El Fannie y el Freddy: huracanes financieros

Así que la semana pasada Wall Street fue arrasado por los dos huracanes de setiembre del 2008, Fannie y Freddy. Desde luego, la meteorología no puede aportar mucho para la explicación de este fenómeno, lo más que podría señalar probablemente, es que los huracanes se formaron en las costas de Venezuela, o por ahí, y que tomaron fuerza con su paso por Cuba y el Golfo de México.

Pero la ciencia de la economía convencional, compitiendo con la meteorología, está intentando elaborar una explicación más precisa; que inmediatamente han comenzado a vocear los grandes medios de comunicación. La explicación tiene tres versiones, la vulgar, la experta y la académica.

La versión vulgar –que dicho sea de paso, la han capitalizado mejor los republicanos norteamericanos en su lucha electoral– consiste en acusar a los directores de las grandes empresas de correduría y finanzas de Wall Street, de codiciosos y de desleales, de irresponsables con los dineros de los ahorrantes, de consumistas desmedidos y egoístas. La catástrofe pues, se explica por el mal comportamiento de un grupo de directores de unas cuantas grandes empresas neoyorkinas que, ávidos de ganancia, faltaron a los principios éticos y de solidariedad con el resto del país, y se pusieron a especular con los dineros de todos los ciudadanos.

La versión experta es más elaborada, la crisis se le achaca a la falta de una regulación oportuna de las actividades financieras, que permitió que los Bancos de Inversión (o empaquetadores de hipotecas) pudieran hacer negocios como los Bancos Comerciales y disponer así de los recursos del público para sus operaciones. Esta práctica hizo posible el inflado de una burbuja de ganancias que atrajo a enormes cantidades de recursos, financiando a su vez más y más negocios del mismo tipo. Las empresas constructoras y comercializadoras de casas se desembarazaban así, rápidamente de sus hipotecas cada vez más dudosas, vendiéndolas con descuento a los bancos de inversión y estos las empaquetaban en papeles negociables y las vendieron a todo el mundo, redistribuyendo el riesgo. El siniestro se presentó entonces, cuando un número importante de deudores no pudieron honrar sus préstamos y se desató una verdadera reacción en cadena.

La versión académica avanza substantivamente en calidad; reconoce los mecanismos concretos que ya adelantó la versión experta pero es más rigurosa en la explicación del origen de la crisis. Retoma el papel asignado por la versión vulgar a los directores de las grandes compañías, pero claro, con menos ingenuidad, hace notar su sistemática avidez por aumentar la tasa de ganancia de sus inversiones utilizando todos los medios que permite el capitalismo globalizado y desregulado. Y observa esta versión, la impericia de los administradores de esas empresas para administrar cabalmente, esto es socialmente, los ingentes recursos puestos a su disposición. Veamos como lo plantea Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía en el 2001, “_Aquellos que dirigen los mercados financieros han acumulado esas ganancias sobre la base de que estaban ayudando a manejar el riesgo y asignar en forma eficiente el capital, razón por la cual, señalaron, ‘merecían’ esos altos retornos./ “Se demostró que eso no es verdad. Lo manejaron muy mal. Ahora esto volvió para morderlos y el resto de la economía pagará a medida que las ruedas del comercio disminuyan la velocidad debido a la crisis crediticia_.”

Si interpretamos desde la economía política los análisis anteriores, lo que está bajo la mesa es la excesiva acumulación de recursos económicos en el sector financiero y la ineficiente gestión que hicieron de estos sus administradores guiados por las tasas de ganancia en el marco de las leyes del mercado. Empero, las tres versiones carecen de la correcta ubicación del problema. No advierten que los recursos acumulados y sus correspondientes ganancias, en realidad no son ni de las empresas que los administran ni mucho menos de sus dueños. Son parte del excedente social que debe ser ubicado “_eficientemente_”, a riesgo de entrar en crisis; siendo que esa eficiencia más tiene que ver con el bienestar social general que con una alta tasa de ganancia. Pero, como ya lo advertíamos en nuestro artículo publicado en el No.1753 del semanario Universidad de principios de abril de este año, solo el criterio político democráticamente generado, puede orientar cabalmente la inversión de esos recursos, como lo ha venido a demostrar la necesidad perentoria de las intervenciones del gobierno norteamericano para reordenar la economía del país.

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