Tan solo es necesario abrir los diarios o sintonizar los noticieros por televisión, para caer en cuenta del caótico estado en que se halla mi Patria, esa que decía nuestro poeta nacional Jorge Debravo se le llevaba “…siempre en la mano…”.
La Costa Rica que se mira hoy está falta de solidaridad, donde cada cual ni siquiera tiene tiempo para saludar a quien se topa en el camino. Parece que nos estamos volviendo insensibles, como si esa capacidad de asombro ante los pequeños grandes misterios de la vida ya no calaran en nosotros.
Parecer que ha llegado el momento de detener nuestra marcha, pues nos hemos desviado del camino. No me refiero con esto a que entremos en un estado de reposo o confort, pues la verdad ya estamos así. Lo que se trata es de abrir los ojos y el corazón, para mirar alrededor, mirar al pasado, dado que sin ello no tendremos las herramientas necesarias para continuar caminando hacia un oriente que nos de lo que requerimos.
Hace algunos días se “celebró” el día de las culturas (no entiendo qué había que celebrar); en mis tiempos de primaria se le llamaba a esta misma fecha “del descubrimiento de América” (que manía la de los humanos de guardar la suciedad debajo de un tapete o maquillar lo que está mal).
He referido mirar al pasado no con una estéril añoranza de tiempos vividos, sino para replantear lo que somos, pues hoy más que nunca nuestra Madre Patria, esa que nos acarició las plantas de los pies de “carajillos” al correr descalzos, nos reclama un papel activo, protagónico, en la construcción de la Nación y el bienestar de nuestros hermanos.
Pero, ¿cómo iniciar? ¿Dónde encontrar un punto de partida? ¿Sobre qué reflexionar en específico?
La respuesta podría encontrarse sobre el ser de los habitantes de Costa Rica, nuestra cosmovisión y el trazo que le hemos dado a nuestra vida desde siempre.
Digo desde siempre porque hoy, gracias a esa maravillosa capacidad de asombro de nuestro escultor nacional Jorge Jiménez Deheredia, hemos logrado comprender la riqueza de unas “bolas” de piedra que entre bananales se hallaban durmiendo al sur de este país.
Siempre se nos dijo que esta tierra fue zona de paso entre las Américas del Norte y del Sur; se nos dijo que nunca hubo una sociedad plena establecida aquí y que por ende nunca hubo pueblo, a como tampoco hubo identidad.
Lo cierto fue que este argumento de carencia en esta tierra bendita fue tan solo una mentira burda de quien nos quiso esclavizar con trabajos denigrantes y costumbres impropias. Si, fue la estrategia de aquel que vino aquí, sin tener albergado en su corazón el vernos como iguales.
Por dicha nuestros antepasados miraron a través de los siglos y en un símbolo nos dejaron el mayor legado que se podía: nos mostraron nuestra razón de ser, la esencia de pueblo y con ello el camino que en cualquier edad de la vida, ante un desvío, podíamos retomar. Eso se está leyendo hoy.
Mientras que en algunas sociedades originarias miraban la vida, el mundo y el universo desde la perspectiva piramidal, mostrando una estructura vertical, nuestros hombres y nuestras mujeres buenas, que estaban asentadas en lo que hoy llamamos nuestra amada Costa Rica, pensaban el mundo desde la realidad concreta de una esfera de piedra: horizontalidad, sociedad donde todos y todas eran iguales.
En una propuesta de comunidad así no hizo falta las armas, el arraigo egoísta a la tierra, sino que por el contrario se vivió la solidaridad, el cuidado del terruño y por ende del medio ambiente.
Y así pasamos los años de los años, en un silencio histórico, siempre mirando con bondad las cosas.
Luego llegó el conquistador con sus cosas y mientras le resultó fácil ocupar el lugar primero en las estructuras al “descabezar” de la estructura piramidal su punta, dejando a un invasor a cargo, en nuestro caso no les quedó más que allegarse a nosotros y nosotras, mezclándose biológicamente, para conquistarnos.
Esa ha sido pues nuestra identidad: una sociedad horizontal, donde se desarrolla en paz y armonía con la naturaleza su gente, sin proyección bélica y con la capacidad de compartir con otras culturas, sin pensar en invasiones.
Es pues este momento de caos, momento de tomar compromiso, de rescatar lo mejor de nosotras y nosotros; es hora de reconstruir nuestros linderos, nuestras instituciones y convertirnos en lo que estamos llamados y llamadas: a ser ejemplo y colaboración de las naciones.
La “puritica” verdad yo quiero esto. ¿Y usted? ¿Cuándo empezamos?