Sostenemos la ilusión permanente de una democracia y, sin embargo, nos enfrentamos todo el tiempo a democracias restringidas, a ejercicios de poder monárquico, aristocrático, dictatorial o pseudodemocrático. Todo, menos a democracias reales, representativas y participativas.
La gran paradoja del modelo democrático prevaleciente es que su naturaleza es esencialmente igualitaria y participativa, pero su práctica se agota en la dimensión representativa, limitada principalmente al hecho de votar. Los Estados se han convertido en los testaferros de los grupos minoritarios más beneficiados por la implantación del modelo neoliberal económico. Así, el poder político institucional ha servido al poder económico para sostener, entre ambos, la ilusión de una democracia fundada en una práctica ciudadana limitada al ejercicio del voto.
Y es esa “soberanía de minorías” la que defienden los ejércitos. Esto nos dice que, cuando el voto no va de la mano con políticas de defensa de la vida, es un mecanismo vacío. Con razón Borges decía que la “Democracia: es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística.”