Durante el período de la dictadura de Pinochet, un grupo de chilenos fotografió las protestas y la sociedad chilena en sus más variadas facetas. En la calle, al ritmo de las protestas, estos fotógrafos se formaron y crearon un lenguaje político. Para ellos fotografiar fue una practica de libertad, un intento de supervivencia, una alternativa para poder seguir viviendo.
En pleno gobierno militar, un grupo de fotógrafos inventa la AFI (Asociación de Fotógrafos Independientes). Así intentan capear un poco el temor que sienten cada vez que salen a las calles a registrar la represión y la furia de las protestas contra Pinochet.
Son héroes. Hicieron un trabajo casi anónimo, difícil, a ratos peligroso y a veces malentendido. El conjunto de sus fotografías es uno de los testimonios históricos más valiosos del período y es abismante la distancia que separa al contexto que vivieron con el mundo actual, donde cada celular es una cámara y cada peatón un reportero.
Años después, hablan con el documentalista Sebastián Moreno. Los hace recordar historias terribles ligadas a imágenes tan hermosas como inquietantes. Y pasean por la ciudad, como veteranos de guerra visitando lo que alguna vez fue el frente de batalla.
La Ciudad de los Fotógrafos habla de un tema que fácilmente podría haber derivado hacia el panfleto fácil o el slogan. En cambio, Moreno prefiere dejar que el sentido de la historia surja de los testimonios o de la simple exposición de algunas de las imágenes. Uno de los entrevistados dice que inventaron la AFI para sentirse menos solos. Sin saberlo, al fotografiar el período, estaban rescatando memorias para una generación que entonces ni siquiera había nacido y que hoy tiene una relación completamente distinta con el registro gráfico.
A ratos, el documental de Moreno parece transcurrir en un planeta paralelo del que ya no quedan rastros. Pero el Santiago de ese año 2006 en que se filmó el documental, ese Santiago ejecutivo y ganador, se cae a pedazos cuando Moreno compara las fotografías originales con el aspecto que esas mismas calles y avenidas tienen dos décadas más tarde.
Podemos presumir de nuestro progreso y nivel de consumo, podemos creer que hoy todo se resuelve con campañas en Twitter, pero basta la imagen de un hombre tendido en el suelo entre los gases y los llantos, para intuir que nada ha cambiado y que habitamos Santiago tal como lo hicieron nuestros padres: sabiendo que no nos pertenece y que los dueños de esta tierra son otros.