Hace unas semanas, quien fuera el director del Fondo Monetario Internacional (FMI) proclamó ante un auditorio en la Universidad George Washington que el “Consenso de Washington”, nombre dado a la receta neoliberal que desde 1990 se aplicó en nuestros países, había fracasado. Sus políticas consideraban al Estado como un estorbo en la vida económica, reduciendo su rol. El modelo desmanteló así instituciones, desreguló al capital financiero, aumentó la pobreza de muchos y la riqueza de unos pocos, es decir, propició una creciente desigualdad social. Costa Rica, con gobiernos que obedecieron al FMI, ha visto crecer año a año su desigualdad, como lo ha constatado el Estado de la Nación.
No es casual que una encuesta nacional del año 1990, año de la proclama del FMI, realizada por la escuela de matemática de la Universidad de Costa Rica, apareció como la principal preocupación de los y las costarricenses el tema de la inseguridad. “¡Ya no nos sentimos seguros!”, decía la gente en ese momento.
Pero no era por el crecimiento delictivo, que fue posterior. La tasa de homicidios creció después. La inseguridad era provocada por la ruptura de un pacto social que nos había constituido como país desde épocas de Calderón Guardia padre, basado en la búsqueda de equidad, en la meta de bienestar de las mayorías y cuyo valor eje era la solidaridad.
Las jornadas de la semana pasada en la Universidad Nacional, convocadas para discutir sobre la seguridad y el bienestar social (encuentro ACAS-preALAS), dejó claro que no se puede reducir la preocupación por la seguridad a lo delictivo. Eso oculta la relación entre crecimiento de la desigualdad y el aumento de delitos contra la vida. Quienes asocian inseguridad-delito propugnan la solución más represiva: más cárceles, más mano dura. En esa trampa han caído los medios de comunicación, que a la vez han entrampado el debate de fondo y que solo acrecientan el miedo de la población. El miedo promueve soluciones autoritarias.
La seguridad en juego es la que promueve una política económica que busque el bienestar de las mayorías, controle la ferocidad del capital financiero y haga lo que el mercado solito ha demostrado no hacer: abrir oportunidades a los jóvenes, apoyar a las mujeres jefes de familia, garantizar derechos humanos a los migrantes. La receta del FMI, reconocida hoy como fracasada por quien fuera su propio director, en una declaración cuyo impacto y consecuencias no deben acallarse por su escándalo personal, debe hacernos retomar nuestra propia ruta como país. Si queremos vivir en un país seguro aseguremos que la Caja del Seguro Social va a funcionar, el Ministerio de Trabajo asegurará trabajo de calidad, que nuestra juventud tendrá oportunidades. Solo la solidaridad vuelve un país seguro.
Fuente: Página Abierta
Diario Extra