Que, en términos absolutos, “redondeados” como se dice popularmente, el país debe 15 billones de colones. Si ponemos en números esta cifra se escribiría así: 15.000.000.000.000. Al pasarla a dólares, la cifra también es descomunal: 25 mil millones de dólares. En cifras: 25.000.000.000.
No hay duda de que esta circunstancia tiene un gigantesco peso en esto del déficit fiscal al punto de que, de cada 100 colones que el Gobierno presupuesta para su operatividad financiera anual, la tercera parte (o un poco más), va para lo que llaman el “servicio de la deuda”.
Pocos en este país hemos reparado en este escenario fiscal de la deuda pública con la preocupación que merecería. La verdad es que no podía ser de otra forma luego de tantos días, tantas semanas, tantos meses en que, a cada rato, se culpa a quienes laboran para el sector público del déficit fiscal, según ha sido dictado por la matriz mediática dominante.
La deuda nos estrangula como país. No los salarios ni los pluses de quienes laboran para el sector público, especialmente en la administración central del Estado.
Según se indica en la página electrónica del Ministerio de Hacienda, el actual Gobierno debe pagar, amortizar, antes de irse, en mayo del año entrante, unos 2.400 millones de dólares. ¡Un billón 368 mil millones de colones!
Y al Gobierno que siga no le irá nada bien. En sus primeros diez meses de gestión, deberá amortizar casi 2.300 millones de dólares. ¡Un billón 311 mil millones de colones!
En unos 20 meses, contando a partir de agosto de 2017 a marzo de 2019, el país, todos los y las costarricenses actuales, deberá pagar 2 billones 679 mil millones de colones.
Si esa plata no se debiera, ¿cuántas escuelas y colegios se construirían?; ¿cuántos nuevos caminos, carreteras, puentes y otras obras de infraestructura se podrían construir?; ¿cuántos hospitales, centros de cuido y edificios propios para oficinas de Gobierno y dejar de pagar tanta millonada en alquileres?, etc., etc.
¿Cuánto nuevo personal se podría contratar para los diferentes cuerpos policiales hoy totalmente debilitados, en precarias condiciones que les impide prestar bien sus estratégicos y necesarios servicios, en momentos en los cuales son los malos los que van ganando la pelea por la seguridad en sus diversos órdenes?…
En cada uno de esos 20 meses (los finales del Gobierno actual y los primeros del nuevo), unos 134 mil millones de colones, ¡por mes!, ¡cada 30 días!, se irán de las arcas públicas para atender a los acreedores de la deuda pública del país, la interna y la externa.
Y si ambos gobiernos (el que sale y el que entra) honran plenamente ambos vencimientos, los 2.400 millones de dólares del que se va y los 2.300 millones de dólares del que asume; éste quedará con un pendiente de 21 mil millones de dólares. Es un círculo vicioso sumamente destructivo porque se deberá seguir endeudando y endeudando para seguir pagando.
¿Entonces, adónde vamos a parar? ¿Qué hay que hacer? Desde el lado del capital y de sus actuales agentes parlamentarios (y seguro los que les sustituirán según las elecciones diputadiles de febrero entrante pensarán lo mismo), se prefiere el quiebre abrupto, el “crash” financiero del Estado, el “default” (cesación de pagos), con despidos masivos incluidos. A éstos les llamaremos los “liquidacionistas”.
Supuestamente de las ruinas del Estado central y del resto de la institucionalidad pública, habrá de imponerse de manera definitiva el modelo neoliberal del mercado total.
Desde nuestro lado, el lado social y cívico, pensamos en otras salidas para atender el problema. Existen ciudadanos y ciudadanas de gran sentido cívico y patriótico; muchas organizaciones sociales de diverso tipo han venido estudiando y generando gran diversidad de propuestas. Con modestia, la corriente sindical en la cual militamos también lleva mucho tiempo en este sano esfuerzo.
El capital, que no tiene ideología, más que aquella de reproducirse superexplotando, no podría resistir una estratégica conjunción de esfuerzos que vengan de personas que defienden los postulados originales de la socialdemocracia clásica; de personas inspiradas en los postulados del humanismo cristiano y del pensamiento social del papa Francisco; de personas que levantan la bandera de la izquierda progresista; e incluso, de personas que solamente piensan en el bien común y en la inclusión social, “a la tica”.
Es ésta la articulación más que necesaria para enfrentar la inminencia de una crisis indescriptible que arrastraría hasta los liquidacionistas que pregonan que es mejor que se dé el “crash” financiero del Estado y/o el “default” o la cesación de pagos. ¿Por qué no nos juntamos los que no somos “liquidacionistas”?…