A pocos días de las elecciones de primera ronda, las presidenciales y las diputadiles, del 4 de febrero de 2018, la incertidumbre está al rojo vivo. Nadie la tiene segura.
De mantenerse esta situación, los más expertos en estas cuestiones electorales predicen una segunda vuelta de la elección presidencial, y un parlamento más fraccionado y dividido que el actual. Pero tampoco esto es seguro y en los últimos días que quedan cualquier cosa puede suceder.
Utilizando las reglas constitucionales y legales de la Democracia Electoral, todo parece indicar que el fraccionamiento político-partidista de nuestro sistema republicano, dificultaría muchísimo más que ahora, la puesta en práctica de políticas públicas que confronten “…más de dos décadas de estancamiento de la pobreza según ingreso, alto nivel de desempleo y creciente desigualdad”. (Gutiérrez-Saxe, Miguel).
Este estado actual de cosas no le sirve ni a la Democracia misma ni, por supuesto, a las mayorías populares, especialmente a la clase trabajadora.
Este status quo, producto selecto de un modelo económico comúnmente conocido como neoliberal, le ha generado incalculables ganancias a pequeños grupos político-económicos de poder en la Costa Rica actual; grupos cuyos liderazgos reales (por lo general, personas sumamente ricas de alto corporativo empresarial), no se postulan a elección alguna, designan candidatos para tutelar y le apuestan a varios a la vez, no se someten al escrutinio democrático pero sí conservan ese enorme poder, precisamente, generado por la imposición de dicho modelo.
Como vemos, la Democracia Electoral, desde un punto de vista formal, muestra legitimidad política; sin embargo, desde un punto de vista del real poder detrás de la misma, puede convertirse en una falacia.
Lo que queremos decir es que la Democracia Electoral no está alcanzando para llevar bienestar socioeconómico real a las mayorías ciudadanas de este país.
¿O ustedes creen que el enorme desinterés por la campaña actualmente en desarrollo y lo gélido del ambiente que la envuelve, se debe solamente al tema de la corrupción; llámese ésta ICE-Alcatel, Caja-Fischel, La Trocha, el cementazo, el “yamberazo”, los robos con la deuda política y similares? ¡No señor!
Por supuesto que hay un electorado bravo, enojado, indignado que quiera pasar la factura a la partidocracia, en general, en estas elecciones, por todo este sistemático y sistémico engranaje de corrupción, mediando colusión de intereses privados con los públicos.
Sin embargo, en el fondo estos son los reales perniciosos elementos desestabilizadores que atentan contra la paz social, contra la Democracia misma: la exclusión, la desigualdad, la violencia, el desempleo, el altísimo costo de la vida, la precarización salarial, el deterior de los servicios públicos…
Evidentemente, que esto se sabe y que, de nuestra parte, al repetirlo tanto, parecemos un disco rayado. Sin embargo, ¡una y otra vez, miles más, debemos estarlo diciendo!
Las propuestas y soluciones están dadas. Pero, con poquísimas excepciones, la partidocracia del sistema de la Democracia electoral no desea entrarle de lleno a impulsar políticas para cambiar ese estado de cosas.
Es en tal sentido que nosotros estimamos que la coyuntura histórica en desarrollo abre paso al surgimiento de la vitalidad del poder de la otra Democracia, la de la Calle, tan legítima como la Electoral.
Las grandes transformaciones sociales pendientes no van a ser obra de un político dadivoso, sensible y/o proclive al bien común; tampoco de diputado alguno de mucha locuacidad para denunciar desde el nuevo parlamento las consecuencias de una sociedad como la nuestra de la actualidad, que involuciona; involuciona concentrando, excluyendo, violentando, humillando, golpeando…
A lo largo del planeta y, con especial énfasis, en estos tiempos de neoliberalismo y de globalización económica criminal, se han dado muchas muestras del ejercicio de la otra Democracia, la de la Calle; incluso, en nuestra propia América Latina.
La Democracia de la Calle es tan legítima que dejó de ser patrimonio de la izquierda, de las izquierdas; y en la actualidad, desde las derechas se la emplea para el impulso /o imposición de sus correspondiente agenda.
En Costa Rica, los sectores excluidos o en vías de serlo tienen un potencial impresionante para mostrar los reales alcances de la otra Democracia, la de la Calle; el reto es la articulación para construir la adecuada estrategia que imponen los momentos sociopolíticos por venir, de tanta amenaza para las mayorías ciudadanas.