Lisbeth Quesada Tristán: Desde mi experiencia como defensora

PROLOGO

A escasas semanas de terminar mi mandato como Defensora de los Habitantes y frente a la entrega del Cuarto Observatorio del Estado de los Derechos Humanos en el país, deseo compartir algunas reflexiones.

Hace muchos años, siendo estudiante de Medicina tuve acceso un texto llamado_ “La Costa Rica que no Conocemos”_ del Dr. Rodrigo Gutiérrez Sáenz, ex decano de dicha facultad. Mi gran sorpresa fue entonces descubrir un país, una población y un estado de la salud en Costa Rica que nada tenían que ver con mi experiencia personal como habitante, esto gracias al esfuerzo y trabajo de mis padres, para ofrecerme una realidad muy diferente, inclusive a la que ellos habían tenido acceso.

Hace cuatro años ofrecí mi nombre para el digno puesto de Defensora de los Habitantes. En ese momento, creí que mi lucha por la construcción de los cuidados paliativos para los pacientes en fase terminal y sus familias, si bien no suficiente, era una experiencia importante. Creo que no tenía una preclara idea de qué iba a enfrentar. Hoy mucho más consolidada, mucho más fuerte, y mucho más consciente, debo reconocer que en mi vida hay un antes y un después de la Defensoría de los Habitantes.

He aprendido, que aunque esta institución tiene sus limitaciones para la defensa de los derechos humanos de la población, se convierte en imparable cuando a la defensa de esos derechos se unen las comunidades organizadas, la voluntad popular, la conciencia colectiva. Un claro ejemplo de esto es la comunidad de Sardinal. Sardinal es como Fuenteovejuna señor.

He aprendido que no importa cuánta legislación escrita exista en un Estado a favor de los Derechos Humanos, si no existe voluntad política para respetar esos derechos, la violación es inminente o muy real. Un claro ejemplo de esto es la implementación de la Ley Nº 7600. Tal vez las personas con discapacidad tengan que vivir una espera forzada por otros 13 años más antes de que se de cumplimiento efectivo de a dicha ley.

He aprendido una vez más a seguir mi intuición, por encima de “lo que es más apropiado”, “lo que procede”, o “lo políticamente correcto”. La intuición es la primera forma de conocimiento humano, muy por encima de la razón. Un claro ejemplo de esto es el frustrado “Pequeño Manhattan”, el programa de vivienda para la clase media.

He aprendido que el trabajo en solitario es imposible, que hay que escoger a los mejores y que aún éstos siendo los mejores, muchos se quedarán en el camino. Los logros nunca son de una sola persona, a lo sumo, de dos. He contado con un equipo de apoyo como pocos funcionarios públicos tienen, las y los funcionarios de la Defensoría de los Habitantes

He aprendido que la transparencia y la rendición de cuentas en la función pública son elementos indispensables para que el habitante confíe, crea en la institucionalidad, en la justicia, y en que sus derechos serán respetados. Por eso, esta Defensoría sigue ocupando el primer lugar de respeto y confianza entre los habitantes.

He aprendido mucho sobre el doble discurso de la clase gobernante en la Costa Rica de los últimos 39 años. Protegemos el ambiente, nos vendemos al exterior como un paraíso ambiental, creamos toda una legislación ambiental, que deslumbra y, sin embargo, es el Estado el principal violador de esa legislación, ya sea desde el gobierno central, o bien desde las municipalidades.

He aprendido que la equivocación está a la vuelta de la esquina. Que la improvisación y la falta de planificación sólo redunda en una factura muy alta que pagamos todos los y las habitantes.

He aprendido que cometemos errores pero lo que es difícil de justificar, es tropezarse dos veces con la misma piedra, pues le cuesta al habitante muy caro: se violan sus derechos.

He aprendido que un sistema político cuyo marco de trabajo no son los derechos humanos está lejos de ser justo, equitativo y no discriminante.

He aprendido que la justicia no siempre es justa. Que existe un deber de respetar la diversidad, en todos sus extremos y que, entre más intolerante y dogmática sea una persona, más insegura es, más amenazada se siente, y menos convencida está de esa realidad, que tanto defiende, esa defensa de la fidelidad a su propia versión de la realidad, a ultranza, sólo refleja el profundo miedo en el que vive.

He aprendido que muchos son los que se dicen “llamados”, los que se creen “pre-claros”, muchos los que se dicen ser dueños de la verdad, muchos son los que se visualizan dentro de su propia fantasía mesiánica, pero poco, muy pocos, son los limpios de corazón, los grandes de espíritu, los trabajadores por sus semejantes.

En fin, he aprendido mucho, mucho más de lo que nunca pensé. No puedo seguir en el recuento de lo aprendido, pero hoy, a unas cuantas semanas de terminar la gestión, vuelvo sobre mis pasos y retomo algunos pensamientos y sigo creyendo que hice lo correcto. He sido el horcón esquinero de muchas luchas, la flecha que apunta hacia el Norte, con los consecuentes granizos y rayería en la tormenta. Como Edith Piaf, no me arrepiento de nada.

No creo haber llegado aquí por mera casualidad. Me ha tocado como jerarca vivir junto con la institución y las y los habitantes una de las pruebas más duras para la Defensoría: El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y República Dominicana, conocido como el TLC. El país dividido, las familias divididas, las presiones en su máximo, y la Defensoría configuró un equipo técnico a lo interno que estudió, que investigó, que analizó el TLC, para llegar a un pronunciamiento estrictamente técnico, que desde luego estaba imposibilitado de satisfacer a todos y cada uno de los intereses de los habitantes de la República. Yo decidí respetar ese criterio, no privaron cálculos políticos, no privaron cálculos de oportunidad, alguien tenía que decirlo.

Como jerarca, me informé, estudié, medité. En una de esas madrugadas, frente a los cientos de documentos, mientras terminaba de leer el criterio técnico sobre UPOV y comprendiendo cómo se estaba cambiando para siempre el paradigma milenario de la relación del hombre y del campesino con la tierra y sus semillas, surgió desde los más profundo la frase “Este TLC no tiene Alma”.

Comprendiendo el impacto que tendría nuestro informe, pedí luz a mi Dios, pedí sabiduría, y tomé una decisión. Asumo las consecuencias de esa decisión, celebro la independencia que tuvimos como institución y como jerarca para tomar esa decisión. El castigo por esa decisión: el aislamiento de los medios de comunicación por un tiempo largo, la atomización de nuestra legitimidad, y la descredibilidad por los sectores que se sintieron afectados, el ataque personal, la burla, la descalificación.

Lo que no comprenden los opositores es que les estoy profundamente agradecida, como persona, como mujer y como defensora. La oposición, trajo más fuerza en la convicción, más seguridad en la toma de desiciones, fortaleza al espíritu, alimento al alma. Más ganas de seguir trabajando.

De quienes compartieron el criterio, aprendí a recibir la solidaridad de los desconocidos, recordé la infinita capacidad que tiene el pueblo de organizarse espontáneamente, en este caso a través de los comités patrióticos, fenómeno sociológico nuevo en América Latina. Rescaté además, de mis pasadas clases de Historia y Geografía en la universidad, la figura de ese gran patriota que fue Juan Rafael Mora Porras, me inspiré en su ejemplo y volví a disfrutar, en todos sus extremos, de la Patriótica Costarricense, la preferida de mi madre, Ligia Tristán Soubrié:

“Costa Rica es mi patria querida,
vergel bello de aromas y flores
cuyo suelo de verdes colores
densos ramos de flores vertió.

A la sombra nací de tu palma,
tu sabana corrí siendo niño,
y por eso mi tierno cariño
cultivaste por siempre mejor.

Yo no envidio los goces de Europa,
la grandeza que en ella se encierra;
es mil veces más bella mi tierra
con su palma, su brisa y su sol.

La defiendo, la quiero la adoro,
y por ella mi vida daría,
siempre libre ostentando alegría
de sus hijos será la ilusión”.

Hasta mi madre, desde donde Dios la tenga hoy, me acompañó en los momentos más difíciles. Aprendí también que este puesto de jerarca, es solo, muy solo, y muchas, muchas veces tuve que poner “el ala fuerte y la mirada fiera” para poder enfrentar, como dice el poema de nuestro poeta Julián Marchena a quien tuve el honor de conocer siendo una niña de sexto grado.

En esta oportunidad, estoy presentando el cuarto y último informe del estado de los derechos humanos en el país, correspondiente a mi gestión. Hago un balance y estoy satisfecha con el trabajo. Deseo una vez más, que este informe reciba la atención de las señoras y señores diputados. Que lo tomen en cuenta a la hora de elaborar y discutir las nuevas leyes para la República. Que no sea tomado como: el examen que se revisa, con ojos de dónde se equivocó, o qué se puede sacar que no haya hecho, a qué no le puso suficiente atención o cómo hacemos para que repruebe.

Este informe requiere un diálogo franco, pausado, abierto, reflexivo sobre el estado de los derechos humanos en Costa Rica y… un compromiso político del Parlamento de no dejarlo pasar, de complementarlo, de enriquecerlo y de traducirlo en legislación para todos y todas. Los invito a este diálogo.

Me llevo conmigo la mirada de esperanza de todos y cada una y uno de los habitantes que pasaron por la institución.

Me llevo la humildad y la confianza de los habitantes cuando vinieron a pedir ayuda.

Me llevo las sonrisas y las miradas de comprensión del tema de los niños cuando se les dio el mensaje de derechos humanos con los títeres.

Me llevo las miradas de los adolescentes sorprendidos con el Proyecto de Teatro de Ibsen.

Me llevo la desnudez de los niños y niñas de Isla Caballo.

Me llevo la confianza de las personas, que vinieron a mí, abrieron su corazón y creyeron en la institución.

Me llevo las miradas de frustración de los habitantes cuando el resultado de su gestión no era el esperado.

Me llevo las miradas de satisfacción cuando fuimos exitosos en la gestión.

Me llevo los amigos y amigas nuevas se hice dentro y fuera de la institución.

Me llevo todo este aprendizaje, para servir mejor, donde mi Dios me lleve.

Me lo llevo todo.

Dejo con mucho respeto aquí, para la meditación del lector, un poema de Jorge de Bravo que he tratado de seguir al pie de la letra en estos cuatro años de mi gestión.

He sido una habitante en funciones de Defensora.

Ciudadana Lisbeth Quesada Tristán

Trajes

Hace mucho que usamos este mismo vestido
en la casa,
en la iglesia
y en el gobierno

Nos hemos habituado tanto a usarlos
que ahora nos da miedo
y no nos atrevemos a cambiarlo,
como si con el cambio
nos quedáramos muertos.

Ajustamos los pasos,
las costumbres, los credos,
el amor,
los pensamientos,
a la estrechez reseca de este traje
apolillado y viejo,
que empezó siendo objeto de servicio
y se nos ha trocado en carcelero

Yo digo, sin embargo, que en la vida
hay mucho traje fresco.
que debemos quemar este gangoche
donde ya no cabe el pensamiento.
lo importante es decir un día de todos:
-¡Al diablo este vestido polvoriento!
Y agarrarlo con cólera y rasgarlo
y quedarse desnudo en medio del viento

(Estando uno desnudo busca traje
aunque tenga que hacerlo
deshilándose
el cuerpo)

Lo importante es tirar este vestido,
encontrar uno nuevo
y no dejar jamás que se nos hunda
en la piel y los huesos,
porque entonces, amigos, deja de ser vestido
y se nos hace amo y carcelero.

Jorge de Bravo

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