Nos jugábamos a Rosalinda
En artículos anteriores dijimos que el proceso electoral, del día 7 del presente mes, era un “rompe aguas” en el proceso histórico contemporáneo de nuestro país. Señalamos que sobre la mesa había dos proyectos de país. Uno, representado por quienes han hecho del neoliberalismo su “santo grial”, el cual era encarnado por Henrique Capriles. Otro, inspirado en el principio de la justicia social, la equidad, la igualdad y la felicidad de los venezolanos y venezolanas, encarnado por Hugo Chávez Frías. La disyuntiva planteada por ambos candidatos giro en torno de: regresar al capitalismo neoliberal o avanzar en la construcción de la patria socialista. Y ello no era poca cosa.
La propuesta socialista
Durante la campaña electoral presidencial del año 2006, el Presidente Chávez, le dijo al pueblo venezolano que su propósito fundamental era el de edificar en nuestro país un modelo de sociedad socialista. Lo que comenzó siendo un enunciado, con el correr del tiempo, fue modelándose, tomando cuerpo y, en el marco del proceso electoral objeto de éste artículo, la propuesta de la construcción de la Venezuela Socialista se convirtió en el centro del proyecto de país que Hugo Chávez, presentó a sus compatriotas.
El pueblo venezolano ha entendido que el Socialismo del Siglo XXI, es la justicia social. Es la posibilidad de tener acceso a la salud, a la educación en todos sus niveles, a la alimentación, a la vivienda digna y barata, a la recreación y el esparcimiento; al respeto de su dignidad, de su libertad a la posibilidad de alcanzar su felicidad, como derechos individuales dada su condición de ciudadano que forma parte de un colectivo social. Pero, sobre todo, el pueblo venezolano entendió que la propuesta de edificación de la Venezuela Socialista es consustancial con nuestra independencia, soberanía y libre determinación como pueblo. La oposición no logró entender esto y se quedo en la retórica hueca, vacía, sin sentido, al seguir comparando el Socialismo del Siglo XXI con las experiencias socialistas que existieron, y aun existen, en otras épocas y otras latitudes.
El progreso como fin
Si algo caracterizó la campaña electoral de Henrique Capriles, fue su debilidad conceptual y teórica, su falta de correspondencia entre lo dicho y lo hecho. Ello lo condujo a andar de rama en rama, para ver de cuál podía sujetarse. Su acción política tiene como fundamento el pensamiento neoliberal, lo cual explica su oposición a la política social del gobierno nacional; desde el inició de su establecimiento cuestionó las Misiones Socialistas, acuso al Presidente Chávez de monotemático por hacer de la justicia social el centro de su acción gubernativa, para luego terminar diciendo que las mantendría; sabiéndose carente de un símbolo que lo identificara, recurrió a la gorra y la chaqueta tricolor, atuendos que el chavismo había posicionado desde hacía algunos años, en el sentimiento nacional; hablaba de la unidad, sin embargo el desprecio con que trató a sus aliados fue demasiado evidente; hizo de la inseguridad su slogan favorito, pero Miranda es el estado con mayor criminalidad en el país; quiso hacer del “miedo a votar” un elemento cautivador del voto a su favor, pero no entendió que el pueblo venezolano, tiene hoy un alto nivel de autoestima, que la “cagantina” atormenta es a los privilegiados del pasado y sus cortesanos; hicieron de la enfermedad del Presidente un festín, rieron a carcajada iracunda, levantaron copas para brindar por la muerte del Presidente; anunciaron el retorno de la burocracia tecnocrática a PDVSA; convirtieron a las universidades autónomas en “casa de partido”; en fin dijeron e hicieron esto y muchas cosas más. Todo ello lo redujeron en una palabra: el progreso. Olvido Henrique Capriles, y quienes le asesoran, que el progreso ha sido la oferta más idealizada e inalcanzable de la modernidad capitalista. Modernidad que, en nada se corresponde con la realidad social, económica, política y cultural de nuestro país.
Los resultados electorales
Nada más normal que después de un evento electoral se recurra al análisis de los resultados, teniendo como punto de partida el número de votos obtenidos. A los ganadores, le da argumentos para demostrar sus aciertos; a los perdedores, para justificar su derrota. La “numerología” se convierte en una ciencia y, los “numerólogos”, lucen sus “batas blancas” con la mayor limpidez. Y, no es que tal ejercicio sea malo o incorrecto, sino que el mismo no puede ser hecho “arrimando la brasa para su fogón”. En política, no siempre dos más dos son cuatro.
Los resultados del proceso electoral del 7 de octubre, pueden ser objeto de las más diversas interpretaciones. Si se les compara con los resultados de las elecciones presidenciales del año 2006, se afirmará que el Presidente Chávez sufrió una merma en su caudal electoral; si se les compara con los resultados de las elecciones anteriores más recientes, las de parlamentarios a la Asamblea Nacional del año 2010, se llegará a la conclusión que el crecimiento de la fuerza de apoyo al Presidente fue mayor que la obtenida por la oposición.
A mi modo de ver, resulta más sensato y, por tanto, más próximo a un análisis realista de los resultados electorales, si lo hacemos proponiéndonos encontrarle explicación sociopolítica al apoyo del 55% de los electores que recibió el Presidente Hugo Chávez, después de 13 años en el poder; a la victoria obtenida en 22 de las 24 circunscripciones electorales regionales; a la derrota de la oposición en 7 de los 8 estados en donde los gobernadores son afectos a ella, más el Distrito Capital; al hecho de que lo que unía a la oposición no era una identidad plena con Henrique Capriles, sino el odio y la frustración. Allí si hay tela para cortar.
El diálogo necesario
Nada es más recurrente, después que se supera una crisis o concluye un estado coyuntural lleno de incertidumbres, que llamar al diálogo. Después que el Presidente Hugo Chávez, llamó por teléfono a Henrique Capriles, se ha generado una falsa ilusión de que la unidad de los venezolanos está a la vuelta de la esquina. Demasiadas son las interrogantes que una conjetura, como ésta, genera.
Necesario es señalar que si algo es normal en una sociedad, verdaderamente democrática, es la existencia de diversas corrientes del pensamiento; por tanto, sugerimos no ver la unidad como un concepto mineralizado, como un slogan para obtener réditos políticos. A ello recurrió la oposición, en su propósito de desacreditar al gobierno, quiso hacer creer a los venezolanos y venezolanas que la desunión política del país era responsabilidad del mismo, pretendió con ello ocultar su verdadero propósito de disminuir el poder del Estado y por tanto la democracia tenía que ser separada de los poderes e instituciones del Estado-Nación, para imponer su afirmación de que el futuro reside en el mercado y, por tanto, la economía, y no el ser humano, es lo más importante en una sociedad; pero sobre todo, quiso hacerle creer al pueblo venezolano que el liderazgo de una sociedad no debe ser ejercido por personas, sino por la “mano invisible del mercado”.
Diálogo entre distintos: entender esta variable como fundamental, si en verdad queremos avanzar en un diálogo sincero, debe ser el punto de partida que señale la ruta de las conversaciones futuras. La Constitución Bolivariana: por ser la Carta Magna de la Nación, la Carta Fundacional de la V República, tiene que ser el documento que guíe y dé sentido al diálogo posible, dentro de ella todo, fuera de ella nada. La Asamblea Nacional, el Consejo Federal, las Gobernaciones, Alcaldías y las organizaciones del Poder Comunal deben ser las instituciones en las cuales se avance en la realización del tan anhelado diálogo nacional. Lo que si no tiene cabida en esta nueva patria es el diálogo de élites. Ello, más que al diálogo, conduce a acuerdos burocráticos, al viejo estilo de la IV República, y para allá no hay regreso. Después del 7 de octubre, Venezuela es otra.