Hacia la convergencia en pro del bien común

Estas fuerzas se mueven (entre otros), en los espacios sociales, sindicales, populares, cívicos, ambientalistas, agropecuarios, campesinos, estudiantiles, eclesiales, de mujeres, académicos, de los sectores cuentapropistas… y hasta empresariales.

En diversos espacios intersectoriales, según nuestras fuentes de información dignas de todo crédito, y por nuestra propia experiencia directa; están en desarrollo diversas sensibilidades que van conjuntándose, unas con otras, manifestando la urgente tarea de una recomposición y de una rearticulación de fuerzas para asumir una convergencia de acciones en pro del bien común.

Hay un consenso, a veces tácito, a veces explícito, acerca de que la actual hegemonía política dominante en nuestra Patria, esa que podríamos denominar como la de “los de arriba”; sigue apostando por la corrupción, por el tráfico de influencias, por la venta total del patrimonio institucional propiedad del pueblo, por la concentración abusiva de la riqueza, por el deterioro de valores morales y éticos, por la anulación de la división republicana de poderes, por los bajos salarios casi congelados, por la violencia criminal en desarrollo, y por el avance en el tejido social del crimen organizado y su principal expresión, el narcotráfico.

Desde “los de arriba” insisten en la perpetuación de la injusticia tributaria y por una permisividad cómplice con la evasión de impuestos; por obligar a pagar más impuestos a los y a las de abajo, quienes pagan más proporcionalmente hablando. Sí, pretenden perpetuar la injusticia de que más de un 70 % de los impuestos que se recaudan son indirectos y solamente menos del 30 % son directos (a las grandes rentas, a los grandes capitales).

Efectivamente, se está gestando esa rearticulación patriótica y cívica pero desde abajo, desde la gente, desde los y las de abajo, desde sus organizaciones; sin ningún “agente contaminante” proveniente del escenario electorero tan usual en nuestra cotidianeidad politiquera.
Como sabemos, estos procesos de convergencia de la gente y de sus organizaciones civiles, han mostrado gran efectividad en importantes momentos de la historia de nuestra querida Patria, algunos de gran significado en los últimos 25 años.

Con contundencia ha quedado claro que no es cierto que seamos un pueblo domesticado y que no seamos capaces de entender cuál es la profundidad de los cambios que requiere nuestra sociedad si logramos que el eje central de toda acción política, pública y privada, se inspire en la senda del bien común, del bienestar del mayor número; especialmente en estos “tiempos de TLC’s”.

Ahora lo que estamos viendo, viviendo, sintiendo, sufriendo y experimentando, es todo lo contrario: pocos, que se siguen volviendo más pocos cada día que pasa, siguen en incontenible fiesta de acumulación, con tanta soberbia y ostentación que han decidido pasarle por encima a todo lo que ose desafiarles y a todo lo que les obstaculice, incluida, la mismísima institucionalidad republicana.

Resulta más que necesario recordar que nuestras rearticulaciones, nuestras convergencias, nuestras recomposiciones de fuerzas, cuando han cristalizado, generan profundo miedo en esa hegemonía dominante, la de los excluyentes de arriba; al punto de que son capaces de hacerle trampa a la institucionalidad democrática con el único afán de lograr su propia perpetuación en el poder y, por ende, darle más velocidad a su voracidad concentradora de la riqueza.

Hubo trampa cuando se aprobó la reelección presidencial; hubo trampa en las elecciones del 2006; hubo trampa en el referéndum del 7 de octubre de 2007; hubo trampa en el trámite parlamentario de la agenda de implementación del TLC; hubo trampa intentando lo de Crucitas; hubo trampa intentando la privatización de los muelles de Limón y de Moín. Ahora hay trampa en el proceso de apertura de las telecomunicaciones; como trampa hubo para aprobar la apertura de los seguros de Riesgos del Trabajo…

Y así podríamos seguir hablando de trampas y trampas y más trampas; todas con una única finalidad estratégica: acabar con la legendaria tradición histórica del desarrollo de nuestra institucionalidad preocupada por el bien común y por el bienestar del mayor número, pese a factores excluyentes y diferenciaciones de clase inocultables, siempre existentes.
Del lado de los y de las abajo, que es nuestro lado, las experiencias nos han enseñado muchísimo. Sin duda alguna, habrá riquísimos aportes para hacerle frente a las nuevas trampas, ya en desarrollo, que pretenderán abortar la regeneración cívica en proceso pero que no lo lograrán. Vienen grandes luchas en estos “tiempos de TLC’s”. ¡Alistémonos!

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