Las 62 personas más ricas poseen tanto como las 3.500 millones de personas que constituyen la mitad población mundial. La riqueza de los 62 mayores millonarios ha crecido un 44% desde el 2010, mientras que la de los 3.500 millones más pobres ha caído un 41 por ciento, se informó en un reporte publicado antes de la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos, en Suiza. El Foro Económico Mundial congrega una vez al año a importantes líderes empresariales, políticos e intelectuales. Su prestigio es indiscutido. Nadie ha desmentido el informe, porque es verdadero.
Si 62 personas tienen lo equivalente a la mitad más pobre de la población mundial y si, además, se trata de una tendencia creciente, quienes defienden y divulgan las ideas neoliberales deberían meterse debajo de la cama, o mejor, clamar al unísono por poner impuestos nacionales e internacionales a las transnacionales; reducir a la nada la deuda externa de los países empobrecidos; estabilizar a precios justos las materias primas que producen los países en vías de desarrollo, expresión que cada vez se usa menos (por algo será); poner controles estrictos a los capitales que se mueven de un paraíso fiscal otro a la velocidad de las computadoras; eliminar los tratados de libre comercio nocivos para los países no industrializados.
En resumen, admitir el fracaso de la ideología neoliberal y promover iniciativas para controlar un libre mercado y una libre competencia que, precisamente por no tener nada de libres, causan tan astronómica desigualdad.
La concentración de la riqueza que se da a nivel mundial, global, se da también a nivel nacional. Una sola empresa controla la gran tajada de la producción de huevos, para mencionar solo un caso. Una cadena internacional de supermercados se engulló varias cadenas nacionales. Estas ya se habían tragado cientos de pulperías y de esos comercios llamados mini-súper. Así disminuye el número de pequeños empresarios y aumenta el desempleo.
La campaña permanente contra empresas estatales, como el ICE y Recope, tiene la finalidad de abrirlas, no a la competencia, sino a la compra por parte del gran capital internacional. Nos echaron encima millones de minutos en radio, televisión y miles de páginas de periódicos para convencernos de las maravillas tecnológicas que traería la apertura del monopolio de los teléfonos del ICE. Hoy vemos que las transnacionales competidoras ofrecen lo mismo que el ICE. Los millones de dólares que ganan esas transnacionales se va de Costa Rica para engrosar las arcas de alguno de los 62, y no regresa. “Desde que se fue, nunca más volvió”, llora un tango.
Pero Dios creó los bienes de la tierra para el disfrute de todas las personas. Y sin el trabajo la tierra no produce.