Como representantes de un importante conglomerado obrero-laboral y sociopolítico plenamente identificable para toda nuestra sociedad, queremos hacer el más vehemente llamado a todas las conciencias obreras y sindicales, así como cívicas y sociales, todas de profunda convicción democrático-patriótica, para que no le demos paso al odio; odio que, con preocupación, venimos notando en ciertas vocerías, espacios y medios, con ocasión del desarrollo de la más brutal campaña mediática de agresión psicológica y de terrorismo ideológico, nunca antes vista en contra del Empleo Público y, en esencia, de todo lo que tenga que ver con el sector Público, desde que fuera fundada la Segunda República, en 1949.
Queremos decirle a todas las personas profesionales honestas de la Administración Pública; queremos decirle a todas las personas integrantes de los diferentes cuerpos policiales estatales; queremos decirles a todo el personal técnico, oficinista, administrativo y misceláneo del sector Público; queremos decirles a todas las personas que laboran en los sectores de las empresas públicas, de la Educación, de la Salud y del sector Municipal; que bajo ninguna circunstancia el elemento odio anime ni nuestras propias conciencias ni la de nuestras familias, pese a la brutalidad verbal e insana retórica de quienes, en forma abierta y/o solapada, se vienen prestando para alimentar la campaña de odio contra quienes trabajamos para el Estado.
Quienes apelan al odio, especialmente cuando ese odio es alimentado por la iracundia de la irracionalidad, es porque han llegado a un nivel de tal ceguedad que solamente inspiran lástima, por lo que les espera al seguir descendiendo por el abismo de la miseria espiritual en uno de sus peores estadios: la degradación de la condición humana.
En otros momentos hemos indicado que la apelación al odio, también implica una pobreza intelectual y una debilidad argumental que no soportan ni la más débil contrastación ante planteamientos, propuestas, ideas que por más sencillas que hayan sido formuladas y aunque estén impregnadas de la más buena fe, no serán captadas por esas mentes que decidieron destruir en vez de construir.
Aunque no usamos por decisión propia, los más modernos dispositivos electrónicos de comunicación al instante; sí sabemos de la gran naturaleza de vocablos, frases, imágenes, montajes, etc.; que se están empleando en contra de quienes laboramos para el sector Público; en contra de quienes estamos al frente de organizaciones constitucionalmente fundadas y que trabajamos dentro del margen de la ley; en contra de pensamientos y criterios político-sociales que no están al servicio de los pequeños grupos con acceso a la riqueza concentrada, mal o bien habida, los cuales son el verdadero patrono de los agentes del odio.
Algunas de esas personas, como sicarios político-ideológicos al servicio de los rostros opaces y de las caras ocultas de quienes, realmente, deberían ponerse al frente en el escenario de la confrontación social abierta; no están reparando en la pobre condición a la que han sido reducidos; y, lo peor aún, es que les ponen a vomitar odio en contra de sus iguales de clase que, ¡oh paradoja!, podrían ser hasta vecinos/vecinas del mismo barrio, de la misma comunidad, de casa de por medio.
En esto de la generación del odio, el oficio rutinario de las conciencias amanuenses y opinólogas de siempre, el “trabajo” asalariado de los figurones faranduleros especialistas en la bazofia radiofónica cotidiana, las actividades de los politicastros camaleónicos del estercolero parlamentarista…, pueden ser “comprensibles”: la paga del amo lo valida.
Lo que sí llama la atención es la permeabilización de que están siendo víctimas conciencias sanas de la Democracia, que están adoptando posiciones que desde una perspectiva de clase no les son propias, ni mucho menos naturales. Las están llenando de odio, lamentablemente; un odio que jamás debe invadir nuestras propias conciencias. ¡Salgamos a las calles, como tiene y debe ser: en paz!