A pocas horas de la conmemoración histórica y mundial del PRIMERO DE MAYO, el Día Internacional de la Clase Trabajadora, como militantes sindicales honraremos las figuras gigantes que protagonizaron la gesta de la lucha obrera más relevante jamás dada: la Jornada de las Ocho Horas. Hablamos de Los Mártires de Chicago cuyos nombres siempre debemos recordar George Engel, Michael Schwab, Luis Lingg, Adolh Fischer, Samuel Fielden, Albert Parsons, Aguste Spies y Oscar Neebe.
Su sacrificio, su legado y su ejemplo mártir animan la práctica cotidiana de ese tipo de sindicalismo que procura ser consecuente, en todo momento, con la filosofía integral de la reivindicación obrera plena según los principios que la sustentan.
Estamos catalogando la conmemoración histórica del Primero de Mayo en lo que respecta al pueblo trabajador costarricense como de muy especial, considerando el entorno económico, político y hasta histórico de nuestro desarrollo como sociedad costarricense en estos momentos.
Consideremos que el concepto de clase trabajadora es hoy día mucho más amplio que el clásico-tradicional: la persona asalariada con empleo formal y salario fijo, tanto en el sector público como el privado. Está la persona trabajadora independiente, la que está sin empleo, la que está en el subempleo, también son clase trabajadora. Sin duda, también, las personas trabajadoras ya jubiladas-pensionadas que, en su abrumadora mayoría, dependen de la Seguridad Social para su propia salud. Igualmente, podemos considerar clase trabajadora a quienes realizan actividad micro-pequeña y mediana empresarial que destinan su producción para el mercado interno y hasta para exportación.
Todos estos segmentos de clase trabajadora, de una mera u otra, están bajo grandes amenazas contra su propio bienestar y el de sus respectivas familias. La flexibilidad laboral, la precariedad y el congelamiento salarial con su inherente deterioro del poder de compra del salario, el ataque del capital a la jornada histórica de las 8 horas, el teletrabajo sobreexplotador, la inteligencia artificial, los cambios demográficos y climáticos, la crisis fiscal y de los sistemas de salud y de seguridad social, así como jubilatorios; constituyen amenazas sumamente potentes que conspiran todos los días contra el bienestar obrero.
Todas estas manifestaciones adversas las sufren las personas trabajadoras costarricenses y migrantes en la Costa Rica del 2025.
Como si todo ello no bastase, la clase gobernante, la que ejerce la operatividad política cotidiana en la institucionalidad vigente, vive un conflicto de poder entre sus actores viejos y nuevos. Sin embargo, el mismo no pone en riesgo el modelo económico dominante basado en el ya desacredito dogma neoliberal, por una parte; y por la otra, la élite plutocrática del real poder en la sociedad no está sufriendo riesgo alguno por culpa del indicado conflicto de poder.
Lo que sí está sumamente claro es que tal conflicto de poder por el ejercicio cotidiano de la operatividad ejecutiva de la cosa pública presenta dos altísimos riesgos, que harán más difícil el diario vivir de todos los segmentos componentes de la clase trabajadora.
El riesgo que representa un ataque artero y estructural contra la serie de valores y de principios consagrados en lo que en Costa Rica conocemos como las Garantías Sociales y los que integran el todo único de la Constitución Política del 7 de noviembre de 1949; y el riesgo de que el autoritarismo de corte fascista que se está manifestando en estos momentos se termine imponiendo, totalmente, en nuestra sociedad con la tesis político-ideológica de las 40 diputaciones.
La clase política vieja luce gastada, por decir lo menos, para enfrentar el desafío fascistoide en desarrollo. Haber abandonado postulados de integración social como los de corte socialdemócrata y los de carácter socialcristiano que impregnan la Carta Magna de 1949, lo está pagando muy caro.
Los sectores sindicales, sociales y populares también estamos pagando un precio muy alto: no haber comprendido, en su real dimensión, qué se estaba jugando con la traición del gobierno de Carlos Alvarado Quesada y su paquetazo fiscal del 2018, contando él para ello con los partidos arquitectos del orden social derivado de la Constitución Política de 1949, particularmente Liberación Nacional. La hegemonía plutocrática del real poder se impuso en esa ocasión y casi nos da una derrota estratégica al ciento por ciento.
Sin entrar a hablar del horizonte electoral de cercanía, a fin no de echarle más sal a la herida, es dable soñar que podemos reconstruirnos como sectores populares destinados a ser sujetos históricos; especialmente, si podemos considerar que la principalísima tarea histórica del momento es derrotar la tesis facistoide de las 40 diputaciones, teniendo presente, eso sí, que la institucionalidad de la Carta Magna del 49 que fue pervertida porque la corrompieron, debe ser saneada.
Finalmente, como lo apuntó la jerarquía eclesiástica católica de nuestro país acerca de que el actual modelo de organización económica está, prácticamente fracasado, este Primero de Mayo de 2025 dejemos constando, contundentemente, que el sindicalismo sí tiene propuesta para que tengamos otro modelo de organización económica centrado en el bien común, en la inclusión social y económica, en contra de la corrupta y abusiva concentración de la riqueza; y con la inspiración que nos da ese gigante de la Humanidad: el papa Francisco.