En esta guerra, nuestros soldados, al mando de su Presidente, iban acompañados de dos símbolos nacionales: la bandera y el Himno Nacional, al que todavía no se le había compuesto una letra.
Hubo que esperar más de medio siglo para que la música patria encontrara, después de varios intentos, finalmente una letra que describiera nuestros anhelos. Para ello, en 1903 el gobierno convocó a un concurso en el que participaron muchos poetas e intelectuales conocidos; pero irónicamente le correspondió ganar a un joven poeta rebelde y activo defensor de los derechos de los trabajadores, que desconfiaba de los gobiernos y de los políticos, y que creía en la libertad del ser humano y en la liberación de éste por la educación.
Como el joven José Ma Zeledón no era del agrado del gobierno de don Ascensión Esquivel y había reticencia en declarar la oficialidad del himno ganador, el jurado abrió una encuesta en los periódicos para que el pueblo opinara. La letra fue del agrado de la gente porque era simple, breve, y decía lo que la mayoría consideraba su ideal de vida. De esta forma, aunque el gobierno nunca dio el decreto de oficialidad, la letra del Himno escrita por Billo Zeledón fue adoptada por las escuelas y cantada desde entonces por todos los costarricenses.
Dado que la música del Himno está ligada a la primera infancia de nuestra nación, en la que se toma conciencia no sólo de nuestra soberanía sino además de la pertenencia a una comunidad mayor cual es Latinoamérica, el autor de la letra acude de nuevo a las significaciones generadas en la Campaña Nacional de 1856 y, muy concretamente, a la imagen que de la comunidad nacional había ofrecido el Presidente Juan Rafael Mora en aquella ocasión. De esta forma podemos afirmar, que es esta gesta épica la que genera el discurso fundacional de nuestra nación.
Al igual que el Presidente Mora y su ejército marchan al encuentro del invasor bajo la sombra de la bandera (1848) y los acordes de la música del Himno Nacional (1852), la letra compuesta por Billo Zeledón para el canto patrio se basa en los valores de esos símbolos previos y su historia.
En la primera estrofa es notorio que el poeta se había inspirado en los colores de la bandera, pero en lugar de seguir los modelos políticos que vemos en otros himnos, los interpreta sobre la base de la imaginación popular y no sobre imágenes políticas desgastadas. Por eso mismo, la letra está llena de poesía y pinta un lugar soñado, lleno de paz, bajo un cielo limpio y transparente.
En la siguiente estrofa vemos a un hombre campesino volcado sobre el surco con el rostro enrojecido por el trabajo. Lo anterior significa que la vida expresada en los colores de la bandera ha sido posible gracias a que las personas que allí viven han encontrado sabiamente en el trabajo, no sólo una manera de satisfacer sus básicas necesidades, sino también el gozo espiritual que da una vida honrada y la realización personal de nuestras propias capacidades. Luego se nos dice cómo por el trabajo valiente y honesto de esos humildes campesinos, la madre patria ha obtenido fama y honra; pero además se advierte sobre el coraje de sus gentes, quienes saldrán a defenderla usando sus propias herramientas de labranza.
De una manera clara y sin rimbombancias literarias, Billo Zeledón retrata con acierto el tipo humano que está en la base de esta nación. No se trata de intelectuales ni letrados; ni de políticos o magistrados; y mucho menos de generales ni militares. Se trata de algo muy real y concreto en la vida de un país: los trabajadores. Ese es su gran acierto. Lograr un retrato de lo cotidiano y concreto en el que la gente común y corriente podía reconocerse.
De modo que, de todas las actividades sociales, el Himno selecciona el trabajo por dos razones: primeramente, por ser la actividad dominante en la vida diaria de las personas y, en segundo lugar, por su capacidad formativa; del último rasgo se deriva una relación significativa entre trabajo y honradez. Lo que honra es el trabajo y por eso todo mérito debe provenir del trabajo. De ahí que llamemos honrado a todo aquel hombre que vive de su trabajo. El autor, por su parte, siendo poeta, se llamaba así mismo indistintamente labrador, sembrador, obrero y trabajador del ideal. Según el Himno, el trabajo no sólo proporciona honra, sino que además proporciona valentía y virilidad, al darle al ser humano conciencia de su fuerza, es decir, de su capacidad y potencial. Por eso, el derecho sagrado no lo da la Patria, sino que se lo ganan sus hijos y es así como hacen Patria.
Se trataba de una letra que no parecía típica de un himno nacional –y su esposa se lo había dicho la primera vez que la oyó– porque no hablaba de los lugares comunes en estas composiciones: guerra, sangre, muerte en batalla, victorias militares, cañones bayonetas, gritos, etc. Todo lo contrario –y en esto está su originalidad y una vez más su rebeldía contra los caminos establecidos e inamovibles– el himno que Billo escribió habla de otro tipo de sueños, de otros ideales de vida: de la tierra que nos vio nacer, de la fecundidad y generosidad de nuestro suelo y la transparencia de nuestro cielo; pero sobre todo habla del valor del hombre que se hace hombre en el trabajo honrado y de la mujer-madre que, como su tierra, es gentil, dulce y protectora. Es decir: suelo, trabajo y familia conforman nuestra verdadera patria.
La composición es interesante porque si bien el contenido no es marcial o militar como lo es la música; la letra sigue siendo un himno porque hay una alabanza. Todo el himno es una loa y un saludo a la patria. El saludo de “salve” que se repite varias veces en la letra expresa el deseo de que viva por siempre la patria, algo equivalente a “un Dios te guarde así para siempre”.
Pero naturalmente esto habrá de depender del hecho de que cada generación de costarricenses sea capaz de practicar y mantener las virtudes que allí se exponen: honradez e integridad.
Esta última virtud que el Himno propone es otra manifestación de la honradez. La integridad se manifiesta en el Himno cuando destaca la coherencia del trabajador con su ideal hasta el punto en que, a pesar de su amor por la concordia, es capaz de luchar contra quien sea para defender sus valores porque es leal a ellos, no sólo de palabra, sino de acción; es decir, que somos también honrados, rectos, íntegros, en la relación que tenemos con nuestros ideales. No los decimos sólo de boca, sino que vivimos según ellos.
Por todo lo anterior, debajo del canto, el Himno Nacional nos propone una doble promesa: por un lado, la promesa de vivir honradamente conforme a nuestro trabajo, para alcanzar la paz; y por otro, la de actuar en concordancia con esta promesa, defendiendo día a día los valores que hemos jurado, para mantener la patria limpia y pura como su cielo. En esto consiste el compromiso que asumimos cada vez que, de pie, con el cuerpo firme y la frente en alto, cantamos el Himno Nacional; por eso, bajo el límpido azul de su cielo, la paz espera que cumplamos nuestras promesas.
*Profesora emérita, Universidad de Costa Rica.
Fuente: Página Abierta
Diario Extra
28-09-10