Es del señor Nouriel Roubini, destacadísimo economista mundial en la actualidad, a quien en los mercados bancarios del capitalismo financiero global se le ve como una especie de “_papá_”, pues fue, según dicen, quien mejor que nadie “_acertó_” al predecir, en términos generales, la crisis financiera del 2008 (que continúa en desarrollo), específicamente la crisis de las hipotecas “_subprime_”. Por sus predicciones catastrofistas, se le apodó “_Dr. Catástrofe_” (“_Dr. Doom_”). Lo citamos por lo siguiente.
Desde este espacio y en otros foros y eventos, hemos venido sosteniendo el planteamiento de que el problema número uno de la Costa Rica de hoy es el crecimiento de la desigualdad. Si bien hay otros tres graves problemas que amenazan nuestra convivencia civilizada (corrupción pública y privada –con ropaje legal ó sin él-; la violencia en todas sus manifestaciones; y, la penetración del narcotráfico en el tejido social e institucional); el estrujamiento que sufre la clase media en viaje hacia la pobreza, es una grave amenaza a la estabilidad democrática.
El planteamiento de un nuevo paquete de impuestos, actualmente en discusión en la Asamblea Legislativa, bajo el expediente No. 18.261, denominado “_Ley de Solidaridad Tributaria_”, tiene que ser analizado desde la perspectiva del crecimiento de la desigualdad como problema número uno de nuestra sociedad. Al menos, esa es nuestra perspectiva.
Así las cosas, y al tener claridad de que la característica fundamental del injusto sistema tributario costarricense es su regresividad (es decir, pagan más proporcionalmente hablando los que menos tienen); no puede aceptarse ninguna clase de impuestos con tal sesgo de regresividad, de injusticia tributaria, de golpear aún más el ya de por sí deteriorado poder de compra de la clase trabajadora, tanto de la que tiene empleo formal con salario seguro, como aquella que debe ganarse su sustento en el día a día, con base en el cuentapropismo.
La transformación del actual impuesto sobre las ventas, que está en un 13%, a un impuesto al valor agregado (IVA), quedando éste en un 14%, es un reforzamiento muy fuerte del carácter regresivo de la estructura tributaria costarricense. Más aún, si notamos que no habrá cambios fundamentales en la política salarial vigente y que, por ejemplo, variaciones sustanciales en el salario mínimo están lejos de producirse.
Adicionalmente, es sumamente difícil aceptar el establecimiento de nuevos impuestos, (mucho menos los de carácter regresivo), si no abordamos con contundente voluntad política y con una perspectiva de emergencia nacional, la evasión de responsabilidades tributarias en sus múltiples formas.
La aspiración del actual Gobierno de que con su “_Ley de solidaridad tributaria_”, tenga ingresos frescos por el orden de un 2% ó un 2.5% del Producto Interno Bruto (PIB), representa una cifra muy parecida a la de la evasión fiscal según estudios de la propia Contraloría General de la República (CGR).
Por otra parte, en materia de exoneraciones es urgente hablar y poner el tema como uno de los elementos centrales de esta discusión sobre nuevos tributos. Las exoneraciones al año alcanzan, nada más y nada menos que un 5.8 % del PIB, según un serio estudio elaborado por el Programa de Estudios Fiscales de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional (UNA). Tomemos nota, entonces, de que ese porcentaje de exoneraciones fiscales es más del doble de lo que el presente Gobierno pretende conseguir con su proyecto de “_Ley de Solidaridad Tributaria_”. Por supuesto que no todas las exoneraciones son malas y hay espacio para hacer las discriminaciones sociales necesarias.
Un gran diálogo nacional en este sentido: evasión, exoneraciones e impuestos progresivos, es más que una oportunidad para entrarle de lleno al problema de la desigualdad creciente.
Si se insiste en este proyecto, el mismo debería comprender, solamente, tributos en la línea de la progresividad; es decir, poner a pagar impuestos, pero de verdad, a quienes más tienen y/o más han acumulado en estos tiempos de neoliberalismo. Los conceptos de renta mundial y de renta global vienen a representar importantes elementos en la línea de la transformación tributaria estructural que ocupa el país. Particularmente, la imposición de la renta mundial a cobrarse en el exterior, en el mismo momento en que se percibe, sería un avance cualitativo de gran relevancia.
Por supuesto que jamás quisiera uno que la tragedia griega con despidos masivos de empleados públicos y alza generalizada de impuestos para las clases trabajadoras y medias, tuviera un doloroso episodio en nuestra querida Costa Rica.
El tema de que de cada dos colones que el Gobierno necesita para funcionar, un colón lo tenga que pedir prestado, es una cuestión sumamente preocupante. Pero pensamos que ese colón está “_en la calle_”: se evade, se exonera por privilegio, se acumula en pocas manos. Por aquí debemos empezar, antes de hablar de más y nuevos impuestos; y no por seguir golpeando a “_los y las de abajo_”, incluidas las capas medias.