Señores Jefes de Estado que nos honran con su presencia; señores miembros de los Supremos Poderes de Costa Rica; señores representantes oficiales de gobiernos amigos; señores Premios Nóbel de la Paz. Amigas y amigos míos:
Hemos venido hoy para celebrar un acto que renueva nuestra fe en el credo democrático y en la grandeza del pueblo costarricense. Hoy, una vez más, un presidente libremente electo por los costarricenses transfiere su autoridad a otro presidente también escogido mediante el sufragio de todos los ciudadanos. Y al igual que la repetición del amanecer no desmerece el milagro de la luz, la reedición de esta ceremonia no la priva de valor, sino que confirma su carácter trascendente.
Este acto recoge las verdades más profundas de nuestra nación, verdades de las que quienes estamos aquí somos herederos y custodios. Hoy reinventamos la hermosa travesía histórica de este pueblo, capaz, a lo largo de casi dos siglos, de labrar una forma de convivencia definida por el amor a la libertad, la solidaridad, el respeto a las instituciones y la vocación de vivir en paz. Hoy confirmamos que cualesquiera que sean las dificultades que enfrentemos como sociedad, cualesquiera las disputas que transitoriamente nos separen, los habitantes de esta tierra solo estamos dispuestos a vivir bajo el único sistema político que hace posible la transmisión pacífica del poder, la igualdad bajo el manto de la ley y el elemental derecho de los seres humanos de definir su destino. Ese es el credo que profesa esta nación.
Hoy más que nunca debemos aferrarnos a esos valores que nos sostienen y nos alientan. Son esas certezas en especial la de que es posible construir sociedades más justas en forma gradual, sin extremismos y en paz las únicas capaces de guiarnos en épocas convulsas.
Corren tiempos de cambio y de definición. Como seres humanos, como latinoamericanos y como costarricenses, no podemos darnos el lujo de la irresolución. Hemos llegado a una encrucijada y debemos tomar decisiones. Como seres humanos, no podemos confiar en que los inmensos cambios científicos y tecnológicos que presenciamos resolverán automáticamente los grandes dilemas de nuestra especie: el de cómo preservar la vida en el planeta, cada vez más amenazada por la codicia y la falta de previsión; el de cómo hacer posible una convivencia civilizada entre los pueblos, cada vez más acosada por los fundamentalismos políticos y religiosos, y por el debilitamiento de la legalidad internacional; el de cómo realizar el precepto de que todos somos hijos de Dios e iguales ante sus ojos. Este precepto es negado en la práctica por los crecientes niveles de desigualdad a escala global y por fenómenos de miseria que, a pesar de los progresos logrados, continúan siendo incompatibles con todo lo que decimos profesar.
Nada de esto se resolverá solo porque está demostrado que ni el progreso económico ni el progreso científico conllevan necesariamente una elevación ética de la humanidad. El progreso ético no es inevitable. No se le espera como el paso de un cometa. Se requiere desearlo y construirlo con todas nuestras fuerzas.
También como latinoamericanos debemos decidir si continuamos persiguiendo utopías y responsabilizando a los demás de nuestras desventuras, o si, por el contrario, admitimos que nuestro destino depende de lo que hagamos hoy para crear sociedades más educadas, más productivas, más justas, más dedicadas a construir instituciones sólidas que a escuchar el verbo encendido de sus líderes políticos.
Debemos decidir, porque lo que hoy tenemos es una América Latina confundida sobre su papel y su relevancia en el mundo, y cada vez menos clara en su adhesión a valores democráticos fundamentales. El gran logro histórico de la generación actual de latinoamericanos el de haber dejado atrás la interminable noche de la tutela militar empieza a naufragar, en parte por la renuencia de nuestras élites políticas para enfrentar las seculares aflicciones de la desigualdad y la exclusión, y en parte por la crónica incapacidad de muchos de nuestros políticos e intelectuales para ver la realidad como es, y no como quisieran que fuera; por su incapacidad para leer el mundo en prosa y no en poesía.
Decisiones y pensaren grande. Debemos decidir, entonces, si la aventura democrática que emprendió la región en las últimas tres décadas será solo un paréntesis de racionalidad en una historia marcada por la intolerancia, la violencia y la frustración, o, más bien, el inicio de nuestro largamente pospuesto viaje a la modernidad y al desarrollo. Pero, sobre todo, como costarricenses debemos tomar decisiones. Durante años hemos venido posponiendo, por temor y por comodidad, la solución a nuestros más acuciantes problemas. Hemos preferido creer, contra toda evidencia, que la negativa a decidir no acarrea costo alguno y los indiscutibles logros que como sociedad hemos alcanzado, prefiguran nuestro éxito a perpetuidad.
Hemos escogido adoptar la indecisión como método para enfrentarnos a la vida. Desde hace ya muchos años, hemos perdido como país el impulso y la dirección, y en un camino empinado eso sólo puede conducir al retroceso. Por esa ruta hemos llegado a un momento límite. No podemos seguir vagando sin norte, discutiendo interminablemente entre nosotros, persiguiendo el espejismo de la unanimidad, consumiendo lo mejor de nuestro días y nuestros esfuerzos como si el tiempo no existiera, como si la marcha de la historia se hubiese detenido para esperar que la pequeña Costa Rica decida algún día levar anclas.
“Nunca hay viento favorable para el que no sabe hacia dónde va” escribió, con razón, Séneca. Estoy convencido de que Costa Rica tiene todo para llegar donde se lo proponga, pero primero tiene que saber hacia dónde quiere ir. Esa es la tarea que empieza hoy: la de definir un norte para Costa Rica y empezar a navegar hacia él.
Si hemos de definir ese norte, es preciso que recuperemos el valor para coincidir; la capacidad para reconocer las oportunidades que tenemos; la humildad para saber que nuestra visión del mundo no es la única, y la nobleza para situar el interés de la patria por encima de nuestra nacionalidad; para separar aquellas tradiciones y valores que merece la pena conservar en esta búsqueda de destino de aquellas que solo se han convertido en pesados lastres. Sobre todo, debemos recuperar la disposición de innovar, de cambiar, de explorar nuevos rumbos. Y en esto, me parece, estamos de acuerdo: para todos los sectores políticos y sociales del país el statu quo ha dejado de ser una opción.
Costa Rica debe recuperar a partir de ahora la confianza de que tiene todo para salir adelante, que puede pensar en grande y mirar el futuro por encima de las pequeñas disputas que hoy consumen nuestras energías. Es tiempo de que volvamos a tener un propósito histórico digno de nuestro pasado excepcional. Esa, amigas y amigos, es la misión que tenemos: que Costa Rica vuelva a ver el futuro con optimismo, que vuelva a creer en sí misma, que se convenza de que puede cambiar. Eso es lo que debemos hacer y eso es lo que haremos. Inversión social. A partir de hoy daremos un rumbo claro a la lucha contra la pobreza y la desigualdad. No permaneceremos impasibles frente al dolor del millón de costarricenses que viven en la miseria. No permaneceremos impasibles frente a los abismos sociales que hoy dividen a la familia costarricense.
No permaneceremos impasibles frente a la discriminación que cotidianamente padecen los grupos más vulnerables de nuestra sociedad, en particular las personas con discapacidad, los adultos mayores, las minorías étnicas, los niños y las mujeres jefas de hogares.
Devolveremos al país la fidelidad a sus mejores tradiciones, que siempre situaron la expansión de las oportunidades humanas como el hilo conductor de su aventura histórica. Ese es el legado del pensamiento solidario de Félix Arcadio Montero, Omar Dengo, Alfredo González Flores, Jorge Volio, Manuel Mora, Rafael Ángel Calderón Guardia, José Figueres y todos los que, a lo largo de nuestra historia, nos hicieron entender que la nación costarricense no es simplemente una suma de individuos, sino una comunidad y una familia, que no abandona a su suerte a sus individuos, sino una comunidad y una familia que no abandona a sus suerte a sus hermanos más débiles.
La política social de esta administración pondrá énfasis en fortalecer los servicios públicos universales, sobre todo los que de educación y los que presta la Caja Costarricense de Seguro Social, que deben seguir siendo sufragados por todos los costarricenses, para todos los costarricenses.
Trabajaremos para coordinar los programas de combate a la pobreza; para hacer posible una asignación progresiva y transparente de la inversión social y para evaluar rigurosamente sus resultados.
Debemos entender que una política social efectiva no se construye en el vacío. Se hace con muchos recursos públicos. Por ello, quiero ser enfático en lo siguiente: en esta administración solucionaremos la perenne crisis fiscal del Estado costarricense, de forma tal que pueda realizar las inversiones sociales que Costa Rica necesita.
No podremos caminar hacia el futuro si nuestra inversión social no aumenta significativamente en cantidad y calidad. De no ser así, no tendremos desarrollo, ni justicia social, ni paz. La creación de un sistema tributario adecuado y progresivo es vital para nuestro porvenir.
A partir de hoy, daremos un rumbo claro al sector productivo del país. Impulsaremos políticas que tiendan al mejoramiento sostenido de la competitividad; a la apertura gradual de la estructura económica; a la sostenibilidad de nuestros procesos productivos, y a una inserción inteligente en la economía global. No nos resignaremos a mirar con impotencia el grave retroceso del país en los índices más importantes de competitividad. Soberanía y empleo. Orientaremos nuestras acciones al fin más importante que puede tener cualquier política de producción: crear más y mejores empleos para los costarricenses y, en especial, para nuestros jóvenes. Al margen de lo que hagamos con nuestra política social, la primera tarea para reducir la pobreza en Costa Rica consiste en estimular la creación de empleos formales en el sector privado.
Asimismo, reformaremos y regularemos adecuadamente los sectores de telecomunicaciones, energía e infraestructura para hacerlos competitivos internacionalmente. Nos abocaremos en forma inmediata a la elaboración de una política energética integral, que reduzca nuestra dependencia de los hidrocarburos y fomente el uso de las fuentes renovables de energía. Costa Rica debe replantear, sin prejuicios, su modelo energético actual, porque su continuidad no hará otra cosa que poner en riesgo nuestro crecimiento económico futuro.
Profundizaremos la vinculación de Costa Rica con la economía mundial. Vamos a atraer vigorosamente la inversión extranjera y continuaremos teniendo una política comercial decidida, que permita a la mayor cantidad de productores nacionales vincularse a los mercados de exportación.
Dar la espalda a la integración económica, regresar al proteccionismo comercial y menospreciar la atracción de inversión extranjera constituyen, hoy por hoy, las vías más seguras para condenar a la juventud costarricense al desempleo y a Costa Rica al subdesarrollo. Constituyen, también, la forma más segura de desaprovechar el capital humano e institucional que ha acumulado el país en los últimos 50 años, que nos permite integrarnos exitosamente en la economía mundial.
En esto deseo ser muy claro: la soberanía no se defiende con prejuicios ni con consignas, sino con trabajo y con planes concretos para darle prosperidad a Costa Rica. Un país que teme al mundo y no es capaz de adaptarse a él, inexorablemente termina condenando a sus jóvenes a buscar el bienestar más allá de sus fronteras. Si hace eso, es menos soberano, es menos justo y es menos país.
Propiciar el aislamiento de Costa Rica de los grandes fenómenos del mundo moderno es una causa reaccionaria y una traición a nuestra juventud. No será mi gobierno el que, por miedo y por prejuicio, aísle a Costa Rica de la economía internacional.
Educación y seguridad. A partir de hoy, daremos un rumbo claro a la educación pública. Esta debe volver a ser uno de los motores de nuestra productividad, un instrumento para reducir las desigualdades y reproducir nuestros mejores valores.
En los próximos cuatro años no escatimaremos ningún esfuerzo para llevar la inversión educativa al 8% del producto interno bruto. Vamos a trabajar para que la profesión de educador sea bien remunerada, de manera que nuestro sistema educativo capte mentes cada vez más capaces y con mayor vocación de servicio. Sobre todo, vamos a trabajar todos los días para universalizar la educación secundaria, apoyando económicamente desde el Estado a las familias más pobres para que mantengan a sus hijos adolescentes en las aulas. No dejaremos que la falta de acceso a la educación reproduzca, generación tras generación, el infernal ciclo de la miseria.
Daremos un rumbo claro al combate contra la inseguridad y las drogas. Vamos a ser duros con la delincuencia, pero mucho más duros aún con las causas de la delincuencia. Profundizaremos la orientación preventiva de la Fuerza Pública y la dotaremos de más recursos. Mejoraremos los mecanismos de denuncia contra la delincuencia y, en particular, contra la agresión doméstica, la forma más insidiosa y extendida de criminalidad.
Combatiremos sin descanso el narcotráfico. Y no solo el gran narcotráfico el que requiere patrullar nuestros mares y nuestros aeropuertos, sino , en especial, el pequeño tráfico de drogas, el que ocurre en las esquinas de nuestros barrios, en los parques de nuestras comunidades, en las salidas y en los corredores de nuestros colegios. Esa será una de las mayores prioridades en materia de seguridad ciudadana.
A partir de hoy, daremos un rumbo claro a los esfuerzos para modernizar el Estado. Nos abocaremos urgentemente a la tarea de dotar al país de una institucionalidad ágil, eficiente y transparente, que sea un apoyo para los emprendimientos de los ciudadanos y no un enemigo; que sea un instrumento de gobernabilidad democrática y no su peor obstáculo.
Daremos un rumbo claro a la inversión nacional en infraestructura y transportes. Nunca más nuestras carreteras, puertos y aeropuertos serán un motivo de vergüenza nacional; nunca más condenarán a nuestros productores a pasar por una pesadilla para vender el fruto de su trabajo; nunca más castigaremos al aislamiento y al atraso a las comunidades rurales más alejadas.
El consenso de Costa Rica. A partir de hoy, daremos un rumbo claro a nuestra política exterior. Devolveremos a Costa Rica su papel protagonístico en el concierto internacional. Nuestra política exterior se basará en principios y valores profundamente arraigados en la historia costarricense, a saber: la defensa de la democracia, la plena vigencia y promoción de los derechos humanos, la lucha por la paz y el desarme mundiales, y la búsqueda del desarrollo humano.
Volveremos a alinear nuestra política exterior con la vocación pacífica del pueblo costarricense, con la defensa del multilateralismo, con la estricta adhesión al derecho internacional y a los principios en que se fundamenta la Carta de las Naciones Unidas, la más elemental salvaguarda contra la anarquía en el mundo. Como un país sin ejército, a partir de hoy convocamos al mundo y, en especial, a los países industrializados, para que entre todos demos vida al consenso de Costa Rica. Con esta iniciativa aspiramos a que se establezcan mecanismos para perdonar deudas y apoyar con recursos financieros a los países en vías de desarrollo que inviertan cada vez más en salud, educación y vivienda para sus pueblo, y cada vez menos en armas y soldados. Es hora de que la comunidad financiera internacional premie no solo a quien gasta con orden, como hasta ahora, sino a quien gasta con ética.
De igual manera, a partir de este momento, la protección del medio ambiente y del derecho de los pueblos al desarrollo sostenible pasará a convertirse en un eje prioritario de nuestra política exterior. Nuestro objetivo es que el nombre de Costa Rica se convierta en un sinónimo de valores fundamentales para la humanidad: el amor por la paz y el amor por la naturaleza. Ese será nuestro sello distintivo como país. Esa será nuestra carta de presentación ante el mundo.
La ruta ética. Dejo para el final el último de mis compromisos, que es el más importante. A partir de hoy habrá un rumbo claro e inalterable en materia de honestidad en la función pública.
Esa ruta ética pasa, en primer lugar, por hablarles a los costarricenses con la verdad, por decirles siempre lo que deben saber y no lo que quieren oír. No he llegado a este puesto para complacer a ningún grupo, sino para defender el interés de la sociedad costarricense en su conjunto, según pueda entenderlo a través de mis limitaciones humanas. Podré errar en mis decisiones, y seguramente lo haré muchas veces, pero nunca decidiré nada con otro criterio que no sea la búsqueda del bienestar de mi pueblo.
Esa ruta ética pasa por cumplir con lo prometido en campaña, condición mínima para que los costarricenses vuelvan a creer en la política. Pasa por rendir cuentas de todos nuestros actos ante los ciudadanos, por duro que a veces pueda resultar. Pasa por exigir de nuestros colaboradores las más altas normas de integridad y responsabilidad. Pasa por entender el ejercicio de la presidencia no como una oportunidad para buscar la gloria o la popularidad, sino como un espacio para servir a quienes más nos necesitan.
Este, amigas y amigos, es el camino que Costa Rica emprenderá hoy. Quisiera pensar que esta ruta que he delineado desembocará, inevitablemente, en una Costa Rica más próspera para nuestros hijos. Quisiera pensar que la banda presidencial que me ha sido impuesta es el talismán que hará posible que lleguemos al bicentenario de nuestra independencia como una nación desarrollada. Pero no hay en esto certezas; tan solo hay posibilidades. Pienso que buena parte del éxito dependerá de la madurez política que mostremos en esta hora crucial, de nuestra altura de miras, de nuestra voluntad para coincidir y de nuestra lealtad a reglas básicas de civilidad, sin las cuales ninguna forma de democracia es posible.
Dialogar y construir. Para todos los partidos políticos y sectores sociales del país tengo hoy un mensaje, que también es un ruego. Un ruego para que trabajemos juntos por nuestro futuro. Un ruego para que aprendamos que ningún partido y ningún grupo social tiene el monopolio de la honestidad, del patriotismo, de la buena intención y del amor a Costa Rica, Un ruego para que entendamos que el ejercicio responsable del poder político es mucho más que señalar, denunciar y obstruir, y consiste, ante todo, en dialogar, colaborar y construir. Un ruego para que sepamos distinguir entre adversarios y enemigos; para que comprendamos que no es signo de debilidad la voluntad para transigir, como no es un signo de fortaleza la intransigencia. Un ruego para que desterremos la mezquindad de nuestro debate político; para que levantemos la cabeza, miremos hacia delante y pensemos en grande.
Solo así estaremos a la altura de las graves responsabilidades que tenemos frente a nosotros como gobernantes, como líderes políticos, como líderes sociales o, simplemente, como ciudadanos.
Amigas y amigos: Nos ha sido dado el raro privilegio de vivir en un momento crítico de la historia, cuando lo viejo aún no muere y lo nuevo aún no nace. En esta encrucijada la humanidad debe escoger si elimina todas las formas de pobreza o todas las formas de vida en el planeta.
Los latinoamericanos debemos escoger si abonamos, con ciencia y paciencia, la flor democrática que ha germinado, o si la aplastamos bajo el peso de añejos prejuicios y de nuestra legendaria tolerancia ante la injusticia. Los costarricenses debemos escoger si tomamos nuestro destino en nuestras manos, si aprovechamos las oportunidades y creamos una patria próspera en la que exista un lugar digno para todos, o si, por el contrario, nos resignamos a ver pasar el mundo a la distancia, a dilapidar los logros que hemos acumulado y a vivir, como aquella familia venida a menos en un relato de Jorge Luis Borges, “en el resentimiento y la insipidez de la decencia pobre”.
Todos estos caminos están abiertos, pero no es mucho el tiempo que tenemos para decidir. Por mi parte, yo escojo la vida, la democracia y el desafío de cambiar en paz. Es tiempo de que la humanidad, América Latina y Costa Rica cambien, no por casualidad, sino por convicción; no porque no haya otro camino, sino por que es lo correcto.
Con humildad les pido a todos los costarricenses hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de todas las persuasiones políticas y credos religiosos que me acompañen en esta empresa. Soy tan solo el director que libre y transitoriamente ustedes escogieron para esta obra colectiva que iniciamos hoy. Pero tengo muy claro que los actores y los protagonistas, hoy, mañana y siempre, serán ustedes.
Les pido a todos los costarricenses que al miedo respondamos con optimismo; a la impotencia, con entusiasmo; a la parálisis, con dinamismo; a la apatía, con compromiso; y a la pequeñez, con fe inquebrantable en el destino superior de Costa Rica.
Y a Dios Todopoderoso le pido que, con su infinita sabiduría, guíe nuestros pasos en esta nueva etapa en la construcción del hermoso edificio de nuestra nación.
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English Version
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Choose Life, Democracy and the Challenge of Peaceful Change
Honorable heads of state; esteemed members of the Supreme Authorities of Costa Rica, official government representatives; winners of the Nobel Prize for Peace, my dear friends:
We have come here today to celebrate an act that renews our faith in the creed of democracy and in the spirit of the people of Costa Rica. Today, once more, a President whom Costa Ricans freely elected will transfer his authority to another President who was also chosen through the votes of our citizens. And just as the repetitive nature of the sun’s rise every morning does not detract from the miracle of light, the repetition of this ceremony does not diminish its value, but rather confirms its transcendent character.
This act embodies the most profound truths our nation has learned, truths to which we are guardians and heirs. Today we relive the beautiful historical journey of this nation, which over the course of almost two centuries has built a way of life defined by love of liberty and solidarity, respect for our institutions and complete dedication to living in peace.
Today we confirm that whatever challenges we confront as a society, whatever disputes temporarily separate us, the people who call this country their home are determined to live under the one political system that makes possible the peaceful transition of power, equal justice under law, and the basic right of all human beings to define their own destiny. This is the creed that this nation professes.
Today more than ever we should anchor ourselves to the values that encourage and sustain us. These convictions—especially the conviction that it is possible to construct societies that are ever more just, without extremism and in peace—are the only ones capable of guiding us in these turbulent times.
These are times of change, and times of definition. As human beings, as Latin Americans and as Costa Ricans we cannot afford the luxury of indecision. We have reached a crossroads and we must make decisions.
As human beings, we cannot blindly trust the immense scientific and technological changes of our era to automatically resolve the great dilemmas of humankind. We cannot trust them to preserve our planet, increasingly threatened by greed and lack of foresight. We cannot trust them to make possible the peaceful coexistence of civilizations, civilizations which are increasingly endangered by political and religious fundamentalism and by the weakening of international law. We cannot trust them to promote the principle that we are all children of God and equal in His eyes. This principle is undermined by rising levels of inequality on a global scale, and by certain outcroppings of misery that continue to be incompatible with all we claim to profess.
None of these problems will resolve themselves, because it is clear that neither economic progress nor scientific progress necessarily entails ethical progress on the part of humanity. Ethical progress is not inevitable. We cannot wait for it like we wait for the passing of a comet. It requires that we desire it and build it with all our strength.
As Latin Americans we must decide if we are to continue seeking utopias and blaming others for our misfortune, or if, on the contrary, we will acknowledge that our destiny depends on what we do today to create societies that are better educated, more productive, more just, and more dedicated to building solid institutions than to listening to the passionate words of politicians.
We must decide, for what we have today is a Latin America that is confused about its role and its relevance in the world, that is less and less definite in its adherence to fundamental democratic values. The great historical achievement of the current generation of Latin Americans – that of having left behind the interminable night of military rule– is beginning to founder, in part because of the refusal of our political elite to confront the secular afflictions of inequality and exclusion, and in part because of the chronic incapacity of many of our politicians and intellectuals to see the world as it is, and not as they wish it were; because of their incapacity to read the world in prose and not in poetry.
We must decide, then, if the democratic adventure which the region launched in the past three decades will be only a parenthesis of rationality in a history marked by intolerance, violence, and frustration, or if it will be the beginning of our long-postponed journey to modernity and development.
But it is, above all, as Costa Ricans that we must make decisions. For years, out of fear and out of convenience, we have been postponing the solutions to our most pressing problems. We have preferred to believe, against all evidence, that not deciding does not carry any cost and that the indisputable achievements that we have realized as a society guarantee our success in perpetuity.
We have chosen to adopt indecision as a way of confronting life. For many years now, we as a country have lost our energy and direction, and on a steep path this can only result in backsliding.
We have gone as far as this route can take us. We cannot continue wandering without a compass, discussing endlessly among ourselves, pursuing the mirage of unanimity, consuming the best of our days and our efforts as if time did not exist, as if the march of history had stopped to wait for little Costa Rica to decide someday to lift anchor.
“If one does not know to which port one is sailing, no wind is favorable,” Seneca correctly wrote. I am convinced that Costa Rica has all that it needs to arrive at a proposed destination, but first it must know where it wants to go.
That is the task that begins today: that of defining a course for Costa Rica and beginning to sail towards it.
If we must define this course, it is necessary that we recover the courage to agree; the capacity to recognize the opportunities that we have; the humility to know that our vision of the world is not the only one; and the nobility to place the interests of the country above our personal interests.
We must recover the wisdom to discern what is essential and what is secondary in our nationality; to separate those traditions and values that are worth conserving in this search for our destiny from those that have simply become heavy burdens.
Above all, we must recover our disposition to innovate, to change, to explore new paths. And in this, it seems to me, we are agreed: for all of the political and social sectors in the country the status quo has ceased to be an option.
From this day forward, Costa Rica must recover the confidence that it has all it needs to move forward, that it can think on a grand scale and look to the future, beyond the small disputes that today consume our energies. It is time that we return to having a historic purpose worthy of our exceptional past.
That, friends, is the mission that we have: that Costa Rica might once again see the future with optimism, that it might again believe in itself, that it might become convinced that it can change.
That is what we must do and that is what we will do.
From this day forward we will forge a clear path in the struggle against poverty and inequality.
We will not remain passive before the pain of millions of Costa Ricans living in misery. We will not remain passive before the social chasms that today divide the Costa Rican family. We will not remain passive before the discrimination suffered by the most vulnerable groups in our society, in particular the disabled, the elderly, ethnic minorities, children and single mothers.
We will renew this country’s fidelity to its best traditions, traditions that have understood the expansion of human opportunities as the underlying thread of history’s great adventure. Such is the legacy of solidarity bequeathed by Félix Arcadio Montero, Omar Dengo, Alfredo González Flores, Jorge Volio, Manuel Mora, Rafael Angel Calderón Guardia, José Figueres, and all of those who throughout our history have helped us to understand that Costa Rica is not simply a group of individuals, but a community and a family that must never abandon its weakest members to fate.
The social policies of this administration will emphasize the strengthening of universal public services, above all education and health care provided by the Costa Rican Social Security system. These must continue to be supported by all Costa Ricans, for the benefit of all Costa Ricans.
We will work to coordinate anti-poverty programs, making possible a clear and progressive assignment of social investment, and a rigorous evaluation of its results.
We must understand that effective social policy cannot be created in a vacuum: it takes significant resources. Therefore, I want to emphasize the following: in this administration we will resolve the state’s perennial fiscal crisis, making possible the social investments that Costa Rica needs.
We cannot advance towards the future without a great qualitative and quantitative boost in social investment. Without it, we will have neither development, nor social justice, nor peace. The creation of an appropriate, progressive tax system is vital for our future.
From this day forward, we will forge a clear path for the productive sector of Costa Rica.
We will promote policies for sustained improvements in competitiveness; for a gradual opening of the economic structure; for the sustainability of our productive processes; and for an intelligent alignment with the global economy. We will not resign ourselves to watch impotently while this country slips ever lower in the most important measures of competitiveness.
We will strive towards the most important goal that any economic policy can have: the creation of more and better jobs for Costa Ricans, and especially for youth. Beyond social policy, our first task in reducing poverty in Costa Rica is to stimulate the creation of formal jobs in the private sector.
Likewise, we will reform and appropriately regulate the telecommunications, infrastructure and energy sectors to make them internationally competitive. Our efforts will immediately turn to the formation of an integral energy policy, one that reduces our dependence on fossil fuels and promotes the use of renewable energy sources. Costa Rica must rethink the current energy model, for its continuation would be nothing less than a grave risk to our future economic growth.
We will deepen Costa Rica’s ties to the world economy. We will continue to vigorously attract foreign investment and to be resolute in our commercial policy, which permits the greatest number of Costa Rican producers to integrate into export markets.
Turning our backs on economic integration, returning to commercial protectionism, and disdaining the attraction of foreign investment at this time constitute the surest ways to condemn Costa Rica’s youth to unemployment and Costa Rica to underdevelopment. They also constitute the surest ways to waste the human and institutional capital that the country has accumulated over the past 50 years and that has allowed us to successfully integrate ourselves into the global economy.
In this, I want to be very clear: sovereignty is not defended with prejudices and slogans, but rather, with work and concrete plans for creating prosperity in Costa Rica. A country that is afraid of the world and is not able to adapt to it inexorably condemns its youth to seek a livelihood beyond its borders. If it does this, it is less sovereign, less just and less of a country.
Favoring the isolation of Costa Rica from the great phenomena of the modern world is a reactionary cause and a betrayal of our youth. It will not be my government that, out of fear and prejudice, isolates Costa Rica from the international economy.
From this day forward we will chart a clear course for public education. This should once again be one of the motors of our productivity, an instrument for reducing inequalities and reproducing our best values.
Over the next four years, we will spare no effort to dedicate 8% of Gross Domestic Product to educational investment. We are going to work to ensure that the profession of educator is well compensated so that our educational system attracts sharper and sharper minds with a greater focus on service.
Above all, we are going to work every day to universalize secondary education, providing economic support from the state to the poorest families so they keep their adolescent children in the classrooms. We will not allow the lack of access to education to reproduce, generation after generation, an infernal cycle of misery.
We will chart a clear course on fighting crime and drugs. We are going to be tough on crime, but even tougher on the causes of crime. We are going to take a close look at the preventative orientation of the police force and we will provide it with more resources.
We will improve the mechanisms for reporting crime, and, in particular, for reporting domestic violence, the most insidious and widespread type of crime.
We will fight without rest against drug trafficking. And not just large-scale drug trafficking – the kind that requires us to patrol our seas and our airports – but especially the small-scale trafficking of drugs, which occurs on corners in our neighborhoods, in parks in our communities, in doorways and halls at our high schools. That will be one of the main priorities in terms of the security of our citizens.
Starting today we will chart a clear course for our efforts to modernize the state. We will focus urgently on the task of providing the country with agile, efficient and transparent institutions that will support the pursuits of our citizens rather than undermine them; that will be instruments of, and not obstacles to, democratic governance.
We will chart a clear course for national investment in infrastructure and transportation. Nevermore will our highways, ports and airports be a cause of national embarrassment; nevermore will our producers be condemned to pass through a nightmare in order to sell the fruits of their labor; nevermore will our most remote rural communities be relegated to isolation and underdevelopment.
From this day forward, we chart a clear course for our foreign policy. We return Costa Rica to its leading role in the international theater. Our foreign policy will be based on principles and values deeply rooted in Costa Rican history: defense of democracy, full promotion and protection of human rights, the struggle for global peace and disarmament; and commitment to human development.
We will again align our foreign policy with the peaceful ways of the Costa Rican people. We will defend multilateralism, we will strictly adhere to International Law and the founding principles of the United Nations Charter—the most fundamental safeguard against anarchy in the world.
As a country without an army, starting today we call on the world, especially industrialized nations, to come together so that, together, we might give life to the Costa Rican Consensus. With this initiative, we seek the establishment of mechanisms to forgive debts and provide international financial resources to developing countries that invest more and more in health, education, and housing for their people, and less and less in weapons and soldiers. It is time that the international financial community reward not just those who use resources prudently, as has been the case until now, but those who use resources morally.
Along these same lines, starting now, the protection of the environment and of the right to sustainable development will become a priority of our foreign policy. Our goal is that Costa Rica’s name becomes synonymous with basic human values: love of peace and love of nature. That will be our distinguishing mark as a country. That will be our calling card to the world.
I have left my most important commitment for last. Starting today, there will be a clear and unalterable path of honesty in public office.
This ethical path means speaking to Costa Ricans with honesty – always telling them what they should know, and not just what they want to hear. I have not arrived at this position to please any particular group, but rather to defend the interests of Costa Rican society as a whole, according to my abilities to understand them given my human limitations. I could err in my decisions, and surely I will many times, but I will never say or do anything with any criteria except this: the wellbeing of my country.
This ethical path means keeping campaign promises, a minimum requirement for Costa Ricans to believe in politics again. It means being accountable to citizens for all of our actions, as difficult as that may sometimes be. It means requiring the highest level of integrity and accountability from our partners. It means understanding the Presidency not as an opportunity to seek glory or popularity, but as a space to serve those who are most in need.
This, friends, is the path that Costa Rica embarks on today.
I would like to think that the path that I have outlined will inevitably result in a more prosperous Costa Rica for our children. I would like to think that the Presidential sash I wear is the talisman that will make it possible for us to arrive at the bicentennial of our independence as a developed nation. But there is no certainty in this—there are only possibilities.
I think that a good part of success will depend on the political maturity we demonstrate at this crucial time, on our high mindedness, on our willingness to devote ourselves to basic rules of civility, without which no form of democracy is possible.
For all of the political parties and social organizations of the country, I today have a message that is also a request. A request that we might work together for our future. A request that we might learn that no party and no organization has a monopoly on honesty, on patriotism, on good intentions, and on love for Costa Rica. A request that we might understand that the responsible exercise of political power is much more than pointing fingers, denouncing, and obstructing, and that it consists, above all, in carrying out dialogue, in collaborating, and in building. A request that we might know how to distinguish between adversaries and enemies; that we might understand that a willingness to compromise is not a sign of weakness, just as intransigence is not a sign of strength. A request that we might cast aside the meanness of our political debate; that we might raise our heads, look forward, and think in grand terms.
Only thus will we meet the grave responsibilities that we have before us as public officials, as political leaders, as social leaders, or simply as citizens.
Friends:
The rare privilege of living in a critical moment in history, when the old still has not died and the new still has not been born, has been given to us. At this crossroads, humanity must choose whether it will eliminate all forms of poverty or all forms of life on the planet.
We Latin Americans must choose whether we will nourish, with knowledge and patience, the democratic flower that has taken root or crush it beneath the weight of stale prejudices and our legendary tolerance of injustice.
We Costa Ricans must choose whether we will take our destiny in our hands, whether we will take advantage of our opportunities and create a prosperous country in which there is a dignified place for all, or whether, on the contrary, we will resign ourselves to seeing the world pass by at a distance, to squandering the achievements that we have accumulated, and to living, like that downfallen family in a tale of Jorge Luis Borges,_ “in the resentment and insipidness of poor decency.”_
All these paths are open, but the time in which we have to decide is not great. For my part, I choose life, democracy, and the challenge of changing in peace. It is time that humanity, Latin America, and Costa Rica change, not by chance, but out of conviction; not because there is no other path, but because it is the correct one.
With humility I ask all Costa Ricans – men and women, young and old, of all political persuasions and religious creeds – to accompany me in this undertaking. I am only the director that you have freely and temporarily chosen for this collective work that we begin today. But I clearly recognize that the actors and the protagonists, today, tomorrow, and always, will be you.
I ask all Costa Ricans to respond to fear with optimism; to powerlessness with enthusiasm; to paralysis with dynamism; to apathy with commitment; to small-mindedness with unbreakable faith in the bright future of Costa Rica.
And to God Almighty I ask that, with his infinite wisdom, He might guide our steps in this new era as we continue to build our beautiful and indestructible nation.
Thank you very much.
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Fuente: Casapres