“Tendencias del Empleo en Costa Rica en el período 2010-2013: fortalezas y debilidades”, es el nombre de un reciente estudio dado a conocer en estos días, realizado por el Observatorio de la Coyuntura Macroeconómica, de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional (UNA), indicándonos que el desempleo en Costa Rica ha llegado a la aterradora cifra del 18,4%.
No hay duda de que somos muchas las personas que hemos quedado con gran conmoción por este escalofriante dato que conmueve a la vez que indigna.
No tardó el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en salirle al paso al indicado estudio refutándolo, por supuesto, con base en lo que podríamos definir como “diferencias” metodológicas acerca de cómo hay que medir lo que denominan “desempleo abierto”. Para esta entidad, la cifra oficial es de 9,6%, según el “indicador utilizado internacionalmente”.
9,6% o 18,4%, ¿qué importa? Lo que sí debe impactarnos son las personas de carne y hueso detrás de cada una de estas dos cifras. El dolor que significa para nuestros compatriotas no encontrar trabajo, ir de aquí a allá, una y otra vez, tocando puertas, enviando currículos, pidiendo cartas de recomendación, utilizar conexiones directas y/o indirectas, pedir prestado para los pases y así movilizarse; muchas horas, muchos días, muchas semanas, muchos meses, con hambre o mal alimentados…, ¡y nada!
Más allá de la controversia estadística entre la UNA y el INEC, hay una conclusión contundente: las políticas económicas-hegemónicas que sin importar los sucesivos gobiernos, están vigentes en el país, son las responsables de una u otra cifra sobre el desempleo.
Son las causantes de las frustraciones de cientos de jóvenes que a pesar de su formación técnica y/o profesional no encuentran trabajo. Son las responsables de que con base en la lógica perversa del lucro desenfrenado de estas políticas, haya costarricenses de 35 o más años ya “desechados” por el mercado laboral como “material inservible”.
Es más que evidente que el tema del desempleo es de los más relevantes de la actual agenda nacional y que debería ser tópico central de la campaña electoral para las elecciones generales de febrero de 2014. Pero esto es mucho pedir.
Con rarísimas excepciones, el “marketing” electoral vigente impide el debate de fondo y lo que uno nota en casi todas las ofertas electorales son planteamientos “light”, cuyo contenido bien podría adoptarse para la venta de cremas dentales o de electrodomésticos.
Debería tanto la UNA como el INEC convocar, de manera compartida, a las entidades sociales, sindicales y cívicas con real interés y congoja por este asunto del desempleo, a una especie de encuentro dialogal que nos ayude a entender más este flagelo social, para encontrar otras explicaciones más allá de la fría estadística; y para medir, con una perspectiva más integral, los factores sociohumanistas de la política económica excluyente y concentradora que lo provoca.