La lucha social frente al conservadurismo

La conjunción de estos hechos produce tal nivel de temor a las derechas centroamericanas que, con el afán de revertir esa tendencia, han recurrido a sus viejas prácticas como los golpes de Estado. En Guatemala la derecha lo intentó sin mucho éxito. Y lo último que ocurrió en Honduras, como hemos podido atestiguar, fue de los más brutales e impensables en estos tiempos. Tiempos en los que eso de los Golpes de Estado supuestamente estaban relegados al cajón de los malos recuerdos.

En Guatemala, la práctica de los golpes de Estado es algo que, sin duda, marcó a la toda la sociedad. Ahora, y ya por dicha, lo que se escucha en conversaciones de quienes experimentaron estas funestas practicas, son los recuerdos en tono de broma, de los hechos que antecedían cada golpe militar. La interrupción de la programación regular de todas las radios del país, para dar paso a la música da marimba, como preámbulo al anuncio oficial, es un lugar común que recuerda los golpes militares.

En Latinoamérica, durante las sangrientas dictaduras militares, salvando las diferencias, las sociedades experimentaron de forma amarga los golpes de Estado y todo lo que ello implicaba. De ahí que la declaración de anoche en San Salvador, de la presidenta argentina Cristina Fernández, es explicativa cuando señala que el golpe de Estado en Honduras es un golpe para todo América latina. En clara referencia a lo que esta práctica implicaba, para la democracia y paras las víctimas de la represión.

Stroessner en Paraguay, Pinochet en Chile, Ríos Montt en Guatemala, Videla en Argentina, son sólo algunas figuras paradigmáticas que representan esa época de terror que casi nadie quiere volver a vivir. Excepto quienes se beneficiaban de diferentes formas de esa práctica, ya sea para satisfacer sus intereses, como forma de control o como disputa de poder entre cúpulas.

En la actualidad, aunque se viera como algo que nunca pasaría, existen algunas claves que llevan a pensar que, por más que se dieran transiciones democráticas en el marco de la implementación del neoliberalismo, ello no implica que la alianza oligarquía-militares tendría necesariamente que haber desaparecido. Posiblemente porque, en opinión de algunos, al término de las guerras contrainsurgentes, éstos no habían sufrido derrotas estratégicas.

Sólo de esta forma se puede explicar cómo grupos económicos en los que confluyen sectores latifundistas y financieros hagan y deshagan respecto de lo que les conviene en los diferentes países latinoamericanos. Por supuesto, vinculados a logias militares con alto poder de incidencia en el ámbito político. Configurando de esta forma una especie de enclave antidemocrático.

En la actualidad, esa idea anacrónica de poder hegemónico que implementaba la alianza oligarquía-militar y que servía de canal para un mensaje dirigido a las clases populares, que señalaba: “Pueden tener democracia si respetan al capitalismo, pero, si no lo aceptan, se quedarían sin democracia y tendrían que seguir aceptándolo de todos modos”[1]. Esta a todas luces agotada. Pero es evidente como se ha dicho desde diferentes ópticas; y en lo que es necesario insistir; es que sigue exisitiendo la intención de regresarnos a esas épocas. Y eso es algo que simplemente no se puede permitir.

Al término de estas líneas, el gobierno de facto encabezado por el golpista Roberto Micheletti, insiste de manera irracional en no restituir el gobierno legítimo al pueblo de Honduras, y se aferra a su decisión de impedir que vuelva el presidente constitucional Manuel Zelaya.

Por ello, a las decenas de miles de manifestantes que en el aeropuerto de Tegucigalpa esperaban la llegada de quien ellos reconocen como su único presidente, el gobierno de Micheletti, utilizó a su ejército para reprimirles violentamente. Ya se contabilizan en centenares los heridos. Incluso se habla de un número aun no establecido de muertos; seguir por ese camino de confrontación es irracional. La única salida que le queda al gobierno de facto es restituir de inmediato el orden que rompió, y esto pasa únicamente con aceptar el retorno del presidente Zelaya.

[1] Anderson, Perry. Citado en: Revista Critica y Emancipación, Año 1, no. 1. Junio de 2008. Clacso.

Dejar una respuesta