por José Merino del Río
Presidente Frente Amplio
No sólo es la Dirección de Inteligencia y Seguridad (DIS), especie de policía política al servicio de la Presidencia de la República, la que nos espía, vigila y amenaza con sus cientos de agentes y su jugoso presupuesto de más de dos mil millones de colones. Al fin y al cabo, casi siempre han estado ahí, cumpliendo las tradicionales funciones de los aparatos represivos del Estado, por encima de las libertades y derechos de la ciudadanía y de la Constitución.
Frente a los abusos de la DIS, al menos una parte de la sociedad costarricense ha reaccionado indignada, y hasta en círculos conservadores se ha solicitado su disolución.
Me parece más inquietante y alarmante, nuestra pasividad e incluso nuestra perezosa y lenta aceptación de la supervigilancia a la que hoy estamos sometidos, convertidos cada uno en una masa de datos con dos piernas.
El escritor Georges Orwell planteó hace ya más de medio siglo, que lo peor que le podía pasar a un ser humano era ser observado pemanentemente por lo que llamó el gran hermano. Su novela 1984, leída entonces como una buena obra de ficción, logró sin embargo anticipar lo que podría llegar a ocurrir. Hoy el Gran Hermano, que vigila, amenaza, delata y castiga, está plenamente instalado en nuestra sociedad, y hasta forma parte de un morboso entretenimiento cada vez más popular en las televisoras del mundo.
Se le prestó poca atención a una noticia que salió hace unos días en el periódico.
Una multinacional estadounidense se instaló en Costa Rica para, en principio, predecir el nivel de riesgo y el posible comportamiento futuro de pago de quiénes solicitan crédito. La empresa tiene ya en su poder un banco de datos impresionante, con variables demográficas, sociales, laborales y antecedentes de pago de miles de costarricenses y residentes en el país. El sistema podría ser utilizado desde bancos y tarjetas de crédito, hasta las empresas de ventas de electrodomésticos. Desde Costa Rica, se extenderán los tentáculos hasta Honduras, El Salvador y Guatemala, dado que la legislación permite que las bases de datos salgan de esos paises.
Sabemos también que hay otras empresas que todavía se mantienen en la sombra, o en la más pura ilegalidad, que saben lo que compramos en el super, nuestro nivel de colesterol, nuestro historial de enfermedades, dónde trabajamos o estudiamos, con qué partido político simpatizamos, cuáles son nuestras preferencias sexuales, costumbres, y un largo etcétera que por lo visto sólo dejaría a salvo del poder inquisitorial las partes más recónditas e inexpugnables de nuestra intimidad.
La novela de Orwell ha sido superada por una realidad con horizontes apocalípticos, como se denuncia constantemente en Estados Unidos, cuyos aeropuertos sirven frecuentemente de ejemplo de ese Gran Hermano sin límites para avasallar la libertad y la dignidad de las personas, sacrificadas en el altar de una malentendida seguridad.
En esta, como en otras graves cuestiones, se nos está haciendo cada vez más tarde. Nuestra indiferencia, impotencia para ser justos, alimenta el negocio, el Gran Hermano siempre insaciable vive de nuestras concesiones y de nuestros miedos. Pero también él teme la eterna e invencible pasión prometeica, que todo ser humanos es capaz de encender cuando su libertad se ve amenaza y extinguida.