Guatemala, 1 de Diciembre del 2008
Alrededor del TLC puede y debe abrirse un nuevo capítulo
Como es bien conocido, uno de los componentes principales del modelo neoliberal globalizante y que mayor polémica ha generado en la vida económica, social y política de la región centroamericana, ha sido la firma y puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, República Dominicana y Centroamérica.
El tiempo, en corto plazo, se ha encargado de demostrar que al entonces Senador Obama y a los 214 senadores quienes también votaron “NO”, los asistía la razón. De igual manera, ha quedado puesto en claro que no se equivocaban las centenas de miles de personas que, por múltiples vías y a lo largo y ancho de toda América Central expresaron su rechazo a esta imposición foránea.
En cuanto concierne a los países centroamericanos, los efectos negativos derivados de la entrada en vigencia de este Tratado ya son evidentes y dolorosos en la mayoría de los países. Esto, con el agravante de que el costo de esos efectos recae, con especial énfasis, en los hombros y espaldas de los sectores sociales más débiles y vulnerables de nuestra estructura social. Sobran ejemplos para demostrarlo.
El hoy Presidente Electo de los Estados Unidos en múltiples ocasiones expresó su oposición a este Tratado fundamentado en dos factores principales:
1.– El TLC-CA “hace menos por proteger el trabajo que los acuerdos comerciales anteriores”, y,
2.- “Hace poco por atender los estándares ambientales en los países centroamericanos”.
Estos dos argumentos no solamente han mostrado su validez, sino que, peor aún, se han convertido en severas y activas amenazas contra la calidad de vida de trabajadores y trabajadoras tanto en Centroamérica como en los propios Estados Unidos.
Desde las organizaciones populares que formamos parte del FNL, llamamos a la futura administración estadounidense y al Partido Demócrata a abrir espacio a un nuevo proceso de negociación, en la cual la voz de los pueblos pueda expresarse libremente y sea escuchada. De esa manera podrá crearse la opción de generar otras formas de relación comercial o de intercambio, fundamentadas en valores como el apoyo mutuo, el respeto recíproco y otros afines que también deben ser considerados en las relaciones comerciales.
El comercio no debe regirse nada más que por la ley de la oferta y la demanda, la cual, en el caso de nuestros países centroamericanos, deben entenderse simplemente como la vía que abre el paso a la codicia desmedida propia de los sectores más poderosos. La ética, la voluntad de contribuir a la construcción de un modelo de sociedad justo, digno y humano, también deben estar presentes en las relaciones comerciales, más allá del mero discurso retórico pero vacío.
Es importante recordar, además, que en el proceso de negociación, (que más tuvo la forma de imposición), no sólo se firmó el texto del Tratado, sino que, de manera paralela, se forzó la modificación de un amplio conjunto de leyes locales en cada uno de los países centroamericanos. En muchos casos, las reformas impuestas en el marco de las llamadas “Leyes Complementarias” resultan tanto o más lesivas que el texto mismo del Tratado.
Como regla de oro para la forja de relaciones internacionales armoniosas, coherentes y de mutuo beneficio, el intercambio desigual debe cesar. Para que ello sea posible, el actual Tratado de Libre Comercio debe ser denunciado y deben re-discutirse las Leyes Complementarias que, por imposición, se reformaron.
Para que entre los Estados la concordia se imponga sobre las animadversiones, es preciso renunciar a imposiciones de cualquier tipo. En consecuencia, el Tratado de Libre Comercio debe revocarse con urgencia y, entonces, sobre la base de una mesa limpia, dar inicio a un nuevo y auténtico proceso de negociación, respetuoso y sin exclusiones. Un proceso que tenga, como voluntad política por ambas partes, la de aproximar el desarrollo, contribuir al bienestar de los pueblos y facilitar la armonía entre los Estados.
Solicitamos, pues, a la nueva administración estadounidense que, a tono con su discurso, contribuya a crear los mecanismos necesarios para que se detenga la agresión contra los derechos e intereses de los pueblos centroamericanos que nace desde la letra y el espíritu del TLC.
Instamos al Gobierno de Álvaro Colom y a los otros Presidentes centroamericanos, a que pidan al nuevo Gobierno estadounidense la urgente renegociación del TLC y del paquete de leyes complementarias, como vía para edificar relaciones comerciales basadas en la justicia y que apunten hacia el auténtico desarrollo de los pueblos.
Y, mientras se renegocian las reglas de un nuevo intercambio comercial, el actual Tratado debe derogarse. Ya es muy alto el costo que, hasta el momento, les ha impuesto a los sectores populares.
¡La Lucha Sigue!
FNL, Guatemala
Para conocer con detalle la posición del Presidente Electo de los Estados Unidos con respecto al TLC-CA, adjuntamos el artículo, escrito de su puño y letra, publicado por La Tribuna de Chicago el Jueves 30 de Junio del 2005, titulado “Por qué me opongo al TLC-CA”. En el texto del artículo se recogen las razones que lo llevaron, con acierto, a votar en contra de este nefasto Tratado. Lo adjuntamos tanto en su versión original, en inglés, como traducido al español.
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Thursday, June 30, 2005
CHICAGO TRIBUNE
The proposed accord does less to protect U.S. labor than previous trade agreements, and does little to address environmental standards in the Central American countries.
By Barack Obama.
This week Congress will debate the Central American Free Trade Agreement.
I wish I could vote in favor of CAFTA. In the end, I believe that expanding trade and breaking down barriers between countries is good for our economy and for our security, for American consumers and American workers. CAFTA would benefit farmers here in Illinois as well as agricultural and manufacturing interests across the country.
We also shouldn’t kid ourselves into believing that voting against trade agreements will stop globalization—especially ones like CAFTA, where the countries involved have combined economies one-sixth the size of Illinois’.
Globalization is not someone’s political agenda. It is a technological revolution that is fundamentally changing the world’s economy, producing winners and losers along the way. The question is not whether we can stop it, but how we respond to it. It’s not whether we should protect our workers from competition, but what we can do to fully enable them to compete against workers all over the world.
So far, America has not effectively answered these questions and American workers are suffering as a result. I meet these workers all across Illinois, workers whose jobs moved to Mexico or China and are now competing with their own children for jobs that pay 7 bucks an hour. In town meetings and union halls, I’ve tried to tell these workers the truth—that these jobs aren’t coming back, that globalization is here to stay and that they will have to train more and learn more to get the new jobs of tomorrow.
But when they wonder how they will get this training and this education, when they ask what they will do about their health-care bills and their lower wages and the general sense of financial insecurity that seems to grow with each passing day, I cannot look them in the eyes and tell them that their government is doing a single thing about these problems.
That is why I won’t vote for CAFTA.
There are real problems in the agreement itself. It does less to protect labor than previous trade agreements, and does little to address enforcement of basic environmental standards in the Central American countries and the Dominican Republic. Moreover, there has been talk that, in order to get votes from legislators from sugar-producing states, the Bush administration may be preserving indefensible sugar subsidies that benefit a handful of wealthy growers and cripple Illinois candy manufacturers.
But the larger problem is what’s missing from our prevailing policy on trade and globalization—namely, meaningful assistance for those who are not reaping its benefits and a plan to equip American workers with the skills and support they need to succeed in a 21st Century economy.
So far, almost all of our energy and almost all of these trade agreements are about making life easier for the winners of globalization, while we do nothing as life gets harder for American workers. In 2004, nearly 150,000 workers were certified as having lost their jobs due to trade and were thus eligible for Trade Adjustment Assistance—and this number doesn’t even count service workers like janitors and cafeteria employees.
But this is about more than displaced workers. Our failure to respond to globalization is causing a race to the bottom that means lower wages and stingier health and retiree benefits for all Americans. It’s causing a squeeze on middle-class families who are working harder but making even less and struggling to stay afloat in this new economy. As one Downstate worker told me during a recent visit, “It doesn’t do me much good if I’m saving a dollar on a T-shirt at Wal-Mart, but don’t have a job.”
And so now we must choose. We must decide whether we will sit idly by and do nothing while American workers continue to lose out in this new world, or if we will act to build a community where, at the very least, everyone has a chance to work hard, get ahead and reach their dreams.
If we are to promote free and fair trade—and we should—then we must make a national commitment to prepare every child in America with the education they need to compete in the new economy; to provide retraining and wage insurance so even if you lose your job you can train for another; to make sure worker retraining helps people without getting them caught in bureaucracy; that it helps service workers as well as manufacturing workers and encourages people to re-enter the workforce as soon as possible.
We also need to figure out a way to tell workers that no matter where you work or how many times you switch jobs, you can take your health care and pension with you always, so you have the flexibility to move to a better job or start a new business.
We cannot expect to insulate ourselves from all the dislocations brought about by free trade, and most of the workers I meet don’t expect Washington to do so. But we need a national commitment.
In America, we have always furthered the idea that everybody has a stake in this country and that everyone deserves a shot at opportunity.
The imbalance in this administration’s policies, as reflected in the CAFTA debate, fails to provide American workers with their shot at opportunity. It’s time we gave them that shot.
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Traducción
Jueves, 30 de junio, 2005
CHICAGO TRIBUNE
El acuerdo propuesto hace menos para proteger el trabajo en Estados Unidos que los acuerdos anteriores, y hace poco para alcanzar los estándares ambientales en los países Centroamericanos.
Esta semana, en el Congreso se discutirá el Tratado de Libre Comercio con Centroamérica.
Desearía poder votar a favor del CAFTA. Al final, creo que ampliar el comercio y derribar barreras entre los países es bueno para nuestra economía y para nuestra seguridad, para los consumidores norteamericanos y para los trabajadores norteamericanos. El CAFTA beneficiaría a los agricultores aquí en Illinois así como los intereses agrícolas y manufactureros en todo el país.
Tampoco debemos engañarnos al creer que el votar en contra de tratados de comercio detendrá la globalización, particularmente, tratados como el CAFTA, en donde los países involucrados tienen economías mixtas del tamaño de una sexta parte de la de Illinois.
La Globalización no es la agenda política de alguien en particular. Es una revolución tecnológica que fundamentalmente está cambiando la economía mundial, generando ganadores y perdedores a su paso. La cuestión no es si podemos detenerla, sino cómo respondemos a ella. No se trata de si debemos proteger a nuestros trabajadores de la competencia, sino de lo que podemos hacer para capacitarlos plenamente para competir en contra de trabajadores en todo el mundo.
Hasta el momento, Estados Unidos no ha dado una respuesta efectiva a estas preguntas y los trabajadores norteamericanos están padeciendo como resultado de ello. Me encuentro con estos trabajadores en todo Illinois, trabajadores cuyos trabajos se han desplazado hacia México o hacia China y ahora están compitiendo contra sus propios hijos por empleos que pagan 7 dólares la hora. En reuniones comunitarias y sedes sindicales, he tratado de decirles a estos trabajadores la verdad, de que estos trabajos no regresarán, que la globalización está aquí para quedarse y que ellos tendrán que capacitarse más y aprender más para obtener los nuevos empleos del mañana.
Pero cuando ellos se preguntan cómo obtendrán esta capacitación y ésta educación, cuando preguntan qué harán con sus facturas médicas y sus salarios más bajos, así como sentido general de inseguridad financiera que pareciera incrementar día a día, no puedo verles a los ojos y decirles que su gobierno está haciendo por lo menos una cosa para enfrentar estos problemas.
Por eso, es que no votaré por el CAFTA.
Hay problemas dentro del acuerdo mismo. El acuerdo hace menos para proteger el trabajo que los acuerdos anteriores, y hace poco para alcanzar los estándares ambientales en los países Centroamericanos. Más aún, se ha dicho que para lograr los votos de legisladores de los Estados productores de azúcar, la administración Bush pudiera estar preservando subsidios azucareros indefendibles que beneficiarían a un puñado de productores ricos y lesionaría a productores de dulce en Illinois.
Pero el problema mayor es lo que falta de nuestra actual política sobre comercio y globalización, específicamente, apoyo significativo para aquellos que no están cosechando ganancias así como un plan para equipar a los trabajadores norteamericanos con las destrezas y el apoyo que necesitan para tener éxito en una economía del siglo veintiuno.
Hasta el momento, casi todos nuestros acuerdos sobre energía y comercio tienen que ver con facilitar la vida de los ganadores de la globalización, pero que no hacemos nada mientras que la vida de los trabajadores norteamericanos se endurece. En el 2004, se registró que casi 150,000 trabajadores perdieron sus empleos debido al comercio y por lo tanto eran elegibles para la Asistencia de Ajuste de Comercio, y esta cantidad ni siquiera incluye a trabajadores del sector servicios como conserjes y empleados de cafeterías.
Pero esto va más allá de trabajadores desplazados. Nuestro fracaso en responder a la globalización está causando una carrera hacia el fondo que significa salarios más bajos, prestaciones de salud y de jubilación más raquíticas para todos los norteamericanos. Está provocando un apretón sobre las familias de clase media quienes están trabajando más duro pero generando menos y luchando por mantenerse a flote en esta nueva economía. Como me lo dijo un trabajador al sur del Estado durante una visita reciente, “No me beneficia en nada si ahorro un dólar en una playera en Wal-Mart, si no tengo un empleo”.
Entonces, ahora, debemos elegir. Debemos decidir si nos sentaremos sin hacer nada mientras los trabajadores norteamericanos siguen perdiendo en este nuevo mundo, o si actuaremos para construir una comunidad en donde, por lo menos, todos tienen una oportunidad de trabajar duro, progresar y alcanzar sus sueños.
Si vamos a promover un comercio libre y justo, lo cual deberíamos, entonces, debemos asumir un compromiso nacional de preparar a cada niño en los Estados Unidos con la educación que necesitan para competir en la nueva economía; de brindar re-capacitación y seguro de salario para que aún cuando pierdan su trabajo, puedan capacitarse para otro, asegurarse que la recapacitación realmente ayude a las personas sin que se les enrede en la burocracia, que ayude a los trabajadores del sector servicios tanto como del sector manufacturero, y que estimula a la gente a reingresar a la fuerza laboral lo más pronto posible.
También debemos encontrar la forma de decirles a los trabajadores que no importa dónde trabajen o cuántas veces cambien de trabajo, pueden llevar consigo su sistema de salud y pensión siempre, de manera que tengan la flexibilidad para mudarse a un mejor trabajo o iniciar un negocio nuevo.
No podemos esperar aislarnos de las desubicaciones que trae consigo el libre comercio, y la mayoría de los trabajadores con los que me he encontrado, no esperan que Washington lo haga. Pero necesitamos un compromiso nacional.
En Estados Unidos, siempre hemos divulgado la idea de que todos estamos involucrados en este país y que todos merecemos una oportunidad.
El desbalance en las políticas de esta administración, como se reflejan en el debate sobre el CAFTA, fracasa en brindarles a los trabajadores norteamericanos su oportunidad. Es hora ya que les demos esa oportunidad.