Tocan a Dios con las manos sucias

La jerarquía o autoridad de la Iglesia Católica, o simplemente como dice la gente, “la Iglesia” hasta hace muy poco fue parte de los sectores populares de Costa Rica. Desde antes de la Independencia.

Recordémoslo una vez más: Del Castillo, Thiel, Volio, Sanabria.

Ahora se pasó al bando del capitalismo criollo. Transformó su “patrimonio”, formado con la acumulación de las limosnas de los fieles, en “inversiones”, en la Corporación Sama.

La presencia del Obispo Francisco Ulloa en su junta directiva, al lado de Oscar Arias, no pudo ser equívoca: la Iglesia es socia del capital especulativo y rentable.

Ya no es compañera de ruta de peones, trabajadores fabriles o empleados. Está del otro lado. Los clérigos o los proyectos pastorales no se mantienen de las limosnas de los creyentes, como se supone que debe ser- un acto de fe, sino de las rentas que le genera su cuantioso capital, que ayuda a producir cerveza o a financiar casinos.

El artífice-ejecutivo de tal mutación fue el Arzobispo Román Arrieta.

El anterior aristocratizante arzobispo Rodríguez puso las bases ideológicas, pero no pudo consumar el proyecto.

Desde que Oscar Arias tuvo la idea de visitar al Papa con ocasión de su obligado viaje al campeonato de fútbol, sabía muy bien cuál era su objetivo.

Era doble: primero, recibir la bendición como un “buen” presidente.

Utilizar al Papa para legitimarse en el poder y legitimar su único plan de gobierno, el TLC. Porque todos sabemos que Oscar Arias no es un católico devoto, de misa dominical ni de comunión frecuente.

Sólo cuando le conviene políticamente. La bendición del Papa en el fondo le importa un pepino. Lo que le importa es aparecer ante los ojos del pueblo costarricense como un gobernante “bendecido” por la Iglesia.

Es decir, además de tocar a Dios con las manos sucias de su política, quiere meterlas en la conciencia del pueblo costarricense nominalmente católico y mayoritariamente supersticioso e ignorante en cuestiones religiosas.

Segundo: menearle la rama al arzobispo Barrantes y a los otros obispos que no simpatizan con el TLC, aunque nunca lo hayan declarado explícitamente. Es cierto que se han manifestado por que se garanticen los derechos de todos, especialmente de los más vulnerables, en el juego de la economía de libre mercado. Forma parte de su obligación evangélica de tomar partido por los pobres. También es cierto que resistieron los intentos de Oscar Arias de manipulación electoral.

El revoloteo morboso de sotanas alrededor de los hombres –no hay mujeres- del poder, como que se fue a la tumba con el arzobispo Arrieta y ha quedado muy arrinconado en la Conferencia Episcopal.

Todavía Abel Pacheco medró de ello y hasta consiguió llevar una escolta episcopal al funeral de Juan Pablo II y que le prestaran una chequera para burlar la ley. Pero hoy tenemos al frente de la Arquidiócesis de San José a un hombre recto, preocupado no por figurar ni por libar en los salones del Gobierno o de los bancos, sino por transformar la pastoral parroquial del modelo de supermercado de ritos, a centros de compromiso evangélico en una sociedad secularizada y mutante.

La participación de la Iglesia en Sama –no sabemos hasta cuándo- le ha impedido a Oscar Arias percibir el cambio o se cree suficientemente poderoso como para revertirlo. No sólo quiere acabar con la resistencia pasiva o activa del clero al TLC. Quiere que desde los púlpitos le ayuden a que se apruebe a tambor batiente.

El doble objetivo de su “piadosa” visita al Vaticano queda aún más patente con las declaraciones de los días posteriores. Su indiscreción o prepotencia lo llevaron incluso a hacer público el “ofrecimiento espontáneo” del Cardenal Secretario de Estado de mandar una carta de reconvención a los obispos costarricenses.

Probablemente confiado en que Sodano es un confeso pinochetista. Ahora se contenta con que los llame por teléfono. Y no es que la Santa Sede esté en contra del capitalismo especulativo ni lo haya condenado nunca. Es que perdería más provocando una escisión en la iglesia costarricense que Oscar Arias. Sobre todo en estos momento en que al proselitismo católico no le corren muy buenos tiempos. Es un problema de intereses, no de principios.

Le ha salido al Presidente la jarana a la cara. Comienza con el pie izquierdo su política internacional: Costa Rica hace el ridículo mundial en el campeonato de fútbol y el pesimismo asfixia a la población nacional; y ahora se topa de frente con la Iglesia. ¡Ojalá encuentre algún Sancho que le sople sentido común! Su caja de resonancia mediática, La Nación, puede citar todas las encíclicas que quiera.

Nadie le va a creer tampoco que va a misa, por mucho que se quiera bañar en agua bendita y se dé golpes de pecho Los obispos tienen que reparar el daño que le causan al pueblo con su participación en Sama.

Es un antitestimonio cristiano flagrante. Se ensucian las manos para tocar a Dios. ¿Pero cómo se le ocurre a un socio de la Corporación Sama asumir posiciones contrarias a la lógica del lucro como único motor del desarrollo humano? ¿Por qué ha de decir ese socio, por muy obispo o arzobispo que sea, que la moral de la avaricia riñe con los principios evangélicos?

A todo esto ¿Dónde habrán metido a las Bienaventuranzas?

Javier Solís (jsolis@igso.net)

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