Según entendemos, el Papa Francisco no era lo que todos esperaban en el seno del catolicismo y en el mundo de la política global. Una parte deseaba que estuviera bien comprometido con una complicidad, tácita y/o abierta, al respecto de los crímenes de la dictadura de Argentina, durante los dolorosos años 1976-1983 y sus 30 mil detenidos-desaparecidos. Parece que no es así y, por el contrario, dos sacerdotes colegas de su orden religiosa, la Compañía de Jesús (los jesuitas), con posiciones progresistas y predicadores de la Teología de la Liberación, fueron detenidos por el régimen militar durante algún tiempo.
Por otra parte, otro sector anhelaba que se continuase con una línea ultraconservadora en el seno de la cúpula vaticana, bastante conmocionada por una serie de escándalos que han golpeado durísimo la credibilidad de la Iglesia Católica en cuanto institución milenaria de la política mundial. Ni lo uno, ni lo otro. ¿Pero qué hay del problema de la desigualdad en el mundo?…
Recientemente leímos que el Papa Francisco es del criterio de que hoy en día la hegemonía política global es la del “envilecimiento del Estado”, lo cual él percibe como “propio del más crudo liberalismo”.
Opina el Papa Francisco que el Estado “es un instrumento creado para servir al bien común, y para ser el garante de la equidad y de la solidaridad del entramado social”.
Junto a este criterio, el Papa Francisco nos indica que las sociedades de hoy viven dos enfermedades: “la evasión de los impuestos, y el despilfarro de los dineros del Estado, que son dineros sudados por el pueblo. Ambas comprometen la equidad social y la justa distribución del ingreso” (por un momento pensamos que Su Santidad estaba relatando la situación costarricense de los últimos tiempos). Igualmente, en tal escrito alertó contra el “endiosamiento del Estado, que parece una especie de Dios, que todo lo puede, al cual nada malo le podría pasar”.
Las citas que hemos mencionados son un documento, “Queremos ser nación”, escrito por el ahora Papa Francisco, cuando la Argentina estaba hundida en una profunda crisis; documento preparado con ocasión de la reunión No. 129, de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina. Buenos Aires, 10 de agosto de 2001 (localizable en www.aica.org).
Ahora bien, es real que hoy en día estamos viviendo uno de los tiempos más perversos de la historia de la Humanidad: la era de la globalización neoliberal hegemonizada por la parte más brutal del explotador sistema capitalista: la del sistema financiero-bancario.
Y es todavía más real que los valores eternos del pensamiento de Cristo Jesús, a pocas horas de recordar su pasión, muerte y resurrección, se revalidan y se relegitiman a la luz de la pobreza criminal que el sistema financiero-bancario de signo neoliberal se va imponiendo en países donde jamás se pensó que algo así pasaría, como varios de las naciones de la Unión Europea (UE).
Cuando uno se percata de noticias que podrían pasar “inadvertidas” para la gente, como ésta de que las fortunas estratosféricas de los más multimillonarios de los multimillonarios del planeta no paran de crecer; no solamente queda clarísimo que en la agenda de la lucha por la supervivencia humana, el primer lugar lo ocupa la lucha contra la desigualdad; sino que la misma preservación de la vida en el planeta, su continuidad, está asociada a una revolución ética y moral jamás pensada, más allá de las transformaciones políticas que están pendientes.
Como creyentes, pensamos que las enseñanzas de Cristo Jesús le pueden dar un contenido espiritual de proporciones insospechadas a la promoción de procesos profundos de transformación social, como lo muestran varios de los gobiernos progresistas de la América Latina de hoy. Enhorabuena que el Papa Francisco esté potenciando que el camino correcto es de la reivindicación de “los y las de abajo”.
Por eso pensamos que hay que ponerle mucho cuidado a la gestión del Papa Francisco, a los gestos y a las señales que está mandando y a alguna parte de su pensamiento antes de convertirse en el jerarca máximo de la Iglesia Católica mundial.
Desde una perspectiva sindical, es imposible no reparar en este criterio del Papa Francisco: “La dignidad la tenemos por el trabajo, porque nos ganamos el pan, y eso nos hace mantener la frente alta. Pero cuando el trabajo no es lo primero, sino que lo primero es la ganancia, la acumulación de dinero, ahí empieza una catarata descendiente de degradación moral. Y termina esta catarata en la explotación de quien trabaja. Cuando se revierte el verdadero fin del trabajo, el centro del trabajo, que es la persona, empieza a crecer el afán de dinero insaciable”. (Homilía del 27 de marzo del 2011, cuando era cardenal arzobispo de Buenos Aires, en memoria de varios niños y jóvenes, víctimas de trabajo esclavo que murieron en un incendio del taller clandestino en que trabajaban).
Pero vámonos al otro extremo: el de la codicia sin límites. ¡Vaya ejemplos! Veamos.
Desde hace cuatro años el mexicano Carlos Slim está en el lugar número uno de las personas más archimillonarias del planeta: 73 mil millones de dólares de fortuna, misma que creció en 4 mil millones de dólares del 2011 al 2012.
En este “ránking de la locura de la concentración de la riqueza en el mundo”, el gringo Bill Gates está en el lugar dos: con 67 mil millones de dólares (con 6 mil millones más que el año anterior).
Y en tercer lugar, nada más y nada menos que un español, sí, de España, esa nación europea que está llegando al 30% de desempleados y que tiene a la mitad de toda su población juvenil sin trabajo: un empresario llamado Amancio Ortega, subió al tercer lugar del indicado “ranking”, pues en solamente un año su fortuna llegó a los 57 mil millones de dólares, estando el año anterior de este tipo de medición, en 37.500 millones de dólares. (Todos estos datos son de la revista especializada Forbes, divulgados desde la ciudad de New York, por las agencias noticiosas internacionales de prensa AFP y EFE).
La revolución política que necesitamos para combatir este perverso escenario de desigualdad; las gigantes movilizaciones sociales que para ello se ha de requerir; las impresionantes coaliciones de diversidad que será necesario construir para ello; deben tener dos contenidos fundamentales, a nuestro modesto modo de entender: una base moral y ética profunda que desde las enseñanzas fundamentales de Jesucristo se pueden tener elementos centrales; y una amplísima tolerancia para trabajar en la diversidad que debe despojarse del sectarismo fundamentalista y salvacionista típico de los cultos dogmáticos que se reivindican para sí mismos la etiqueta de “revolucionarios”, impidiendo el crecimiento del movimiento liberador que urge nuestro tiempo. Seguiremos el caminar del Papa Francisco.