En el Punto cristiano de la semana pasada reprodujimos parte de un discurso de Francisco, obispo de Roma, sobre los movimientos sociales y la Iglesia.
Luego de siglos de que la Iglesia se ha dirigido preferentemente a los ricos y al Estado, para buscar protección y financiamiento (no siempre para sus obras de caridad), Francisco intenta que mire a los movimientos populares. Es un giro de 180 grados.
No se trata de la opción preferencial por los pobres que la teología latinoamericana de la liberación logró inscribir en los documentos oficiales de los obispos de la región (Medellín (1968), Puebla (1979), etc.).
La nueva opción no desecha la primera, que sigue vigente. Sin embargo, ahora hay una profundización o clarificación.
Francisco quiere que la Iglesia dialogue con los pobres organizados, informados de la situación que viven gracias a las ciencias sociales, asesorados por economistas, sociólogos, historiadores e incluso teólogos. La Iglesia tiene larga experiencia en tratar indigentes, niñas y niños abandonados, lo mismo que ancianos desvalidos, pero le cuesta dialogar y entenderse con trabajadores organizados, pensantes.
El acercamiento entre los movimientos sociales y las iglesias es un camino sembrado de minas antipersonales que pueden explotar en cualquier momento. De parte de los movimientos sociales la principal dificultad consiste en lograr una membresía numerosa, dispuesta a financiar su propio movimiento, y deseosa de adquirir formación.
Los trabajadores deben confiar en los sindicatos, la principal entidad de trabajadores organizados, en realidad insustituible. Para ello, deben superar la propaganda basura que ciertas empresas de difusión masiva siembran en los trabajadores y la población en general, para denigrar el sindicalismo. Es una campaña permanente y nada fácil de superar por parte de la dirigencia sindical, que necesita continuamente ganar la confianza de los trabajadores.
De parte de las iglesias tampoco es simple, pues pocos presbíteros y pastores poseen la formación científica para entender la realidad social del país más allá de lo que dicta el sentido común, lo engañosamente obvio.
Es la falsa realidad que dictan las empresas de difusión masiva, lo que ellas quieren que veamos. Además, los clérigos que deseen relacionarse con movimientos sociales, es decir, con el pueblo organizado, deben entender que estos gozan de autonomía con respecto a empresas, partidos políticos e iglesias. Y los sacerdotes católicos en particular, hacerse cargo de que existe en las jefaturas sindicales una larga tradición de desconfianza hacia “los padrecitos”.
No se ha borrado el recuerdo del padre Benjamín Núñez maniobrando a favor de Liberación Nacional y que, como Ministro de Trabajo en 1949 disolvió la Central de Trabajadores de Costa Rica (el mayor sindicato de la época) y transformó el sindicato Católico, la Rerum Novarum en un sindicato blanco, brazo obrero de Liberación Nacional, para disgusto de Monseñor Sanabria, sin el cual Núñez no hubiera formado ningún sindicato ni accedido a la cúpula de ese partido.
Los presbíteros y los pastores que se acerquen a los movimientos sociales deben saber, igualmente, que encontrarán personas que poseen modos de pensar y actuar más o menos alejados del sentir cristiano.
No en todos los sindicatos nacionales se pregona, como una de sus bases de pensamiento, “el humanismo cristiano”, tal como lo hace la ANEP. Y sin duda alguna, los clérigos católicos que quieran acercarse a los movimientos de trabajadores organizados encontrarán dirigentes sindicales decepcionados de lo que consideran un actuar tímido, ausente y calculador de parte de la jerarquía eclesiástica.
Vale la pena superar esas y otras dificultades, pues la convergencia entre trabajadores organizados e iglesias (la católica y las evangélicas) es requisito indispensable para avanzar hacia la justicia social.