La alta cantidad de personas con derecho a votar en las elecciones de febrero entrante que todavía (a menos de tres meses de las mismas), no saben por quién lo hará; más la otra importante cantidad de ciudadanía que está firme en cuanto a que no irá, definitivamente, a la urna electoral en esas votaciones presidenciales (y diputadiles), está mostrando un comportamiento electoral no visto antes. Al menos, en los “tiempos de TLC” y de “apertura”.
Si a estas dos variables de potencial tendencia electoral de cara a febrero entrante, usted le agrega la no menos importante cifra de gente que si bien está decidida ir a votar, no tiene definido a quién le dará el voto; estamos de cara a un universo diverso de indecisión cercano al 75%.
¡Esto no se había visto antes! Con las obvias limitaciones de rigor por no ser un campo ordinario de nuestro trabajo, varias conclusiones emergen al calor de la convivencia cotidiana que se manifiesta en esos espacios obreros y sociales del desarrollo de la gente común. De lo que se escucha en los mismos, tenemos que:
Se habla (si es que se habla), de fulano, de sutano y de perencejo en cuanto candidato presidencial. Ya no se habla de partido. En tal caso, se habla de esa persona para descalificarle, desacreditarle, encontrarle defectos, pronosticar su derrota y resaltar su incapacidad; por lo menos, mayoritariamente. La decepción es de tal nivel que son escasas las oportunidades en que se escucha hablar de las “maravillas” de Pedro, o de Pablo, o de Manuel, como candidatos presidenciales.
En tales espacios, se nota cierto recato, algo de cuidado, mucha cautela, de parte de quienes (los pocos) que sí tienen definido a alguien a quien darle el voto, en darlo a conocer en un entorno de amistades, de trabajo, del hogar, etc. Es como si se fuera a caer mal, a ser rechazado, el plantear un destinatario seguro del sufragio.
¡Cero contenido! La conversación de la gente ordinaria en torno al casi invisible proceso electoral, cuando se da (si es que se da), no muestra profundidad en las reflexiones críticas ni mucho menos, se refiere a propuestas de candidatura alguna.
¡Es impresionante! Como que se desconocen del todo las distintas propuestas electorales (¿es que las hay?); y, mucho menos, puntualizar la diferencia entre una persona candidata de otra, en lo que respecta a contenidos programáticos, es algo quimérico.
La Sele es el tema de moda (mundial de Rusia 2018), indudablemente, lo cual tiene cierta lógica al ser el único factor de unidad nacional que nos queda en la sociedad. En este tema, todo el mundo, prácticamente, es experto y/o al menos tiene una opinión.
Pareciera que existe una especie de “tácito acuerdo ciudadano” en grandes segmentos del electorado, para castigar a los culpables. Éstos, en principio, son los del binomio partidista histórico (mejor clásico); el cual, se convirtió en una especie de “tríada” pues el gobierno del cambio ha venido mostrando comportamientos en la superestructura política que han reproducido prácticas que, precisamente, ya habían desacreditado al indicado binomio bipartidista clásico. Además, el sesgo de la matriz mediática hegemónica se está encargando de que así sea y/o se perciba.
Por otra parte, la orfandad político-electoral que se percibe a partir de la circunstancia anterior, pareciera no ser superada por lo que queda en la oferta de la papeleta presidencial; y, en tal sentido, la factura política a cobrarse y no la convicción ideológica, pareciera ser lo que impulsaría a muchos (de los pocos) que sí estarían votando en febrero entrante, a decidirse por algo que no sea la “tríada” citada.
Pareciera ser que los grandes temas-país, los que tienen relación directa con la desigualdad, con la corrupción, con el desempleo, con la violencia y con la inseguridad, son contrarios a la mercadotecnia política que tan sólo busca un resultado de corto plazo: el gane de fulanito o/o la pérdida de menganito. ¡Pura cosmetología política!
En todo caso, el debilitamiento de la credibilidad ciudadana en la institucionalidad va en relación directa con el cada vez más reducido margen de acción política para el cargo presidencial; de tal suerte que uno podría pensar que la competencia por ese cargo es solamente un ejercicio de pasarela para la legitimidad formal del sistema, cuyos verdaderos rectores hegemónicos no van a elecciones, aunque son los que comandan realmente… ¿Votar o no votar?… ¿Por quién?… ¿Para qué? Es la pregunta (o preguntas) más común entre la gente común; gente común a la cual apelan los no muy comunes, quienes se disputan entre sí por ver a quién le toca el turno de la ejecución de la común estafa electoral de cada cuatro años.