos.

La doctrina del “garrote” y la necesidad de los ejércitos parte de la simple premisa que sostiene el absurdo de que estos pueden ser “pacificadores”. Que sostiene la antinomia de que un regimiento poderoso y bien armado es el disuasivo ante la amenaza de guerra y que es sinónimo de paz.

El ejército es un instrumento agresivo y nunca puede ser generador de paz. Y como entre nosotros no es posible darles la función de defensores de la patria, solo les queda el “trabajo” de maltratar a sus connacionales, dar golpes de estado, hacer declaraciones estúpidas y convertirse en cómplices de las oligarquías y de la Iglesia. ¿Existe la posibilidad de deshacernos de los militares? Parece que no.

¿Tenemos que mantener una institución tan costosa como esa en un mundo de guerritas imposibles? ¿Por qué subsisten estas nocivas bandas de parásitos? Por razones políticas y económicas. Las fuerzas armadas latinas tradicionales son las formas de dominación brutal de las clases poderosas y la Iglesia. Y como esta compartía con aquella “el miedo al comunismo”, nació la simbiosis enfermiza que dura hasta hoy.

La voz oficial de la Iglesia siempre ha estado con la casta militar porque esta le ha garantizado sus intereses. Lo acabamos de comprobar en Honduras. Antes en Nicaragua, Argentina, Brasil, Chile, México y un interminable etcétera.

Hasta ahora estaban acuartelados y en segundo plano; pero con lo sucedido en Honduras, han vuelto a salir a la luz pública y a realizar la barbarie para la cual fueron entrenados. A partir de estos días, se aprestan a volver a las andadas. Como en los bellos tiempos de Carías, Somoza, Castillo Armas, Pinochet, Trujillo; papa y baby Doc, Matricaria (Díaz Ordaz) y todos los tiranos solapados de México. Ya corrió la sangre de hondureños regada por sus “hermanos” de uniforme. Pero eso no tiene importancia para la oligarquía latina; es una lección que tiene que recibir el insolente pueblo hondureño que ha osado rebelarse contra la “democracia formal” y el sacrosanto (cuando les conviene) orden constitucional favorable solo a las clases pudientes.

Eliminar a esa casta es la tarea que tienen pendiente todas las democracias legítimas de la América Latina, pues tal institución no se justifica en nuestro medio. A menos que sea para defendernos de la agresión militar externa, cosa muy improbable por ineficaz en estos tiempos del FMI y el BID. Si no es posible someterlos en forma absoluta a las autoridades civiles, deben eliminarse. Suiza no tiene ejército ni lo necesita. Sus cuarteles son los bancos, y ahí reside su “seguridad” y capacidad de defensa y disuasión. Pero, ¿están las oligarquías dispuestas a correr ese riesgo? La respuesta es un NO definitivo. Por eso es que TODOS los países latinos tienen ejércitos (algunos mimetizados) para garantizar los intereses del Poder; siempre como perros zalameros con sus amos, y feroces mastines en contra de los pueblos. Y cada vez que se dé una situación como la de Honduras, los veremos entrar en acción de la manera tradicional y típica del siglo XX.

Con los mismos pretextos estúpidos de siempre, con los mismos clichés que les enseñaron en la “Escuela de la Américas”: defender y hacer respetar la constitución. La misma que pisotean brutalmente cuando conviene a los intereses de sus amos.

Militarescamente

Ricardo Izaguirre S.
E-mail: rhizaguirre@yahoo.es

PUBLICIDAD: Les recomiendo la lectura de mi libro “EL ANÁLISIS”, de venta en la Universal, Universitaria y casi todas las buenas librerías del país.

Dejar una respuesta