Vamos a partir de una premisa elemental que es la siguiente:
“El Partido Liberación Nacional fue derrotado en las urnas de manera contundente. Esa organización fue, durante los últimos 30 años, el factor decisivo del proceso de adscripción del Estado costarricense al proyecto corporativo hegemonizado por los Estados Unidos.
Este infausto proceso ocurrió en contravención de los principios ideológicos y sociales que le dieron origen y que hicieron de él, bajo la conducción de José Figueres Ferrer, un factor decisivo de la Reforma Social y la modernización del Estado nacional costarricense, en la segunda mitad del siglo XX.
Al día de hoy, y a pesar de su nutrida fracción parlamentaria, es un partido sin dirección y sin rumbo, lo cual no quiere decir que carezca de un activo de dirigentes inteligentes y experimentados, algunos de los cuales no estuvieron comprometidos en su debacle programática, ética y electoral.
Así las cosas, a las fuerzas económicas y políticas que han hegemonizado la contrarreforma de los últimos 30 años, les resulta absolutamente imposible aceptar que un nuevo gobierno, en este caso el que proviene principalmente del PAC y que conduce don Luis Guillermo Solís, en alianza con el PUSC y el Frente Amplio, pudiera caer en la debilidad de retornar al camino emprendido por nuestros grandes reformadores, Calderón Guardia, Monseñor Sanabria, Manuel Mora y José Figueres; camino orientado a fortalecer la Independencia Nacional y la recuperación del Estado Social de Derecho y de Servicio Público, como la mayor conquista histórica del pueblo costarricense.
Estas fuerzas no pueden aceptar que, al mismo tiempo, el nuevo gobierno procurara un acercamiento con los movimientos progresistas del Cono Sur y sus organismos más emblemáticos: CELAC, UNASUR, el BANCO DEL SUR o PETROCARIBE.
Como sabemos, esta corriente progresista ha transformado en profundidad y para bien, la naturaleza infamante de América Latina que fue hasta hoy, con la eminente y digna excepción de Cuba, el patio trasero de los Estados Unidos”.
En esta tarea de impedir un giro patriótico del nuevo gobierno, se han empleado a fondo. Sin haber dado un paso o decir media palabra, la gran prensa local e internacional, comenzó a calificar al nuevo gobierno como “de izquierda” y a hacerle sentir que cualquier movimiento en falso sólo contribuiría a acrecentar la certeza de su terrible calificación e impulsar la estampida empresarial de algunos grandes inversionistas norteamericanos, casualmente iniciada por INTEL o el Citibank.
Aún antes, habían iniciado la tarea para que el gobierno no removiera a ciertos funcionarios considerados como claves. Simultáneamente, les dieron a los sectores más ultramontanos del empresariado local, la tarea de convertirse en los relacionistas públicos del Presidente, sirviéndole como edecanes ante los nuevos inversionistas estadounidenses. De paso lograron crear una especie de gabinete en la sombra, al que le pusieron el nombre de “comisión de competitividad”.
Este cerco político e ideológico ha permitido que, sin mayores explicaciones ni consideraciones económicas relevantes de ningún tipo, el gobierno rechazara olímpicamente la adscripción a Petrocaribe, que le otorgaba el acceso a un crédito blando por muchísimos millones de dólares; que continuara con las negociaciones de APM Terminals; que se atreviera a plantear casi como un hecho la adhesión de Costa Rica a la fatídica Alianza del Pacífico; y que ahora, sin mayores explicaciones, se encuentre a punto lavarse las manos y prescindir de la responsabilidad histórica de organizar, por todo lo alto, una nueva reunión de la CELAC.
Costa Rica es, por su posición en el mapa continental, una pieza fundamental de la geopolítica interoceánica. Esto fue expresamente reconocido así por Bill Clinton en su reciente visita a nuestro país. De modo que nuestra Patria, diminuto espacio de la geografía mundial, es militar y económicamente decisiva para los Estados Unidos, por encontrarse insertada a pocos pasos de esas obras monumentales que son los canales interoceánicos.
Estos canales no pueden ser vistos como simples rutas de paso, sino como gargantas que modifican por sí solas la geografía mundial. Deben ser vistos como las obras orientadas a modificar la geopolítica del nuevo milenio pues unirán el Atlántico y el Caribe; el primero, el mar de la historia continental y el segundo, un lago petrolero, con el Pacífico, que es la imprescindible ruta de la expansión industrial y mercantil del Asia, encabezada por China.
De modo que nos encontramos en medio de la ejecución de un proyecto político singular, cuyo fin es continuar, cueste lo que cueste, con el despliegue del proyecto neoliberal en nuestro país. Esta tarea apunta hacia varios objetivos políticos claramente discernibles. Veamos.
El primero, ya lo hemos señalado: es que el gobierno del Presidente Solís Rivera, no provoque ni un solo cambio sustantivo en la política económica, social e internacional de Costa Rica; y procurar que este gobierno avance, con el apoyo de los grandes medios, por la ruta de cambios puramente cosméticos adornados con exposiciones grandilocuentes, pero insustanciales o vanas. La consigna parece clara: “que todo cambie pero que la situación permanezca igual”.
El segundo objetivo es impedir que el Partido Liberación Nacional, inmerso en el caos de su derrota, caiga en la terrible tentación de volver a sus raíces, de remozar y actualizar sus planteamientos, hasta convertirse, junto a otras fuerzas o partidos de orientación patriótica, en la organización transformadora que antaño fuera.
El tercer objetivo es, quizás, el más importante y consiste en cercenarle cualquier propósito progresista a la alianza PAC, PUSC, Frente Amplio; mantener un espectro político totalmente disperso y fragmentado, sin mecanismos de comunicación, interacción política o debates constructivos, que permitan una comunicación franca, ecuménica y convergente y que conduzca, como explicaremos luego, a la recuperación y profundización del proyecto social costarricense.
Atravesamos por un momento decisivo. Y como siempre se dice lo mismo, vamos a explicar por qué denominamos como “decisivo” el momento actual, aunque sea de manera extremadamente resumida. En efecto, el neoliberalismo fue electoralmente derrotado, pero no ha sido ni social, ni económica, ni políticamente derrotado.
Socialmente, el neoliberalismo ha creado en estos últimos 30 años, hábitos, prácticas, formas de consumo y estilos de vida, que se proyectan intensamente en la conciencia de las grandes mayorías ciudadanas.
Como las divisiones sociales se han acrecentado, el sector aventajado de las clases medias, profesionales y técnicos, han adquirido, junto a sus hijos y familias, ventajas y aspiraciones que deben mantener a cualquier costo. Esas aspiraciones legítimas de ascenso social, les impide ver para abajo, se tornan indiferentes y políticamente conservadoras. El neoliberalismo los ha persuadido de que cualquier movimiento suyo de protesta o reivindicación social, pone en riesgo su estatus. La crisis general del capitalismo, refuerza esa percepción.
En el terreno económico, Costa Rica dejó de ser un país autosustentable, es decir, con una economía nacional basada en sus propias fuerzas, en un empresariado nacional productivo, en una clase media especializada y solvente, cuyas fuentes de trabajo más importantes eran las pequeñas y medianas empresas productivas o mercantiles de carácter local; o bien, las empresas agrarias y agroindustriales y sobre todo, las empresas productivas y de servicios del sector público, además del ejercicio liberal de las profesiones, fundamentalmente.
También en el terreno económico, se produjo un profundo reacomodo de las clases sociales. La clase obrera cambió de patrón y del mediano sector empresarial estimulado por el viejo Mercado Común Centroamericano, ya de por sí condicionado a la inversión extranjera, pasó a servir en las fábricas o empresas de capital corporativo.
El empresariado nacional, clase fundamental y decisiva en el desarrollo de un capitalismo nativo, ha sido sometido y subordinado a las nuevas prácticas mercantiles, a la incontrolable y desventajosa competencia de la producción foránea y a las apetencias derivadas de los innumerables TLC suscritos por Costa Rica. Estos tratados, dicho sea de paso, no han sido sometidos aún, a la menor revisión crítica por parte del Estado o las Universidades para medir, al menos, sus ventajas y sus perjuicios.
Por su parte, el sector agrícola, formado por campesinos y agricultores, productores de alimentos, granos básicos, vegetales, tubérculos, frutas y carnes, se ha reducido dramáticamente. Ahora su principal competidor, por no decir “aniquilador”, son los monopsonios, constituidos principalmente por las cadenas mercantiles de origen norteamericano.
Todo el proyecto de la promoción de exportaciones, sin negar la importancia que tiene el comercio internacional en este período de la globalización neoliberal, terminó por hacer incondicional entrega del mercado interno a las corporaciones multinacionales.
De este modo, la política económica del país como un todo, estuvo en manos de un superministerio conocido como el COMEX y sus oficinas subsidiarias, PROCOMER o CINDE, que desnacionalizaron por completo esa estructura indispensable para el desarrollo y el soporte de cualquier economía nacional, como es el mercado interno.
En el terreno político, las modificaciones han sido dramáticas. En otro escrito publicado hace mucho tiempo, dijimos que los partidos tradicionales, representantes del capital local e internacional, de ser partidos “reformistas” habían pasado a ser simples “administradores” del aparato estatal, en clara connivencia con el capital foráneo, hasta llegar al último gobierno del Dr. Oscar Arias, durante el cual el PLN, el PUSC, y otros de menor significado como el Libertario, pero no menos agresivos, fueron simplemente una correa de transmisión que nos vinculaba a la fuerza motriz internacional de la globalización neoliberal y el capital corporativo.
Es imposible dejar de mencionar que la entrega de Costa Rica a las fuerzas corporativas imperiales, fue la imposición fraudulenta del TLC con los Estados Unidos. A partir de ese momento, los partidos políticos mayoritarios, cayeron por completo en manos de los nuevos mercaderes del siglo XXI: el sector financiero y corporativo, rector de la política capitalista mundial.
De este modo llegamos a la situación actual en que se ha producido lo que podríamos llamar un desfasamiento de los partidos políticos, con excepción del Partido Acción Ciudadana (PAC), el partido Frente Amplio y un sector progresista del PUSC, todos ellos con una nutrida representación parlamentaria y a su vez, aliados.
La pregunta central es entonces ¿Que harán el gobierno y sus aliados? ¿Permitirán que los grupos dominantes que ascendieron al poder real durante todo el período neoliberal y que se encuentran ubicados en el peldaño más alto del reparto nacional de la riqueza, consoliden sus grandes intereses y que conviertan el gobierno de don Luis Guillermo Solís en un eslabón más de su proyecto antinacional?
Pensamos que no. Pero aún no estamos en condiciones de dar una respuesta definitiva.