¿Ha visto usted el último gesto, en la cara de alguien a punto de morir por defender sus ideas? Los periódicos de la época (1887) no privaron a la audiencia de este “reality show” en el que la cruda realidad, una vez más le ganara a la ficción: “…salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas plateadas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos…, abajo la concurrencia sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro…, plegaria es el rostro de Spies, firmeza el de Fischer, orgullo el de Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita que: la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora…, los encapuchan, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos cuelgan y se balancean en una danza espantable…” ¿La idea por la que los ahorcaron? ¡El derecho a no trabajar más de 8 horas diarias!
Entre los años 1700 y 1800, el descubrimiento del motor, lograba transformar la energía de la naturaleza en movimiento. Su combinación con otras herramientas, dio como resultado la invención de las máquinas. Tales avances tecnológicos, sumados a la acumulación de grandes cantidades de dinero en pocas manos, que se invirtió en la compra de dicha maquinaria, junto a la migración de personas del campo a la ciudad buscando nuevas oportunidades y al crecimiento de la población en general, crearon las condiciones para la producción y el consumo masivo de productos, haciendo surgir las fábricas.
¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar? Juzgue usted. Con el surgir de la industria, saltan a la historia miles de mujeres, hombres y niños, quienes sin ser dueños ni de tierras para la agricultura, ni de maquinaria de trabajo, no les quedó más opción que trabajar en las fábricas, vendiendo sus fuerzas, para realizar los trabajos necesarios, para operar las rústicas máquinas, a cambio de un salario. El trabajo físico era desgastante, se realizaba en jornadas superiores a las 15 horas diarias en fábricas inhóspitas. Algunos dueños de estas preferían, por razones de economía, contratar mujeres y niños, a quienes les pagaban aún menos. El salario era bajo e inseguro. Tampoco existían leyes de seguridad social, ni de accidentes o riesgos del trabajo. En ciertos casos, las condiciones de las viviendas de trabajadores eran insalubres y favorecían las enfermedades. Para finales del siglo diecinueve (años de 1800 a 1900) Chicago no era la excepción. Por el contrario, era ahí, donde existían las peores condiciones de trabajo y de vivienda.
Entre 1880 y 1890, los trabajadores en Estados Unidos comienzan a organizarse en sindicatos, buscando mejorar sus condiciones de trabajo. En 1884 se celebró en Chicago el Cuarto Congreso de la Federación Americana del Trabajo, ahí bajo el lema “ocho horas para trabajar, ocho horas para descansar y ocho horas para la casa”, acuerdan defender el derecho a la jornada de ocho horas laborales, fijando el 1 de mayo de 1886, como fecha límite. Si luego de este día, no se respetaba dicha jornada de trabajo, los trabajadores suspenderían labores e irían a huelga general hasta que los patronos la aplicaran.
La indignación ha llegado a las fábricas. La fecha límite se aproxima y la jornada de ocho horas no se ha cumplido. Las organizaciones sindicales convocan el 1 de mayo de 1886 a huelga general.
Más de 50 mil trabajadores de distintas fábricas acudieron al llamado. La organización de los trabajadores ha desafiado el poder de los dueños de las fábricas y estos están dispuestos a impedir el desafío, inclusive con violencia. Al día siguiente, las movilizaciones llegan afuera de la fábrica McCormick, sus dueños impiden la organización y han despedido a cerca de mil trabajadores. Los discursos son interrumpidos por provocadores, la policía en ese momento dispara contra los trabajadores indefensos, dejando seis muertos y decenas de heridos.
La indignación se apodera de las calles de Chicago. El 4 de mayo de 1886, miles y miles de trabajadores se concentran en los alrededores de la plaza del mercado (Hymarket Square) para repudiar la represión. Al terminar los discursos, la policía de nuevo arremete disparando contra la muchedumbre, intentando dispersarla. Hay trabajadores muertos, en medio de la confusión estalla una bomba y muere un policía. Hay arrestos masivos y los principales dirigentes del movimiento por las ocho horas son arrestados; se les acusa de ser autores del atentado. En junio de ese año (1886) inicia su juicio (hoy reconocido como injusto), un proceso lleno de irregularidades. Aunque nada se prueba en su contra, en agosto de 1887 se les declara culpables de atentar contra el orden establecido; el siguiente noviembre son ahorcados.
No pudieron ahorcar sus ideas. La Segunda Internacional (Federación de Organizaciones Sindicales y Partidos de Trabajadores, fundada para su coordinación internacional), resuelve en su primer congreso, realizado en París en 1889, conmemorar internacionalmente el 1 de mayo de cada año como “Día del Trabajador.” Desde 1890, sindicatos y partidos de trabajadores realizan manifestaciones por todo el planeta, pidiendo la jornada de 8 horas y mejores condiciones laborales. Gracias a la persistencia de los trabajadores de la época, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su primera sesión (Chicago de 1919) legaliza la jornada de 8 horas diarias y 48 semanales, y estas se incluyen en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En nuestro país, los trabajadores conmemoramos el 1 de mayo desde el año 1913 con la asistencia de alrededor de cuatro mil personas. Desde entonces miles de costarricenses marchamos año con año en busca de mejores condiciones de vida y trabajo. En cuanto a la aplicación de la jornada máxima de ocho horas en nuestro país, fue hasta 1943 que se elevó a rango constitucional. El entonces Partido Vanguardia Popular, años atrás había organizado a peones bananeros y en aquel tiempo numerosos zapateros y panaderos artesanales; su líder, Manuel Mora Valverde, el entonces presidente de la República, Rafael Ángel Calderón Guardia, y la Iglesia Católica al mando de Monseñor Sanabria, acuerdan la alianza que permite impulsar las Garantías Sociales que incluyen en su Código de Trabajo la jornada de las ocho horas.
Además de todo lo anterior, después de 14 meses de lucha, habiendo sacado a los filibusteros de territorio nacional, y luego de derrotarlos en Rivas, los costarricenses toman control de la Vía de Tránsito y el 1 de mayo de 1857, William Walker firma su rendición, concretándose así la victoria que reafirmará nuestra soberanía. A raíz de esto en nuestro país, con algunas excepciones, desde 1890 la Asamblea Legislativa realiza el primer día de mayo, su cambio de directorio, evento en las últimas décadas aprovechado por telenoticieros para informar ampliamente sobre la forma de vestir de algunos diputados o para cubrir desmedidamente cuanto asunto permita dar una cobertura marginal, al desfile de los trabajadores.
Año con año marchamos para honrar la memoria de costarricenses, quienes al mando de Juanito Mora, defendieron nuestra soberanía, marchamos para conmemorar la valentía de los mártires de Chicago y el derecho de los trabajadores a organizarnos en busca de un salario digno y empleo decente, marchamos para denunciar diarios abusos patronales, salarios enanos y el alto costo de la vida, marchamos para denunciar la criminal desigualdad social, hija del ansia desmedida de algunos por seguir acumulando riqueza a toda costa, marchamos para mostrar nuestro descontento con la clase política tradicional que nos gobierna, su modelo de concesiones, sus cargas de impuestos.
Si le hacen trabajar este primero de mayo, por ley se lo deben pagar doble, si decide quedarse en casa con su familia, sepa que más allá de los noticieros, miles marchamos ese día; si le pica el mosco de la dignidad, súmese a la marcha, nunca más querrá faltar y el otro año sentirá orgullo de explicarles a familiares, amigos y compañeros de trabajo por qué marchamos.