A nuestro modesto entender tres de esos grandes problemas “_alimentan_” un cuarto problema, que es el más grande de todos: el sistemático proceso de concentración de la riqueza y su “_hermano gemelo_”, sea, el crecimiento de la desigualdad.
Los tres problemas que potencian a éste, son la corrupción pública y privada (con vestimenta legal ó sin ella); la penetración del narcotráfico y del crimen organizado en todos los niveles de la sociedad; y, la inseguridad y la violencia en todas sus manifestaciones, especialmente el ataque a las personas y a sus bienes y posesiones materiales.
Cada uno de esos cuatro problemas tiene muchas explicaciones, se escenifican de múltiples formas, derivan en gran número de consecuencias negativas y generan gran malestar social.
Nos vamos a concentrar en esta ocasión en el asunto de la inseguridad y la violencia en todas sus manifestaciones, especialmente el ataque a las personas, con pérdida de vidas valiosas e inocentes; así como la sustracción de bienes y posesiones materiales intermediando violencia, especialmente la física.
Y es aquí donde, por lo general, ante un ataque a un ciudadano inocente, ante el robo de sus pertenencias, ante el asalto descarado intermediando agresión física, que nos invade un profundo sentimiento de enojo, de indignación, de reclamo que, por lo general, termina en una frase injusta como “_…y no había ni un policía cerca_”.
Pues bien, aquí las críticas se dirigen, por lo general, al cuerpo policial más numeroso del país, la Fuerza Pública, misma que integran unas 14 mil personas trabajadoras asalariadas integradas en la planilla del Ministerio de Seguridad Pública (Gobierno Central).
Pero, ¿habremos dispuesto algún ratito, sacado un momento, para pensar en estas personas, costarricenses como nosotros, hombres y mujeres que decidieron optar por servir a la Patria, a la ciudadanía, desde la Fuerza Pública?; ¿nos hemos puesto a pensar acerca de las condiciones que como sociedad les damos para su delicada y peligrosa labor?… Probablemente no.
Es tal el enojo y la furia que nos generan los episodios cotidianos de inseguridad y de violencia que, no pocas veces, el “_culpable_” es la policía por no estar ahí, cuando tales episodios se escenifican. Parece que hay algo de injusticia en este subjetivo análisis, efectuado al calor del momento; por tanto, merece que reflexionemos sobre ello.
Para una reflexión justa al respecto, debemos pensar en dos ámbitos del trabajo de la Fuerza Pública: las condiciones en que éste se ejecuta, por un lado; por otro, la paga, el salario que reciben.
En cuanto a condiciones de trabajo, de espacios físicos, infraestructura; de equipo y maquinaria; de tecnología, de alimentación, de horarios y jornadas de trabajo; de trato y maltrato; de facilidades para superación técnica, profesional y académica; de acoso laboral y sexual; de las demandas judiciales que reciben, etc., etc., el balance es deficitario, deteriorado, precario, cruel y muchas veces hasta inhumano.
El país, la sociedad, el Estado, el sistema político, está en gran deuda con estos hombres y con estas mujeres; especialmente con el o con la policía de a pie, la que recorre las calles, tugurios, zonas marginales, por ejemplo.
Si lo vemos por el otro lado, la paga, el salario que reciben por esta estratégica tarea de Seguridad Ciudadana, la cosa tampoco anda bien. Hoy en día, hay “_dos_” Fuerza Pública. Una, la que gana bien y muy bien. Los mandos medios y altos: el subjefe y el jefe de “_Delta_” (así se llama el centro laboral policial); el subdirector y el director regional; el subdirector general y el director general de la Fuerza Pública. Aplaudimos que ganen bien. Nadie está en contra de ello. Es justo. Es merecido. Pero es la Fuerza Pública minoritaria.
Está la otra Fuerza Pública. La abrumadoramente mayoritaria. La de a pie. La que recibe la agresión verbal, la agresión física, la demanda judicial; la que recibe el balazo; la que debe enfrentarse cuerpo a cuerpo con la delincuencia, con el crimen organizado, con el narcotraficante (el pequeño, el grande); incluso, cuando en situaciones de total injusticia social, la mandan a desalojar humildes campesinos, gente pobre, labriegos sencillos abandonados de toda política pública, que deben “_devolver_” al propietario de la tierra el terreno invadido con el cual se mantienen sobreviviendo. Así de cruel, es la labor del policía raso, del policía de base: La Fuerza Pública mayoritaria, la mal pagada, la exprimida al máximo, la que es agredida, ella misma, por una política pública que la tiene en condiciones precarias. Aquí también se repite la historia: los de arriba… los de abajo.
En esto de los salarios de la Fuerza Pública, analice este ejemplo para que entienda porqué decimos que hay “_dos_” Fuerza Pública. Si hoy contrataran a un nuevo Director General de la Fuerza Pública, totalmente nuevo, venido de la calle, entra ganando de salario base, prácticamente un millón quinientos mil colones (1.500.000); y si este mismo día entrara un nuevo recluta, un raso o agente de policía, también venido de la calle, entra ganando 239 mil colones (239.000).
Entre ambos extremos de puestos, la diferencia es de 1.261.000 (un millón doscientos sesenta y un mil colones). El máximo jefe entra ganando seis veces más que el puesto más humilde. ¿Es esto justo?… Ve usted como hay “dos” Fuerza Pública. ¿Podemos entender ahora una de las grandes fallas de la política pública en materia de Seguridad Ciudadana? Esperamos que sí. ¿Puede esto continuar siendo así?… El tema de para más y hemos de volver ampliándolo.