En Soñar con los Pies en la Tierra
Hablaré en este artículo de las élites del poder en Costa Rica y de su incapacidad para generar ninguna respuesta satisfactoria ante la crisis del modelo neoliberal, del cual esas mismas élites han sido autoras, conductoras y usufructuarias por ya casi treinta años. Muy en breve, cuando digo élites me refiero, en general, a los grupos hegemónicos en los ámbitos político y económico, como también los que, por medio del control de los medios más poderosos, a su vez controlan la información.
En efecto, el proyecto neoliberal en Costa Rica está sumido en grave crisis. Esta no asume la forma de un derrumbe o colapso catastrófico. En cambio se manifiesta como al modo de un síndrome, esto es, un cúmulo diverso de patologías que tienden a perpetuarse en el tiempo, agravándose de forma progresiva. Ante ese estado de desorden y decadencia, las élites del poder no hacen sino reiterarse, una y otra vez, en fórmulas trilladas, repetitivas y fracasadas.
Lo cierto es que la economía va a rastras, con altísimos niveles de desempleo, subempleo e informalidad laboral, y enormes déficits en las finanzas públicas y en las cuentas externas. La institucionalidad pública se ha vuelto inoperante e ineficaz. La infraestructura se cae a pedazos. La sociedad se polariza, las desigualdades crecen y la violencia se agudiza. El sistema político semeja una maquinaria herrumbrada, carcomida por la corrupción; chirría sin poder resolver uno solo de los problemas relevantes que se le plantean.
Y entonces la gente siente que la democracia representativa ya no la representa y que los políticos y los partidos constituyen una casta por completo ajena a sus vidas. Y, con toda razón, considera que ni su empleo ni sus ingresos están seguros, puesto que de hecho su nivel vida está estancado cuando no en retroceso; que las calles son violentas e inseguras; que no hay mucha oportunidad para mejorar; que el futuro es penumbroso e incierto.
En los orígenes de este proyecto neoliberal, y durante toda su fase de ascenso a lo largo de los ochentas y noventas del siglo XX, Eduardo Lizano fue el gran ideólogo; el que trazaba el sendero y lo iluminaba. Sus ideas no eran ni especialmente brillantes ni mayormente originales. Básicamente las tomó prestadas de economistas del norte rico, y nacían de la borrachera ideológica neoliberal que desde las metrópolis del capitalismo, se irradiaba al resto del mundo. Pero Lizano supo traducirlas –he ahí su mérito- al contexto costarricense, y las hizo persuasivas y simpáticas para las élites criollas, quienes las abrazaron con delirio. Sintieron que, ahora sí, todas sus preguntas quedaban contestadas.
Los mejores momentos de este proyecto neoliberal transcurrieron durante los 15 años previos a la llegada del nuevo siglo. Justo cuando empezaba a dar síntomas de desfallecimiento, ocurre un pequeño “milagro”: hacia 1997-98 la llegada de Intel le infunde nuevos ímpetus. Pero la alegría no duró mucho; las jornadas del Combo-ICE a inicios del año 2000 dan inicio a un período de agravadas vacilaciones. La propuesta neoliberal pierde empuje. De ahí que por aquellos días Lizano hablase repetitivamente de “la barca en medio del río” o la “bicicleta estacionaria”, un par de metáforas que traducían la amargura que provocaba el relativo estancamiento en que el proyecto neoliberal se encontraba. Ya para entonces al propio Lizano le escaseaban las ideas; lo suyo más parecía un plañido de impotencia.
Pero aun así tuvieron capacidad para ilusionarse e imaginar que el TLC con Estados Unidos podría ser la fórmula mágica que podría revivir su proyecto. Lo concibieron como un instrumento que permitiría meter por la cocina un conjunto de gruesas contrarreformas neoliberales.
Ese TLC se aprobó hace seis años, y ya tiene casi cinco de haber entrado a regir. Al cabo, impusieron lo que querían pero no resolvieron nada. El caso es que su proyecto está hoy más empantanado que nunca.
Lizano, el ideólogo de los buenos tiempos, dejo de ser la lumbrera en cuanto empezaron a aflorar los problemas. Hoy, ya retirado, ha de observar compungido como las tinieblas se apoderan del ambiente ideológico que, en momentos más promisorios, él alumbraba.
Ahora predomina la confusión y el desconcierto. Debemos admitir que no es un problema que exclusivamente se manifieste en Costa Rica. Aquí, como en el mundo, el neoliberalismo sigue al comando. Y aquí, al igual que allá, predomina la confusión y el marasmo. El destino parece ser el despeñadero, puesto que las decisiones siguen en manos de gente que no miran más allá de sus intereses inmediatos, y a quienes, además, ni les interesa ni tienen la claridad para buscar nuevas y renovadas posibilidades.
En lo que a Costa Rica compete, paradójicamente hemos de reconocer que las élites no carecen de un nutrido ejército de ideólogos, a los cuales retribuye muy generosamente. No obstante lo cual, su desempeño resulta, hasta en el mejor de los casos, de una mediocridad que desarma. Basta darles seguimiento a los usuales columnistas de La Nación, tan grises como anodinos.
El que un poco se salva es Vargas Cullel, y no porque logre acertar en alguna propuesta que resuelva la desesperante ausencia de soluciones. Pero si aporta lo que posiblemente ninguno de sus colegas logran ni tan siquiera percibir: describe (aunque sin profundidad crítica) algunos de los problemas más angustiantes, y, así, juega un papel de “mala conciencia”, pero no tanto como para volverse non grato. Las élites nunca se sienten cuestionadas por sus interpelaciones. Él les ilustra adónde está el problema y ellas toman nota. Luego cada quien a lo suyo, puesto que, aunque el país se hunde, todavía los dólares conservan algún brillo.
Cuando el neoliberalismo anda sumido en la más completa confusión, y cuando su modelo se derrumba como castillo de arena abatido por las olas, entonces, más que nunca, sería el momento para le emergencia de alguna alternativa. Lastimosamente tampoco desde la otra acera existe ni la claridad, pero, sobre todo, tampoco la generosidad que se habría requerido.