Desde las tierras costarricenses lanzamos un profundo mensaje solidario, lleno de consternación e indignación, ante el brutal magnicidio de los 43 jóvenes estudiantes masacrados por el desprestigiado y corrupto sistema político mexicano; mismo que expresa una malsana combinación de corrupción y narcotráfico, potenciada a partir de la entronización, prácticamente irreversible en ese país, del neoliberalismo.
Los 43 mártires juveniles del México real (ese que no se ve en sus telenovelas, ni en sus programas de “tv basura”); el México real de las mayorías populares violentadas de múltiples formas durante tanto tiempo; desaparecieron (más bien, criminalmente fueron quemados vivos, pareciera ser), la noche del pasado 26 de setiembre de 2014; fecha esta que quedará esculpida en las duras páginas de la ignominia y del genocidio que, lamentablemente, marcan la historia de nuestra querida América Latina.
Los 43 mártires juveniles mexicanos eran estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, ubicada en el pueblito de Ayotzinapa, estado de Guerrero, el más pobre y el más sufrido de todo México. El que alberga uno de los sitios de mayor opulencia, lujo y despilfarro, cual espantosa paradoja, del México terriblemente desigual: el “famoso” balneario de Acapulco.
La putrefacción del sistema político mexicano, con esta masacre, quedó al desnudo ante el mundo como nunca antes. Las 43 jóvenes vidas arrancadas en medio de terribles dolores y gran sufrimiento, muestran a qué grado de perversidad puede llegar un “paradigma” de vida que potencia la más brutal competencia entre seres humanos, en el marco del “dios” mercado y sus secuelas nefandas de precarización social y económica; generando degradación de valores éticos en todas sus expresiones y fomentando la búsqueda de la riqueza fácil sin importar cuántas muertes haya que generar, aunque sean personas que apenas emergen a la vida productiva de un país.
La masacre, este magnicidio social como debe ser realmente catalogado, debe levantar todas las conciencias críticas de todas las organizaciones y personas que, de un modo u otro, creemos que el rumbo que lleva el planeta va en la dirección equivocada.
La menor convicción humanista y la más mínima creencia religiosa en todas las manifestaciones en que El Creador se expresa y se comprende, exige la más enérgica condena; así como la más fuerte y vehemente exhortación al Gobierno de México y a su actual presidente, Enrique Peña Nieto, a dar las más amplias explicaciones y a que se actúe con una inusitada acción pública contra el terror, a fin de sancionar a los culpables directos e indirectos de un crimen que podemos calificar ya de lesa humanidad.
Todos sabemos que el sistema político mexicano es, en realidad, una democracia de fachada; que México va por el camino de lo que llaman “Estado fallido”; que en México la combinación de política y narcotráfico, en el marco del neoliberalismo, ha degradado los valores más elementales de una convivencia social humanizada. En fin, que en México, todos los días, mueren cientos de personas, seres humanos, que el sistema neoliberal, el de la corrupción y del narcotráfico, ha excluido de los beneficios del crecimiento económico.
Cuesta y duele admitirlo, pero estos 43 jóvenes estudiantes mártires expresan, dramáticamente y con el sacrificio de sus incipientes vidas que “el neoliberalismo es una forma de vida, no solo una ideología o una política económica”, tal y como nos lo indican los prestigiosos sociólogos franceses Christian Laval y Pierre Dardot. Ojalá que a Costa Rica no le llegue algo parecido. Pero…