Para responder a esta pregunta es legítimo y necesario recurrir a la historia. Sin ir muy lejos podemos referirnos al siglo XX. Este fue el siglo de las grandes batallas contra el colonialismo y el imperialismo, el siglo de las grandes revoluciones sociales y el siglo de las dos guerras mundiales. En esas batallas colosales que comprometieron el sacrificio y la vida de millones de seres humanos, los trabajadores y los campesinos más humildes, los primeros en empuñar las armas, y sus familias, llevaron siempre la peor parte.
El inmenso padecimiento a que fueron sometidos los pueblos, constituyó un escalón más alto en la lucha por la libertad y la justicia. Muchas de esas guerras no fueron inútiles sino que culminaron con la derrota de las fuerzas coloniales o imperiales, con la deposición de monarquías, satrapías o dictaduras feroces, con la derrota del fascismo y el surgimiento de gobiernos revolucionarios y democráticos.
Al finalizar el siglo XX, a muchos pueblos de América Latina les fueron impuestos los grillos del neoliberalismo y cientos de instituciones y propiedades públicas, de riquezas naturales y minerales, junto a miles de trabajadores manuales e intelectuales, les fueron trasladadas a las grandes corporaciones representantes de ese nuevo estadio del capitalismo desarrollado, que conocemos como globalización neoliberal. Ahora le ha llegado el turno a Costa Rica.
En Nuestra América, los pueblos saqueados emprendieron una tenaz resistencia y algunos de ellos, como Argentina, Brasil, Uruguay, Venezuela, Bolivia o Ecuador, han emprendido caminos difíciles pero promisorios, recuperando riquezas entregadas y enfrentando con valor las dificultades propias de los que se atreven a abrir caminos nuevos. “Populismo” le llaman algunos; una palabra para desprestigiar a los que luchan.
De modo que la respuesta está a la vista: los pueblos no se cansan de luchar si tienen metas y objetivos claros, si definen con lucidez las debilidades propias y la fuerza de los enemigos, si tienen confianza en sí mismos y sobre todo, si su propia historia les da los ejemplos necesarios para no desfallecer.
Los combates sociales no son lineales ni siempre son ascendentes. A veces se retrocede para volver a comenzar, a veces se avanza con rapidez y muchas veces nos alcanzan el desconsuelo y la apatía. En esta lucha, nuestros enemigos, con sobrada astucia, saben introducir el desconcierto y hasta la división. Esa es su tarea. Proponen y alimentan tesis tan absurdas, como esa de que es necesario cambiar primero el sistema, corrupto y maltrecho, para después ganar un referéndum, o sea que primero hay que derrotarlos para después vencerlos. En efecto, anda mucha gente por allí diciendo que es necesario primero cambiar las reglas del juego para obligarlos a actuar en un terreno honorable, limpio y despejado. Eso no ocurrirá jamás. Porque los enemigos no están para ayudar sino para obstaculizar, para detener a los pueblos. Depende de nosotros derrotarlos en el camino para vencerlos al final. Porque sin triunfos o derrotas tácticas, no se producen nunca victorias estratégicas. Aparecen también en nuestras filas, tesis tan ruines que le atribuyen a distintos luchadores y luchadoras, ambiciones personales y cosas peores.
Compañeras y compañeros, ningún enemigo entrega la plaza sin una obstinada resistencia. Los enemigos de Costa Rica, claramente representados por el dueño de esta casa frente a la que estamos hoy, como desde hace 45 semanas, no sólo dividieron al pueblo costarricense con una campaña de terror y chantaje, sino que ahora intentan paralizarlo e inmovilizarlo sembrando entre las fuerzas más consecuentes y firmes, la mala hierba del repudio por la organización y la dirección. Pensando en auténticos dirigentes, no sabríamos que habría sido de Costa Rica sin Juanito Mora, sin Jorge Volio, sin Carlos Luis Fallas, sin Joaquín García Monge, sin Rodrigo Facio, sin Calderón Guardia, sin José Figueres o sin Manuel Mora. Ellos no fueron mandones encaramados en un podio, sino dirigentes intelectuales y cívicos, respetados y queridos, que surgieron para representar a miles de conciudadanos, en momentos decisivos de la historia.
Ahora, mientras estamos aquí, los enemigos de Costa Rica han continuado activamente su campaña de intimidación iniciada con todos los recursos económicos y mediáticos imaginables. Sus incalificables maniobras se orientan a presionar y chantajear a los diputados patriotas para descalificarlos y aislarlos. Debemos respaldar a esos diputados. A esa campaña oscurantista suman la voz de una diputada del PAC, que no sólo es importante por su voto, sino por la desmoralización y la confusión que genera en amplios sectores de patriotas. Los enemigos lo saben y aprovechan sus debilidades.
La nueva oligarquía y sus aliados transnacionales van más allá. Han puesto en marcha un plan para conservar su poder durante los próximos 100 años. Entretanto, cuando vamos a cumplir cuatro meses desde el día del referéndum, el movimiento patriótico continúa desunido, desarticulado, sin un programa nacional y sin una dirección unificada ¡Que tranquilidad para nuestros enemigos! ¡Que inconcebible ventaja la que les damos! Pues mientras ellos tienen un mando unificado y férreo, unas finanzas centralizadas y el bloque monolítico del Estado bajo la jefatura del dueño esta casa, nosotros no hemos sido capaces de confiar en una Asamblea Nacional Patriótica y en un Directorio conformado por hombres y mujeres cuya fidelidad a los principios que nos unen, esté más que demostrada. Y peor aún, no hemos comenzado discutir cómo lo sacaremos del gobierno.
Hablar así, descarnadamente y en este lugar, puede hacer pensar a algunos que no es lo más oportuno porque “la ropa sucia hay que lavarla en casa”, pero resulta que aún no tenemos casa, pero tenemos voluntad, determinación, y lo más importante: ideas. Por eso decimos: discusión si, unidad si, Asamblea Patriótica si, Directorio Nacional si, Frente Patriótico para sacar a los neoliberales del gobierno, SI.
Leído en la calle, frente a la casa de Oscar Arias. 14 de Enero de 2008 a las 8 de la noche.
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