Entre fines de junio y mediados de julio, La Nación quiso dibujarnos su “modelo de desarrollo”. Es decir, el “modelo” que se nos ha impuesto a lo largo de los últimos veinte y tantos años, que es el mismo que ahora se quiere radicalizar por medio del TLC con Estados Unidos. Varios reportajes durante esos días pintaban en tonos rosáceos, y con trazos de jardín de niños, el boom de los privilegios que está rehaciendo la geografía física y el paisaje social de Costa Rica. Una mirada analítica ligeramente crítica, podría fácilmente desentrañar la destructiva irracionalidad que subyace tras la crónica complaciente y corronga.
El 24 de junio nos hablan del auge de la construcción, sin omitir aclarar que la cosa mucho tiene que ver con centros comerciales en el Valle Central y suntuosos desarrollos habitacionales en las costas. Esto se amplía en reportaje del 13 de julio, donde se hace panegírico del auge urbanístico en el cantón de Santa Cruz, con torres de 15 pisos frente al mar y condominios que se venden por $1 millón a acaudalados ciudadanos extranjeros. Un paso más allá, sería fácil constatar que esto tiene que ver también con el negocio bancario especulativo, inclusive las sustanciosas ganancias de la banca pública que acostumbran citar como indicador de éxito de la “apertura” bancaria.
Otro reportaje, publicado el 3 de julio, ofrece una como al modo de coronación de esta crónica de despojo y despilfarro. Nos dicen en el título: “Foráneos compraron $400 millones en propiedades”. Y amplían en el texto: “Los extranjeros invirtieron cerca de $400 millones en la compra de villas, casas, condominios, terrenos, locales y hoteles en Costa Rica en los últimos dos años”. Inocentes y alelados, lo dicen como si cantaran “los pollitos dicen…”
De lo que estas informaciones nos hablan es, a fin de cuentas, de una operación económicamente irracional –porque implica despilfarro del escaso ahorro nacional- la cual, además, enajena y extranjeriza los recursos nacionales, inclusive nuestras playas. El proceso conlleva clarísimas consecuencias ambientales y odiosos efectos de exclusión social, ya que, en efecto, cada hotel playero de lujo y cada condominio frente al mar, son retazos de naturaleza destruida y espacios de belleza escénica negados al disfrute del pueblo costarricense.
El 25 de junio, las páginas del matutino amanecen inspiradas y fructíferas. Dos reportajes nos vociferan las “bondades” del “modelo”. En uno se informaba acerca de la “gran terminal aérea” que se construirá en Liberia. De paso narran los sufrimientos que acongojados turistas han de sobrellevar en las incómodas instalaciones del aeropuerto actual. Ese es el turismo de enclave: desde Nueva York o Chicago llegarán a la “gran terminal” (como hoy llegan al incómodo aeropuertito), para luego irse a meter en un mega-hotel de lujo, propiedad de una cadena transnacional, donde, como en sus casas, verán los mismos canales de televisión, se bañarán en tina con agua caliente y se arrebujarán en camas grandotas y mullidas. Y, as usual, para_ “ejercitarse”_ irán a jugar al verdísimo campo de golf. No sabrán nada de la gente que vive en las casuchas a la vera de la carretera y, al final, solo una fracción insignificante de los muchos dólares que desembolsan llegará alguna vez a manos de un lugareño.
En el otro reportaje de ese 25 de junio, nos hablan de un proyecto de ley que busca incentivar la construcción de marinas, es decir, atracaderos para yates. Se reducen plazos; se simplifican trámites; se minimizan requisitos…se amplían plazos de concesión. Desprendidos y manirrotos, ofrecen nuestras costas a precio de sobrantes de enero. Los libertarios son sus promotores en instancias legislativas y el Ministro de Turismo de Arias su abanderado entusiasta.
La información indica que, hasta ahora, tan solo podemos “presumir” de tener una de tales marinas: en playa Herradura, cantón de Garabito. Una señora del lugar alguna vez me contó cómo fue construida: a punta de dinamita, y en medio de estruendos, despedazaron los peñascos hasta “domesticarlos” y convertir el mar en plácida ensenada donde reposan los caros “juguetitos” sobre los cuales los privilegiados ventean su estatus.
¿Pretenderán acaso que no nos demos cuenta que con esto nos gritan que nuestra casa ya no es nuestra casa y que nos están lanzando de puertas afuera? ¿Y encima exigen nuestro aplauso y regocijo? Su “modelo” nos deja un ambiente destruido, dilapida el ahorro, enajena nuestros recursos más preciados, y, así, abre la llave para que ríos de divisas salgan a futuro de Costa Rica.
Como en el 1984 de Orwell, Bush y La Nación quiere hacer creer que las cosas no significan lo que significan. Si para Bush la guerra es la paz y la tortura los derechos humanos, para este matutino el despojo es regalo, la expulsión bienvenida, la exclusión un abrazo. Y la riqueza sin medida de unos pocos es la mayor bendición a que pueden aspirar todos los desheredados.
He aquí el “modelo” neoliberal en la plenitud de su irracionalidad anti-vida. Los libertarios son su escuadrón de choque, con estómago para hacerse cargo del trabajo sucio. La Nación es su centro neurálgico de generación de ideología y propaganda. Arias, su mascarón de proa, a conveniencia de los imperativos del momento político. El Partido Liberación la momentánea plataforma para un proyecto político que conoce una sola ideología: la del enriquecimiento sin límites para unos cuantos.
Y, desde luego, el TLC es su proyecto estrella y, en particular, el poderosísimo motor destinado a acelerar el proceso y lanzarlo hasta las estrellas. Su combustible será el mismo que alimenta estos excesos ofensivos de los que se nos hace crónica rosa: el trabajo malbaratado de nuestras clases trabajadoras; la ruina del productor de alimentos; el ejercito de los desempleados e informales; el hacinamiento en los tugurios; niños con hambre; ancianas abandonadas; violencia en las calles y en las casas; ríos como cloacas y ciudades como campos de guerra.
Julio 15, 2006
Tribuna Democrática