La importancia del diálogo respetuoso

La pregunta tenía diversas motivaciones. Primero, porque con el transcurrir de los meses, la movilización contra el TLC devino escuela de educación política. La gente entendió –aún si a veces era de forma más intuitiva que racional- que al oponerse a ese tratado se oponían al proyecto neoliberal del cual éste era síntesis suprema. Comprendido esto, igualmente se fue haciendo claro que, en realidad, no solo se defendían las realizaciones valiosas que la historia de Costa Rica nos legaba, sino, y más importante aún, la posibilidad de construir un futuro donde soberanía, democracia, justicia y participación fueran algo más que palabras huecas.

De esta comprensión tan fundamental surgía una segunda razón, en si misma muy poderosa: la inexistencia de tales alternativas o, al menos, la inexistencia de alternativas satisfactorias. Y esto tenía implicaciones políticas directas e inmediatas: mucha gente llegó a la conclusión de que el PAC no podía ser reconocido como alternativa.

En todo caso, bueno es admitir que un sector importante del Movimiento del No sí se identificaba con el PAC y, posiblemente, sigue haciéndolo. En todo caso, ello no implica que la totalidad de esa gente se sintiera, o se sienta hoy, realmente satisfecha con ese partido. Por su parte, habría que reconocer que otro segmento importante estaría a la búsqueda de opciones distintas. Y, ciertamente, este segundo grupo tampoco es homogéneo ni en su búsqueda de alternativas están de acuerdo plenamente en lo que tal cosa pueda significar.

Las anteriores acotaciones –que me parecen absolutamente elementales- llaman la atención sobre un hecho adicional, que, igualmente, es perfectamente obvio, y el cual supongo que a estas alturas deberían haber sido plenamente asumido: nuestro Movimiento Ciudadano es diverso y plural y, en consecuencia, la construcción de opciones políticas viables pasa inevitablemente por un ejercicio concienzudo de dialogo respetuoso.

No hoy otra forma de construir tales alternativas. Si, en cambio, se opta por la vía de la imposición, del ataque gratuito o la descalificación a priori –que son opciones regresivas a la que alguna gente no quiere renunciar- tan solo se conducirá el movimiento hacia un callejón sin salida, hacia una no-alternativa carente de futuro: la de la formación de ghettos aislados y enemistados entre sí y políticamente insignificantes. Bueno es recordar que esa ha sido la experiencia de las izquierdas históricas en Costa Rica. Por ello, mucho más que por cualquier otra razón, jamás –excepto en los años treinta y cuarenta del siglo XX- desempeñaron en Costa Rica y frente a nuestro pueblo, otro papel como no fuera el de ser expresiones políticas marginales que ese pueblo nuestro jamás respetó ni tomó en serio. Bueno es enfatizar que la anterior acotación no pone en duda la valentía y honestidad de muchas de esas dirigencias de la izquierda histórica. Pero otros atributos políticamente necesarios se echaron en falta. En especial, faltó humildad para leer en el alma y en el sentimiento del pueblo antes de arrogarse, por sí y ante sí, el ser la voz de ese pueblo. Y, además, faltó generosidad para dialogar respetuosamente con quien opinaba distinto y para transigir en aquello accesorio, en bien de avanzar en la construcción de acuerdos más amplios y comprensivos en relación con asuntos fundamentales.

La construcción de alternativas políticas que tengan viabilidad pasa, insisto, por un esfuerzo de diálogo respetuoso. En la lucha contra el TLC mucho aprendimos acerca de lo que tal cosa significa. El movimiento creció, hasta poner en jaque y al borde de la derrota a todo el poder oligárquico concentrado y su alianza con corporaciones transnacionales y el gobierno estadounidense. Y creció desde su diversidad, haciendo que esta fuese matriz ubérrima, plena de creatividad e imaginación. Eso fue posible porque, por encima de las diferencias, hubo respeto y, desde ese respeto, unidad en la lucha. Una unidad que no la construyó ningún liderazgo en particular –aunque sin duda Eugenio Trejos dio un aporte particular- sino que fue el fruto de la madurez política de la ciudadanía organizada y movilizada.

Esa experiencia –de construcción política desde el diálogo respetuoso- debe ser retomada si es que queremos avanzar hacia la construcción de esas alternativas tan añoradas. Pero teniendo presente un detalle importantísimo: era más fácil construir acuerdos para oponerse al TLC que construirlos para elaborar alternativas viables. En el primer caso, el objetivo era claro y preciso. En el segundo, abundan las complejidades y, con éstas, la posibilidad del disenso. Por ello, ahora el esfuerzo debe ser mucho mayor. O sea, el respeto y la generosidad han de ser mucho más plenas y maduras.

Desde luego –bueno es aclararlo a fin de evitar malentendidos- dialogar en forma respetuosa no significa dialogar con cualquiera ni acerca de lo que sea. Aquí no queremos ni ladrones, ni corruptos ni gente que políticamente ha demostrado no merecer confianza. Pero incluso esto último –me refiero a lo político- admite gradaciones. A veces dirigentes u organizaciones o partidos hacen cosas con las que alguna o mucha gente no está de acuerdo. Pero, excepto que ello esté realmente justificado, tal cosa no debería conducir a una ruptura sino a una crítica respetuosa. O para ilustrarlo más gráficamente: quizá uno difiera de algunos aspectos del liderazgo parlamentario de Elizabeth Fonseca, pero creo que sería injusto no reconocer su rectitud y valentía. Caso bien distinto plantea Andrea Morales a la que posiblemente ya de forma irreversible no se le puede conceder ni un gramo de confianza.

En particular, debe tenerse cuidado con las exclusiones formuladas a priori. Que alguien opine diferente sobre un asunto en particular, no lo hace ni corrupto ni vendido ni cosa similar (los adjetivos descalificantes se acuñan con facilidad y se pronuncian con ligereza, pero igualmente tienen un poder corrosivo devastador). Necesario es, entonces, partir de una premisa básica: en general, coincidimos en algunos asuntos fundamentales y diferimos en muchísimos otras cuestiones relativamente accesorias. De esa premisa se deriva una elemental regla de comportamiento: nuestro esfuerzo debería encaminarse hacia la potenciación de las coincidencias y la minimización de las diferencias.

En artículos sucesivos retomaré esta discusión. En algún momento posterior, espero reunir esos escritos en un solo ensayo que, desde luego, estaré gustoso de compartir con todas aquellas personas a las que les interese. Mis objetivos son simplemente dos: invitar respetuosamente a que debatamos sobre este asunto tan, pero tan importante, y aportar mi granito de arena, confiado que muchísima otra gente, mejor que yo, podrá enriquecer y ampliar esta reflexión tan urgente.

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