Hace pocos días que terminó la más reciente cumbre del denominado G20, que es el grupo de las 20 principales economías del planeta y que incluye a países desarrollados y potencias “emergentes”. Fue creado 1999 pero alcanzó relevancia en 2008, cuando se hizo necesario actuar a nivel global para atajar la crisis financiera.
El G20 representa el 85 % del Producto Bruto Global. El G20 está compuesto por los originales G8, a saber, Estados Unidos, Canadá, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y su más “recién llegado”, Rusia. A estos ocho, fueron agregados México, Brasil y Argentina (por América Latina); por Asia, fueron incorporados China, India, Turquía, Indonesia, Corea del Sur y Arabia Saudita. Por África, solamente está Sudáfrica; y por Oceanía, Australia. El integrante número 20, es la Unión Europea (UE) en cuanto tal.
Tanto en el plano del poder formal global, como en el del poder real, podemos afirmar que en este G20 está concentrada la verdadera toma de decisiones que impactan la vida de los 7 mil y resto de millones de seres humanos que habitamos hoy día el planeta Tierra.
En países como el nuestro, los sectores político-económicos del poder real y algunos de sus agentes político-ejecutivos, suelen ponerle mucha atención a lo que sucede en las cumbres del G20. No necesariamente para que traduzcan sus resoluciones a nuestra situación socioeconómica y política.
Como les indicamos arriba, acaba de terminar la más reciente cumbre del G20, celebrada en la ciudad china de Chengdu. En la versión digital del periódico ABC, de España, encontramos un reporte de prensa de esta reunión que se tituló así: “El G-20 plantea de nuevo más gasto público para dopar el crecimiento económico mundial”. (Ver www.abc.es/economia).
“¿Dopar?”. ¡Sí!, “dopar”. Un significado de dopar nos indica: “Suministrar sustancias excitantes o estimulantes que sirven para lograr de modo no natural un mejor rendimiento en una competición deportiva”.
Una de las primeras informaciones de esa reunión, la de Chengdu, según consigna el periódico ABC (digital), especificó lo siguiente: “Los ministros de economía de los veinte países más ricos del mundo, el G-20, comenzaron ayer una reunión de dos días en la localidad china de Chengdu donde analizarán los principales riesgos para el crecimiento mundial. A falta del comunicado final, que se hará público hoy, los debates comenzaron con el mantra habitual sobre la necesidad de aumentar el gasto público para consolidar el crecimiento económico”.
¡Cuesta creerlo! Entonces, ¿será que el G20 dejó de lado el neoliberalismo? No lo creemos. Pero parece que ahora la “línea” que está mandando el G20 es que hay que incrementar el gasto público para dopar, para estimular, para excitar, el crecimiento de las economías.
Esto podría estar guardando conexión con lo que comentamos más debajo de este artículo, relacionado con el tema de la desigualdad, según se desprendiera de la anterior cumbre de este poder, celebrada en noviembre de 2015, en Turquía.
¡Algo ha venido pasando en el seno del G20!… Esta reunión de Turquía había ya arrojado dos acuerdos de importancia: el reconocimiento de que el crecimiento que ha experimentado la economía global en los últimos meses está por debajo de las expectativas y que la desigualdad de los flujos de ingreso en los distintos países puede constituir un riesgo para la cohesión social.
“El G-20 y la desigualdad” es el título del artículo que al respecto formuló el analista mexicano Orlando Delgado Selley, publicado en la versión digital del prestigioso periódico mexicano La Jornada (ver http://www.jornada.unam.mx/2015/11/19/opinion/029a1eco).
Escribe el señor Delgado analizando lo que pasó en esa cumbre del G20 de Turquía: “Aquella idea de que la disciplina presupuestal, la austeridad, generaba crecimiento ha sido desmentida con absoluta contundencia. Por ello se requiere que las políticas económicas nacionales se propongan expresamente crecer a tasas mayores a las actuales”.
También se lee en el mencionado artículo: “El otro acuerdo es crucial. La desigualdad es la marca de los tiempos neoliberales. La constatación empírica está abundantemente realizada. En los últimos 30 años en todos los países en los que se llevaron a cabo las reformas orientadas al mercado, esto es, las modificaciones que eliminaron la participación estatal en la asignación de los recursos productivos de un país, sustituyéndola por decisiones de empresas privadas, se revirtieron los procesos redistributivos que desarrollaban los estados nacionales y que mejoraron los niveles de bienestar social. Consecuentemente se concentró la distribución del ingreso nacional en las cúpulas nacionales: el uno por ciento más rico y más aún en el 0.1 por ciento súper rico”.
Ahora bien, lo que nadie puede seguir ocultando es que en estos momentos hay una serie de datos, sucesos, acontecimientos, reuniones, libros, investigaciones, denuncias, foros, etc., etc., que están apuntando a que la globalización neoliberal de los últimos treinta años ha llevado la desigualdad a insoportables niveles que están atentando contra la misma especie humana; ha generado depredadores trastornos ecosistémicos prácticamente irreversibles (cambio climático incluido); ha generado espantosos episodios de violencia indescriptibles como los actos terroristas; ha degenerado los más sagrados valores culturales, ético-morales y religiosos de múltiples pueblos al imponer una homogenización de patrones vacíos, materialistas, antisolidarios, recontrainvididualistas, disipados, nihilistas; ha fomentado nuevas y espantosas guerras, crimen organizado sin control y narcotráfico incontrolable, desplegando todas las formas posibles de violencia.
A uno que empíricamente le ha dado por hablar y por escribir de estos temas, con perspectiva social-sindical, tenemos a la fecha fuerte convicción de que para un país como Costa Rica, que continuemos por la ruta de la desigualdad es algo potencialmente explosivo; que no tomemos decisiones para distribuir de mejor manera los beneficios del crecimiento económico, está intoxicando el sistema democrático; que continuemos con un sistema tributario perverso y regresivo; que sigamos por la senda de un recortismo presupuestario extremista, avalando un fundamentalismo fiscalista y debilitando mucho más importantes servicios públicos que, precisamente, son para atajar el crecimiento de la desigualdad y sus consecuencias; es apostar por un país todavía mucho más confrontado, mucho más violento, mucho más peligroso, mucho más corrupto. Nuestra amada Costa Rica no merece ser llevada al despeñadero por la insaciable codicia y la reprochable y abusiva concentración de la riqueza.
Al momento de escribir este artículo, el país ha tomado nota de que ya hay, al menos, 12 candidaturas presidenciales para las elecciones generales del 2018. ¿Tendrá alguno de esos señores con conciencia plena de estos temas y de la gravedad de estos problemas?…