Las frágiles burbujas de cristal que han construido (con el creciente capital que acumulan y concentran día con día, para no “contaminarse” con el entorno), les dificulta la visión y comprensión de que se ha perfilado en Costa Rica (y en otros países latinoamericanos, también), un nuevo sistema de relaciones de poder para la toma de las grandes decisiones políticas que definirán la vida futura de todos, incluida la de ellos mismos. El Grupo Nación, del cual forma parte el prestigioso periódico La Nación, sufre esa patología política.
Bien se sabe que la institucionalidad republicana surgida a partir de la Junta Fundadora de la Segunda Pública, está más que desgastada. Para oxigenarla y buscar la renovación del sistema democrático, se puso de modo la participación de eso que llaman “sociedad civil”. De esta forma, la toma de decisiones institucionales, tradicionalmente en las manos del nivel político-partidario, ha llevado al involucramiento directo y activo de los sectores sociales más dinámicos.
Gran parte de los sectores sociales organizados, con gran sentido responsabilidad cívica, hemos aceptado esas nuevas condiciones, formulando aportes sustantivos para el reciclaje de la democracia representativa, en medio de no poca incomprensión interna y con cierto costo político. Pero lo hemos hecho porque tenemos profundas convicciones democráticas y creemos, firmemente, en una sociedad totalmente inclusiva, en la que quepamos todos, hasta ellos, los tradicionales grupos cuya incidencia política ha estado basada en su poderío económico y financiero.
Pero claro, parece que algunos sienten que “el tiro les salió por la culata”. Esa es la sensación que nos queda del comentario de don Eduardo Ulibarri, Director de La Nación, del pasado sábado 18, cuando nos aludió directamente. Ellos, los de arriba, ya con el agua hasta el cuello, se “acordaron” que existía eso de sociedad civil, la tipificaron y la llamaron a la toma de decisiones.
Lo que nunca se imaginaron es que en la sociedad civil también había capacidad de pensar, de generar propuestas, de formular planteamientos responsables. La sociedad civil cometió un “gran delito”, pues se puso a pensar en proyectos de país y ha buscado cómo posicionarlos en los altos espacios políticos de toma de decisiones, constituyendo esto un sacrilegio, pues tales espacios eran coto privado de los tradicionales detentadores del poder; poder que, a fin de cuentas, no han perdido sino que les es más difícil manejar (lo que llaman “ingobernabilidad”)
Entonces, así que fuimos “inteligentes”, así que tuvimos “percepción”, ahora resulta que tenemos una capacidad de influencia “desusada”. ¡Qué bonito! Ahora se pretende descalificarnos, utilizando anatemas ideológicos y abriendo el arsenal de los sarcófagos congelados de las tesis típicas de la guerra fría. ¡Por favor!, Más creatividad. Nos pidieron “soluciones”, nos pidieron “arreglos para avanzar”, nos pidieron “creatividad” y cuando se las dimos, ahora resulta que cogimos una “capacidad de influencia desusada”.
Crearon un “Frankenstein social” de carácter ciudadano y ahora que notan el vigor, la calidad de propuesta y en entusiasmo por aportar en la construcción de una sociedad inclusiva, ahora resulta que los sectores sociales tenemos una capacidad de influencia “desusada”. Entonces, ¿cuál es la capacidad de influencia “usada”?: ¿Esa que llevó al descrédito del sistema bipartidista y al desprestigio del parlamento?; ¿esa que ha llevado a los altos niveles de abstencionismo en los procesos electorales?… ¿Esa que generó los CATs, los incentivos turísticos, los Banco Anglo, FODESAF, etc., etc.?
Pero no se preocupen. A diferencia del final del Frankenstein literario, no serán devorados. El punto es ponernos de acuerdo para ir hacia un nuevo sistema de desarrollo, incluyente, solidario, equitativo, participativo. ¿O esto no es “inteligente”, “perceptivo”, “creativo”, “coincidente”?
Muchos de los sectores sociales más dinámicos y activos que cometimos la “osadía” de pensarnos el país que queremos, hemos perdido el miedo a coincidir. En el caso de ANEP, las pruebas sobran. Ahí está el ejemplo de la Tercera República.
Ahora se nos quiere descalificar porque tuvimos la osadía de darle a conocer al país nuestra interpretación de la alianza del Presidente Pacheco con el dúo de los hermanos Arias Sánchez. Muchos vemos en esos encuentros (que tantas veces han representado pactos entre figuras relevantes), la reproducción de las prácticas políticas reiterativas del desprestigio y el descrédito de la institucionalidad democrática, esa que nos llamaron a salvar cuando se acudió al expediente de la “sociedad civil”.
Efectivamente, estamos viendo por un espejo y para citar tan solo dos, el espejo de la realidad argentina; o, el espejo de la realidad mexicana y los “maravillosos” resultados de su TLC, los cuales son tan contundentes que hasta La Nación, con sus informaciones, nos ha ayudado para mirarnos mejor.
Albino Vargas Barrantes
Secretario General
Asociación Nacional de Empleados Públicos y Privados (ANEP)