Las consecuencias de la Primera y Segunda Guerra Mundial, y las pruebas de armas nucleares como las de Hiroshima y Nagasaki en 1945, hicieron reflexionar a los estados del mundo sobre el peligro inminente del exterminio del ser humano por el ser humano.
Las alarmas se encendieron en todos los estratos de las sociedades y finalmente, ante el reclamo de las inmensas mayorías prevaleció la sensatez. El nacionalismo; las diferencias ideológicas y políticas, y; las distintas filosofías y credos, cedieron ante la necesidad de tomar medidas consensuadas. Se optó por dialogar y buscar una alternativa común que garantizara la vida, la paz y la libertad de todas las personas, es así, como en 1948 surge la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La muerte de seis millones de personas en lo que conocemos como el Holocausto Judío; las terribles consecuencias del Genocidio Armenio; las hambrunas letales en Ucrania; los Vuelos de la Muerte que emplearon las dictaduras en Argentina y Uruguay entre los años setentas y ochentas, y; los crímenes que se llevaron a cabo durante la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile, constituyen una alusión histórica que ejemplifica lo que es capaz de hacer una persona o una sociedad cuando es inducida por el odio y por el irrespeto a la dignidad humana. Así como la importancia de contar con un instrumento internacional que regule y sancione esas prácticas.
Pero, sobre todo, nos dicen que aún con la Declaración Universal de los Derechos Humanos seguimos siendo frágiles. De ahí que, una reflexión serena exhortaría a todas las personas, incluyendo a las juventudes, a tomar un papel protagónico en la educación para la paz y, en la defensa y promoción de los derechos humanos.
Las personas jóvenes debemos estar plenamente convencidas que los únicos caminos son la paz, la libertad, y el innegociable respeto a los derechos humanos; debemos, además, ser conscientes que el odio y la violencia no son características exclusivas de los pueblos pobres o con menor educación. Esto se debe, principalmente, a que ninguna sociedad del mundo por más civilizada que se considere, está exenta de propiciar graves violaciones de derechos humanos, datos que la historia misma confirma.
En el marco de los setenta aniversarios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y sin pretender hacer mención de pasados y terribles acontecimientos para posicionar una interpretación antojadiza de esos hechos, se busca reflexionar con absoluta libertad las causas que llevan a una persona o grupo de ellas a cometer atrocidades en contra de sus semejantes.
Sólo para mencionar un ejemplo, el clásico y quizá el más estudiado: el genocidio judío. Jacobo Schifter Sikora menciona que, hay quienes culpan de ello al antisemitismo cristiano y moderno; otros miran al sistema capitalista y sus crisis; un grupo estudia la modernidad, el nacionalismo y el racismo biológico; otros hacen hincapié en la personalidad autoritaria y el fascismo; hay quienes opinan que es el imperialismo, el colonialismo y la guerra; unos que es el resultado de la construcción de una masculinidad agresiva y la situación de violencia a que lleva; y, otros ven las causas en la mente criminal.
Cualquiera que sean los motivos, lo que más se lamenta es la pérdida de vidas humanas y el daño que se ocasiona a la dignidad de una persona o grupo de ellas cuando la sociedad o el Estado deciden guardar silencio o simplemente, dejar pasar. Pero también, uno de los peores errores es creer que la reproducción de algunos patrones de conducta o la indiferencia frente a ciertos comportamientos no nos hará daño, nada más alejado de la realidad. Pequeños conflictos han escalado hasta llegar a magnitudes gigantescas, dando como resultado actos de barbarie y las atrocidades más oscuras que la mente humana pueda concebir.
En escenarios como el actual, a casi 70 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos el mundo clama por la fuerza, el carácter y la creatividad de las personas jóvenes. Por un equipo de mujeres y de hombres progresistas dispuestos a trabajar por erradicar la violencia, las desigualdades y la discriminación.
Sin embargo, es importante partir del reconocimiento y defensa de “todos los derechos humanos para todas las personas” tanto en el discurso como en la práctica. Esta idea les podría ser de utilidad a quienes se apartan de los principios del progresismo y adoptan un “progresismo populista” y demagógico. A personas que se atrincheran en una posición, que se autodenominan defensoras de los derechos humanos, pero que con cierto grado de ignorancia acuden a una categorización jerarquizada, reconociendo como derechos humanos sólo los de un grupo determinado y pasándole por encima a los derechos humanos de otros grupos. Esto nunca fue el espíritu de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Es importante que las juventudes comprendamos que el desarrollo de una sociedad tiene que ver con la coexistencia armoniosa de una disparidad de criterios y posiciones. Así, por ejemplo, la defensa de los derechos de las personas sexualmente diversas sigue siendo una prioridad, se debe pensar entonces en una defensa que trascienda las insignias y manifestaciones, que dé lugar al trato respetuosos y considerado. Es decir, en la lógica de no discriminación una persona jamás debe experimentar una reducción en el acceso de oportunidades, o un trato denigrante en virtud de su orientación sexual.
Por otra parte, y no menos importante, una persona religiosa debe tener la libertad plena de estar de acuerdo o de estar en desacuerdo con alguna posición y ser respetada por ello, de creer diferente, de manifestar libremente su pensamiento, de expresar los motivos de su coincidencia o las razones de su discrepancia, sin que esto le reste mérito o sirva de base para adjudicarle calificativos de carácter ofensivo.
Tome nota que la Declaración Universal de los Derechos Humanos se opone a todos los tipos de discriminación por las razones que sean, tanto por su orientación sexual y de género como, por su libertad ideológica o de religión. Asuntos estos, que no deben generar incertidumbres ni polarizar a una sociedad.
En todos estos esfuerzos, las juventudes debemos replantearnos las alternativas que tenemos a disposición para la construcción de sociedades pacíficas, en las que se respeten y se defiendan los derechos de las minorías sin cercenar los derechos de otros grupos o personas. En esta lógica, el uso responsable de las tecnologías de la información y de la comunicación tiene una particular importancia, sobre todo en la defensa de la dignidad humana. Las distintas redes sociales no deben ser utilizadas para pregonar odio, ni para atentar contra el honor de las personas, por más común que esa práctica sea.
Por otra parte, el respeto a la libertad de opinión y al pluralismo constituyen valores fundamentales que no pueden entrar en desuso. La libertad de expresión y de prensa son baluartes que han contribuido al fortalecimiento de nuestros estados democráticos. Sin embargo, como personas jóvenes no podemos mostrarnos indiferentes ante el debilitamiento y el agresivo ataque que vienen sufriendo periodistas y algunos medios de comunicación en distintas partes del mundo. Defender estas libertades es atender nuestro derecho a estar informados, pero defender a las personas que están en el ejercicio del periodismo es acto de justicia y de valor que solo puede concebir una mente sublime.
En 1949 con la caída del Muro de Berlín los alemanes mandan un mensaje al mundo, “no queremos muros que nos dividan, sino puentes que nos unifiquen”, todos aplaudimos la destrucción de aquél obstáculo que en un tono estigmatizante dividía a los buenos de los malos, a los pobres de los ricos y a los dueños de la verdad de quienes estaban equivocados. En una visión inclusiva y de desarrollo, se pensó en una política de unidad y de construcción conjunta. Hoy, muchos años después, el país donde se encuentra la sede principal de las Naciones Unidas, promueve la construcción de un enorme muro que vuelve a separar a seres humanos. Estas acciones, que son claros mensajes de retroceso, constituyen una invitación solemne para que las personas jóvenes que nos consideramos ciudadanos del mundo volvamos a levantar la voz.
¿Cómo permanecer en absoluto silencio cuando en nuestra América Latina seguimos observando resabios de violencia, de femicidios y de irrespeto a la libre elección de las personas? ¿Cómo esperar que las juventudes estemos quietas ante las marcadas y crecientes brechas de desigualdad? ¿Cómo ignorar que en nuestros pueblos se sigue reprimiendo las manifestaciones, se golpea a estudiantes, se excluye a las personas por pensar distinto, por su orientación sexual, por su credo, por su participación política, por ser mujer, por ser joven, entre otros…?
En medio de todos estos temas, hay uno que particularmente genera incertidumbre, nos referimos a la evidente y sistemática violación de los derechos humanos de las personas trabajadoras. Gobiernos y empresarios en algunos casos, pactan acuerdos en los que el trabajador o la trabajadora sin jerarquía, se convierte en simple objeto de utilidad para el mercado y no en sujeto de derecho.
En el caso de las personas jóvenes, pareciera que no existe preocupación suficiente, ni políticas efectivas para combatir el desempleo, la precarización y la flexibilización laboral. No se evidencian mecanismos idóneos para garantizar el derecho de libre sindicación en respeto y fiel apego al punto 4 del artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, textualmente dice: Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.
No se logra observar políticas innovadoras que busquen garantizar condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo, que protejan a las personas contra el desempleo, o que protejan contra los actos discriminatorios. Se ignora el mandato de igual trabajo, igual salario, asunto que se corrobora comparando el salario de las mujeres respecto de un mismo trabajo en relación con el salario de los hombres.
Finalmente, vale la pena reflexionar el rol que juega la Declaración Universal de los Derechos Humanos en tiempos de crisis. Que las juventudes podamos comprender que Constituye una herencia de vida, libertad y paz que no debemos descuidar y; que, mientras exista violación de los derechos humanos bajo nuestros cielos no podemos permanecer indiferentes.