Estamos llegando a un punto en la historia de la Humanidad en que las crueles, espeluznantes y criminales escenas de la desigualdad por todo lado, no dejan lugar a ninguna duda: la tan llevada y traída globalización neoliberal ha partido al mundo en dos.
Un único dato, expuesto en esta misma columna la semana pasada, es absolutamente contundente al respecto: 90 seres humanos, de carne y hueso, como usted que lee esto y como este servidor suyo que lo escribe, reúnen entre sí tanto dinero, como la cantidad de dinero que tienen, a su vez, juntas entre sí, 3 mil 500 millones de personas, ¡la mitad de la población de la Tierra en estos momentos!
Recordemos que este dato nos lo dijo una incuestionable autoridad: la señora Alicia Bárcenas Ibarra, actual Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), de las Naciones Unidas, durante su reciente visita al país.
Si esa globalización neoliberal ha generado un proceso de acumulación de capital en tan pocas manos, como jamás se vio antes; el otro extremo, expresa las enormes cantidades de personas, de comunidades, de pueblos y de naciones que están quedando fuera de la repartición de los beneficios del crecimiento económico; en modalidades, intensidades, formas y procesos de gradualidad sumamente diversos pero que, a final de cuentas, nos plantean la exclusión social en desarrollo con su real dureza y criminal crueldad, repetimos.
Pero también, deja en evidencia la luz de la esperanza que representan miles de procesos de lucha social y política contra esa globalización neoliberal; luchas que incluso se dan desde gobiernos decentes.
Denunciar esta circunstancia de criminal acumulación vs. espantosa exclusión, levantar las banderas de la lucha social y militar en ella en todas sus diversidades, reivindicar la justicia social, preocuparse por mejores sistemas de distribución de la riqueza, tener en agenda el problema del cambio climático y la protección de la ecología, pregonar la necesidad de sistemas tributarios progresivos, darle contenido real a la democracia, entre otros factores determinantes de lo que genéricamente podemos llamar el bien común; nos hace quedar en el lado opuesto de esa globalización neoliberal pues su sesgo es totalitario y dictatorial.
No hay espacio intermedio. El famoso “centro” fue eliminado. A lo sumo, intensidades en los procesos de avance hacia la exclusión total y de resistencia a favor de la inclusión social. Miremos el caso de nuestro país.
Cuando los viejos partidos Liberación y Unidad, el “PLUSC” como les llama el pueblo, se pasaron al neoliberalismo, acabaron con el famoso “centro” del espectro político costarricense.
El que mandaran al cajón de la basura sus respectivas fuentes político-filosóficas, la Socialdemocracia y el Humanismo Cristiano, nos llevó a vivir las intensas confrontaciones sociales de calle más relevantes desde la fundación de la Segunda República, en 1949; especialmente, los episodios del combo ICE del año 2000 que dieron origen a un nuevo sistema de partidos políticos en Costa Rica; y luego, la delicada situación del TLC con Estados Unidos.
Ambos partidos dejaron una gigantesca deuda social expresada en alto desempleo, creciente trabajo informal, precarización y restricción salarial, injusto sistema tributario, gran evasión de impuestos, corrupción y privilegios, jerarquía político-tecnocrática de alto privilegio salarial, abandono de las micro-pequeñas y medianas empresas, depredación ecoambiental; licitaciones, concesiones y consultorías producto de gran tráfico de influencias con los servicios públicos, gran deterioro de éstos, etc., etc., etc.
Estos y otros elementos perniciosos de desintegración y desigualdad social, son producto de haber adoptado agendas de política pública contrarias al bien común, extremistas de la concentración y contrarias a la distribución.
Por eso es que desde hace bastante tiempo y no de ahora, quienes hemos venido oponiéndonos a todo ello quedamos en el otro extremo. La resistencia al desmontaje del Estado Social de Derecho ha sido el motivador de miles y miles de compatriotas, en lo individual y en lo colectivo, en organizaciones cívico-sociales de toda naturaleza, en agrupamientos político-patrióticos y partidistas de diverso signo; pero, al fin y al cabo, la lucha ha tenido que darse desde el otro extremo al que fuimos lanzados por el viejo “PLUSC”, su capital soporte y su prensa, cuando decidieron acabar con el “centro” y se acostaron con el neoliberalismo, el criollo, el importado, el global.