Poco antes de las 6 de la mañana, sonó el timbre del teléfono, era Albino: __“Freddy, necesito que te vengas inmediatamente, hubo un accidente y hay un muerto, parece que es Mario Blanco…”._ Un silencio largo nos unió a la distancia, siguió la conversación, el intercambio de voces entrecortadas por el llanto, el tarugo en la garganta y la ilusión vana de que no fuera cierto, esa sensación que uno experimenta ante el horror de perder a un ser querido. Tal vez no sea cierto, un error, alguien muy parecido, un sueño, una pesadilla, no puede ser.
Luego la confirmación, las caras largas en los pasillos de la ANEP y de la Morgue Judicial, los ojos rojos por doquier, los anteojos oscuros, el trajín, la angustia de no poder hablar, de solo vernos y apartar las miradas, los abrazos y el dolor en el corazón por el llanto que no brota y los recuerdos inolvidables.
El miércoles anterior al accidente, estuvimos juntos en el comedor de la ANEP; en una sesión informal, una mesa de café donde Mario y yo por ser los mayores y protagonistas del taller de zapatería, recordábamos como se hacían los zapatos: Recoger el “avío”, montar el corte en la horma y “güesiar” el par para entregarlo. “EL TALLER” de Calufa, era el tema.
De alguna manera, Mario y yo habíamos intimado en aspectos familiares y culturales; con diez años de diferencia en edad, (Mario era menor) a menudo nos encontrábamos elucubrando, imaginándonos en el taller de su abuelo y en el de mi padre, hablando de tiempos pasados y discutiendo sobre el proceso de la confección de calzado, en un mundo que solo conocíamos de vista y de oídas, porque ni él ni yo aprendimos el oficio, de la zapatería, tampoco nos vimos concientemente, en el taller de su abuelo, donde yo de niño, llegaba con frecuencia a recoger los cortes y dejar los zapatos que mi padre fabricaba, para aquel remedo de maquila de los años 50, que tenia don Carlos Vado; un gigante nica que tuvo el privilegio de ser el progenitor de la madre de uno de los más connotados abogados laboralistas de nuestro país; doña Meibol Vado de Blanco.
Así es que, sin ser zapateros, conocíamos el taller, donde, entre suelas extendidas en el piso y pieles arrolladas en las mesas de cortar, aprendimos la jerga y la música de aquellos sagaces artesanos que trabajaban en un caserón, tipo chirrión, ubicado a la orilla de la línea del tren, allá por el Pacífico, en la Alajuela de los años 50.
¿Quién con más autoridad que nosotros para discutir sobre “El Taller” de Calufa, en aquella mesa de imberbes, como Saúl, Pata, Susan, María Laura, Gerardo, Retana, Zaida, Cristina y otros tantos que se acercaron para admirar la sabiduría del abogado; en materia de artesanía y música popular y el promotor sindical con sus afirmaciones exageradas, que arrancaban de vez en cuando, una risa discreta; poco usual, en aquella cara peluda?
Nos cuenta don Martín y doña Meibol, padres de Mario, que él nació en Alajuela; un 30 de abril de 1956 a las 8 de la noche: “…Fue el mejor regalo de cumpleaños que me mandó el Señor”, —dice doña Meibol, desde ese día solíamos celebrar juntos, nuestros “cumpleaños feliz”.
Alajuela no nos dio todo el calor que necesitábamos para criar a Mario y cinco hermanos más que vinieron después (hombres y mujeres) y tuvimos que buscarlo en Liberia, ciudad que lo vio crecer, y a la cual amó y de la cual se enorgulleció hasta el final de sus días.
A la edad de los cuatro años ingresó al Prekinder de la Escuela de Santa Ana en Liberia. a esa edad ya era un gran jinete, pues corría por toda la finca_ “El Capulín”_ (en la cual su padre era mandador), en su caballo “Bodoque”, dócil como su nombre.
Su padre lo llevaba a la escuela en una motocicleta, que era el vehículo familiar, (entonces Mario no tenía hermanos) y los fines de semana, toda la familia se montaba en la moto y se iban a disfrutar del sol, en las playas de Guanacaste,- “en la Kuicli, que más parecía una bicicleta de motor que otra cosa, llegábamos a la costa, de ida no teníamos problemas porque íbamos de bajada, de regreso era la “trifulaca”, en las cuestas, Martín subía a todo gas, y Mario y yo de la mano, lo hacíamos a pie hasta encontrarnos en la cima” –cuenta doña Meibol.
Un día la costumbre y la destreza del montador, traicionaron a Mario y tuvo un gran accidente. Cuenta don Martín que llevaba al niño para el kinder por las calles blancas del barrio El Capulín; famoso por antonomasia, y en una parte del camino llena de irregularidades, la moto saltó como caballo, el niño que viajaba atrás, acostumbrado a cabalgar, “hincó” la moto con los talones, como quien hinca la panza de la bestia para no caer, y recibió el impacto de los rayos de la rueda en uno de sus talones; ese día no pudo asistir a clases y en su lugar, padre e hijo experimentaron la angustia que se vive en una sala de emergencias.
Liberia crecía como ciudad, al igual que Mario como persona. A los 6 años, fue fundador de la Escuela Laboratorio del lugar, centro educativo donde, por lo general, sólo ingresan niños y niñas con capacidad de aprendizaje por encima de lo normal. Mario no sólo fue un buen alumno, sino que fue excepcional, extraordinario, llegando a ser, año con año (hasta sacar el diploma), el primer promedio de toda la escuela.
Los accidentes persiguieron a Mario, una vez; cuando regresaba de un campamento en Playa Naranjo, con su uniforme de “boy scout”, junto con otros compañeritos de la tropa, el vehículo que los transportaba se volcó estrepitosamente y Mario, y todos sus compañeritos rodaron por los suelos; no quedó nadie sobre el asiento. Dichosamente, esa vez no hubo angustia en la sala de emergencias.
Don Martín y doña Meibol no recuerdan porqué razón Mario ingresó al Instituto de Alajuela, viviendo ellos en Liberia. La cosa es que sus padres se quedaron en la pampa y Mario se vino para la casa de sus abuelos, con el fin de hacer sus años de colegio, con guerrera blanca estilo West Point, uniforme que caracterizó a los estudiantes del Instituto de Alajuela, hasta los años 80.
Guerrera blanca con charreteras, botones dorados en la pechera y las mangas, pantalón azul, cuadernos bajo el brazo, rebeldía plenamente justificada, derechos humanos, no a la guerra, fuera yanquis de Vietnam, viva Cuba, viva el Che. Estas ideas comunistas, según la mayoría de los profesores y padres de familia de la época, le ocasionaron a Mario grandes problemas en el estudio. Contaba Mario, que él y otros compañeros y compañeras “los más comprometidos con las causas sociales”, se escondían para hacer reuniones clandestinas, por temor a la dirección y algunos padres conservadores que les querían borrar de la mente aquellas ideas “perniciosas”.
El proceder de los mayores, en vez de amilanar el espíritu rebelde de Mario, le ayudaron a forjar su concepción revolucionaria y consolidaron su carácter de luchador, así ingresó a la Universidad de Costa Rica, luego de graduarse en el año 1973 en el Instituto de Guanacaste, sin guerrera ni carreteras, pero con mayor persecución por sus ideales, por cuanto éstos se exacerbaban conforme crecía el muchacho.
La juventud de Mario se caracterizó por su dedicación al estudio, al trabajo y su convicción en los ideales humanistas; pero, sobre todo, por su gran humildad. “Mario Verduras” le llamaban con cariño sus compañeros de Liberia. Se ganó el mote, porque siempre acompañó a su padre en el camión de las verduras que recorría las calles de la ciudad, a menudo se le veía con un saco de papas al hombro o un racimo de plátanos en la mano, o en las mañanas descargando el camión que le daba sustento a la familia Blanco Vado.
En 1974 ingresa a la Universidad de Costa Rica y comienza su trabajo asalariado en el Patronato Nacional de la Infancia, primero en Liberia, luego en Alajuela; allí hacía sus primeras armas como Asistente Legal.
No conozco los pormenores, el cómo ni el cuándo, Mario ingresó al Partido Vanguardia Popular, pero con esa determinación volvieron los problemas: pegas, pintas, manifestaciones callejeras, huelgas, detenciones, habeas corpus, Chile no se rinde, Pinochet asesino, No pasarán.
Con el “No pasarán” se alistó en la brigada internacionalista “Carlos Luis Fallas”. Empuñó el “fall” para combatir la tiranía Somosista y regresó ileso después del triunfo sandinista.
No conocí a Mario en el Partido, sino hasta que llegué a la ANEP. Él había llegado poco antes que yo a trabajar en el Departamento Legal. Estando en el sindicato, se graduó de abogado en el año 1983 y empezó su carrera ascendente hasta llegar a ser lo que fue: un hombre de extraordinaria sensibilidad social, que no pudo eludir por ser un profesional connotado, su responsabilidad con la lucha de clase y decide continuar activo, participando en todas las acciones político populares que se gestaban en el país, por la defensa del pueblo costarricense. Así lo vimos en todos los acontecimientos revolucionarios del momento; sin descuidar su preparación profesional, inmerso en todas las contiendas sindicales y partidarias: 13 congreso de Vanguardia Popular, división, Asamblea ANEP, tendencias, Lucha, UDE, división, intervención del sindicato por parte del Gobierno, pañuelos amarillos, banderas rojas, Coopejama.
Para paliar la mala situación que nos dejo la intervención del Gobierno de Monge por medio del Ministerio de Trabajo y el consecuente congelamiento de las cuentas en ANEP en 1984, los funcionarios del sindicato constituimos Coopejama; un comedor común en las mismas oficinas de la ANEP, donde Mario almorzaba con nosotros y se hacían los mas profundos comentarios del quehacer político nacional, al tiempo que se contaban los mejores chistes y se hacían las más pesadas bromas. Mario nunca faltó a la sesión del almuerzo. Me parece verlo lavando una pila de trastos, después de perder una apuesta con los otros compañeros o burlarse con picardía de su contrincante cuando él era ganador.
Acostumbraba llegar muy temprano al sindicato, antes o poquito después de Zaidita, quien lo chineó con especial esmero. Fue Secretario General Adjunto, en una de las mejores juntas directivas que ha tenido la organización; después no quiso continuar como directivo, decía que ese no era su campo.
Luchador inclaudicable por la justicia social, por las reivindicaciones de los trabajadores, elaboró vasta doctrina, para que el movimiento sindical la pusiera al servicio de la clase trabajadora.
Estudiando y trabajando, logró formar su propio hogar. Amó su familia como el que más y le brindó; a la manera que lo hacemos quienes estamos comprometidos con las causas sociales, todo el amor y la seguridad que pudo darles, en uno de sus libros, tal vez en el último, se puede leer esta dedicatoria “A Maritza, por tolerar los espacios hurtados al amor y a la familia”.
Amaba la vida, el mar, las montañas, la naturaleza, sus amigos, su profesión, los libros, la música, el arte en general; tenía una vasta cultura popular y se identificaba con ella. Fue un fotógrafo anónimo extraordinario; odiaba las corbatas, los vestidos enteros, el protocolo, la publicidad y los canallas.
Los accidentes lo siguieron de cerca. En el último, tampoco fue a la sala de emergencias, allí trascendió para quedarse entre nosotros para siempre.
Gracias Mario por todo lo que nos enseñaste, Gracias por estar entre nosotros, Gracias por haber venido a tu homenaje .
Para el colectivo de ANEP
Freddy Solórzano Jimémnez
San José 25 de Mayo 2000
10 de octubre de 2005 algunas correcciones.