Una gran gritería han armado los sectores de la hegemonía económico-neoliberal, que tienen gran poder político en el país, a raíz de la presentación por parte del Gobierno del presupuesto de gastos de la República para el 2015; histerizados por el “gran” déficit fiscal que se ve venir para dicho año (entre un 6 y un 7% del PIB); y, además, porque gran parte de ese presupuesto tendrá que financiarse con más endeudamiento público.
Dichos sectores, con la prensa afín a su visión ideológica del país, centran su ataque de corto plazo en tal sentido, en el aumento por costo de vida del segundo semestre para el personal del Sector Público y los 51 mil millones de colones en que fue aumentado el aporte estatal para las universidades públicas.
Tanto es el enojo de estos sectores económico-neoliberales que hablan en representación, básicamente, del gran capital financiero-bancario, que pretenden aterrorizar al país con las famosas calificadoras de riesgo como Ficht Ratings, mismas que se encargarán de “acusarnos” ante la comunidad financiera internacional de que Costa Rica es “irresponsable” con el manejo de sus finanzas públicas. Probablemente, detrás de Fitch Ratings, vendrán sus pares, Moody’s y Standard & Poor’s.
No pretendemos aquí ni “defender” al Gobierno ni hablar del fondo del problema del déficit fiscal que, reconocemos, es un asunto delicadísimo.
Sí nos interesa que se sepa que las trillizas calificadoras de riesgo tienen mucho “rabo” que majarles. Por ejemplo, dado su origen gringo fueron excesivamente indulgentes y se quedaron calladitas cuando se veía venir la espantosa crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos; pero fueron brutales en el caso de varios países europeos en graves aprietos fiscales, como Grecia, Portugal y España. En ambos casos, tienen pronunciada responsabilidad por la profunda situación de ruina y miseria de millones de personas, especialmente integrantes de la clase trabajadora.
Fitch Ratings, Moody’s y Standard & Poor’s fueron tan desalmadas, implacables y espantosamente injustas con sus calificaciones de riesgo-país que la mismísima Angela Merkel, gobernante de Alemania, planteó que la Unión Europea (UE) debería tener su propia agencia calificadora para compensar la “tiranía” que en este ámbito de los mercados financieros ejerce esta especie de “santísima trinidad del diablo”, en tiempos en los que la adoración del becerro de oro ha llegado a tales extremos que la misma Humanidad está amenazada de extinción.
A juicio del señor Edwald Nowotny, en su momento gobernador del Banco Central de Austria, las capacidades de sanción de estas calificadoras de riesgo son “más grandes que las de Dios”; frase simbólica, por supuesto, que habla del desmesuradísimo poder de estas agencias.
En los momentos más duros de la crisis de esos países, quien era presidente en ese entonces del Banco Central Europeo (BCE), el francés Jean-Claude Trichet, dijo abiertamente que esas tres agencias tienen un “indeseable” funcionamiento; y, además, representan una “pequeña estructura tipo oligopolio”, lo que hace que “probablemente no sea lo más deseable a nivel de la finanza global”.
Otro “monstruo” de la política global del neoliberalismo del capital financiero, el actual Ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schauble, llamó a “romper el oligopolio de las agencias de calificación”, así como “limitar su influencia”.
Otro tipo igual a él, el ya casi expresidente de la Comisión Europea (que es el cargo ejecutivo más alto de la UE), el portugués José Manuel Durao Barroso, planteó en su momento que se debe “disminuir la dependencia” de los juicios de tales entidades.
Así que deberíamos, como pueblo y como movimientos sociales, rechazar el “terrorismo” financiero que nos imponen las calificadoras de riesgo.