“Debe desterrarse todo amago o inclinación a la violencia, como instrumento de solución del conflicto. De la violencia no saldrá una respuesta adecuada a un conflicto. La violencia como medio de solución eterniza a la violencia como medio de convivencia”.
Así lo indica el primer numeral de la carta que los motociclistas entregaron el pasado martes 27 de noviembre, en la Casa Presidencial, durante su manifestación de la fecha, en contra del incremento abusivo del cobro del marchamo para este tipo de vehículos automotores.
Como bien se sabe, en la Casa Presidencial se negaron a recibir a la delegación portadora de dicha misiva, debiendo ésta dejarse, en la acera y a través de la malla, en manos del mensajero que salió a recibirla.
Como puede apreciarse, nunca, en lo más mínimo, el Movimiento de Motociclistas ha apelado a la violencia. Ni lo hará. Tampoco se alentó para la realización de bloqueos. Ni lo hará. La prepotencia presidencial y la arrogancia gubernamental en ese día 27 de noviembre, indignó profundamente a los manifestantes, ante el menosprecio con que fue “atendida” su justa demanda. Los episodios de violencia de ese día fueron circunstancias aisladas, decisiones individuales que no respondían a las orientaciones generales del movimiento y, por tanto, quienes las protagonizaron deberán asumir sus responsabilidades.
Esto da pie para rechazar, tajantemente, el calificativo de “vándalos” que la Presidenta Chinchilla le atribuyó a todos los manifestantes de ese día. Es como si se hiciese una generalización de que todo el Gobierno de ella es corrupto, a raíz de varios episodios que en su administración se han dado con actos de corrupción.
Porque si de vándalos se trata, la señora presidenta ha tenido los suyos: el caso más emblemático es de la trocha norte, donde los vándalos de cuello blanco, saco y corbata siguen impunes.
La abrumadora mayoría, la aplastante mayoría de los motociclistas es gente de bien, es gente de la clase trabajadora, es gente de vocación pacifista. Los “vándalos”, según el criterio presidencial, son ínfima minoría. Igualmente, la abrumadora mayoría, la aplastante mayoría de las jerarquías políticas que la señora Presidenta ha nombrado en los diferentes puestos de su gobierno, es gente honesta.
Ahora que si de comparaciones se trata, vaya a usted a saber cuál acto es más “vandálico”: ¿el del motociclista exacerbado, iracundo, por el desaire presidencial de ese día 27; ó, el de los altos jerarcas políticos que doña Laura colocó en las entidades ligadas a la construcción de infraestructura vial y que posibilitaron el robo de miles y miles de millones de colones de todos los y las costarricenses?… Juzgue usted.
Por supuesto que, con toda energía, condenamos ambos tipos de vandalismo; pero tenemos que rechazar la perversa generalización presidencial de que todos los motociclistas son “vándalos”. Como bien se sabe, el vandalismo es un espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, ni sagrada ni profana.
No, señora Presidenta, con todo respeto. Por la acción imprudente y negativa de un pequeñísimo número de los motociclistas, no puede usted satanizarlos a todos, estigmatizarlos a todos como “vándalos”. No, señora Presidenta, porque en su Gobierno haya ocurrido el escándalo de corrupción más grande de las últimas administraciones, el de la trocha norte, no podemos decir que su Gobierno sea corrupto ni que sea el más corrupto de toda la historia. La satanización que usted le receta a los motociclistas ante la sociedad, nosotros no se la vamos a recetar a su gobierno calificándolo como “corrupto”, o como el “más corrupto” de los últimos tiempos.
La cosa se vuelve más preocupante y crónica cuando la señora Presidenta profundiza esa categorización negativa sobre un grupo estimable de costarricenses y ahora pretende, “partir” a la sociedad entre “los ciudadanos de bien” y los que no lo son. No es así como se posibilitan caminos de reencuentro entre el gobernante y sus gobernados en el marco de una sociedad que como la costarricense alimenta todos los días la exclusión y la desigualdad. Atizar la hoguera de la confrontación social desde el “púlpito” presidencial es un peligroso juego de consecuencias imprevisibles.
Tenemos que insistir en que una cifra superior al 90% de los motociclistas tiene a este vehículo, a la moto, como la herramienta de trabajo, el “machete”, que le posibilita llegar comida a sus respectivos hogares. Otra elevada cantidad tiene en la moto su medio de transporte para ir a y volver del trabajo, en vez del autobús, puesto que les sale más caro este medio de transporte. En el caso de ese 90 y resto por ciento, los motociclistas mensajeros, lo que les quieren cobrar de marchamo, prácticamente, es igual a la mitad de lo que reciben de aguinaldo, o la mitad de su ingreso mensual.
El INS, por su secretismo, no ha podido demostrar porqué una moto debe pagar casi cuatro veces más que otro tipo de vehículos por concepto de seguro obligatorio automotriz. Aquí está la esencia de la motivación que ha animado a los motociclistas a agruparse y a manifestarse en un movimiento que, efectivamente, ha conmocionado a la sociedad.
La organización en la cual nos desarrollamos en lo cotidiano, es profundamente pacifista. Nuestra creencia en la Democracia de la Calle está directamente relacionada con la creciente pérdida de confianza que tiene la ciudadanía en el sistema político tradicional. La democracia es algo más que la controversial justa electoral de cada cuatro años donde el imperio de la plata es lo que determina, en esencia, quién llega a la Presidencia de la República. Por eso es que la calle ha venido adquiriendo más altos niveles de legitimidad y eso lo demuestran las casi mil manifestaciones que se han dado en lo que va de la presente administración.
El día en que se pueda articular en una única dirección todo este cúmulo de protestas; el día en que por distintas vías se llegue a la misma convicción de que nos corresponde construir el nuevo sujeto histórico; ese día se iniciará la transformación estructural de la democracia costarricense y tendremos la alborada de la nueva hegemonía que se ocupa para salvar a esa democracia tan maltrecha por la cadena de actos vandálicos que se han venido cometiendo desde las esferas del poder tradicional de las últimas administraciones gubernativas.