El estado actual de cosas de la realidad sociopolítica costarricense que estamos viviendo determina con claridad inobjetable que la tradicional plutocracia, todavía hegemónicamente reinante, se ha visto obligada a apelar a un totalitarismo ideológico para mantener su propia concepción de gobernabilidad, la cual fue puesta en riesgo por los resultados electorales del año 2014, especialmente los de la segunda vuelta presidencial; y aunque ahora es más real creer que el cambio fue para que nada cambiara, parece que los plutócratas de siempre no quieren volver a correr “riesgo” alguno de nuevo.
Bien es sabido que en democracias representativas desgastadas y desprestigiadas como la nuestra, es más que evidente que las autoridades estatales elegidas por el voto popular y que representan a la población no son las que toman las decisiones más importantes, pues estas son impuestas por quienes cuentan con el poder económico: la plutocracia.
Es notorio que la plutocracia costarricense está inquieta ante el desarrollo de una serie de cuestionamientos cada más vez más amplios y diversos sobre su real poder, de tal suerte que necesita imponer nuevas formas de disciplinamiento social y ciudadano, antes de que las cosas se le salgan de su tradicional control total.
Esta plutocracia ha estado crispada en grado sumo por lo que ha sucedido en los últimos años y en los más recientes de “sus” Gobiernos. En el actual ha venido mostrando todo su poderío explícito, vía los latifundios mediáticos de su propiedad, con el desarrollo de la muy bien articulada campaña contra el empleo público, contra quienes trabajan de manera asalariada para el Estado, contra las organizaciones sindicales que les agrupan y, en general, contra el Sector Público en sí, tal y como lo hemos apreciado, vivido y sufrido en los últimos meses. Esto ya le hemos venido planteando de manera insistente y podría sonar a disco rayado mencionarlo una vez más.
Sin embargo, debemos seguirlo haciendo tantas veces como podamos. Para la presente oportunidad, como es el comentario de hoy, lo hemos citado para llegar al punto central pretendido con estas reflexiones.
El carácter del mediático ataque plutócrata en desarrollo es a mansalva contra toda posibilidad de que emerja otra hegemonía político-económica en la cosa pública, como lo sería la de la promoción del bien común; y por tanto se debe castrar cualquier probabilidad de que esta lograse imponerse en algún momento por encima de la hegemonía dominante, que es la de lógica de la concentración mercantil desbordada y su afán enfermizo de apropiación final de todos los servicios públicos de propiedad estatal que todavía no han sido privatizados.
Este totalitario desafío plutocrático, expresado especialmente de manera clara a través de su prensa corporativo-comercial como la de sus latifundios mediáticos; no deja espacio alguno para “medias tintas”, para andar con palanganeos a la hora de confrontarlo por parte de quienes seguimos aferrados a que otra Costa Rica es posible.
Una determinación estratégica bien fundamentada, una flexibilidad táctica ajustada a la realidad, una voluntad genuina de comprensión cabal de que es mejor llegar a acuerdos en nada riñe con la necesaria contundencia argumental que se debe mostrar frente al totalitarismo plutócrata; a sabiendas de que a este totalitarismo plutocrático se le enfrenta de mejor manera con la diversidad en acción unificada, diversidad que permite y hasta hace necesarias posiciones como las que venimos manifestando.
La crispación plutocrática que venimos mencionando, acaba de expresarse, nuevamente y con toda claridad aunque de manera histérica, al analizar cómo abordaron, “periodísticamente” hablando, tales latifundios mediáticos los diversos acontecimientos relacionados con el movimiento de huelga del pasado lunes 26 de octubre de 2015, convocados por el Colectivo Sindical PATRIA JUSTA.
Ocultaron, deliberadamente, su carácter desconcentrado de realización simultánea en diez puntos del país, involucrando servicios públicos estratégicos que por vez primera se vinculaban entre sí en una acción de huelga compartida, lo que dejaba entrever a qué podría llegar en el caso de una prolongación de más de 24 horas.
La matriz “informativa” fue imponer en el inconsciente colectivo de la ciudadanía de que tal movimiento “nunca existió”, que fue “débil” y “caricaturesco”, de “compadre hablado”. No encontraron otra forma de descalificarlo ante su fuerza ético-moral, las potencialidades futuras que mostró, los positivos acuerdos logrados y la ausencia de manejo violento y/o aventurero.
La lucha sindical y social dada en nuestro país en estos tiempos del neoliberalismo y durante todos estos años hasta la actualidad, siempre ha sido dada enfrentando grandes adversidades, con incontables incomprensiones y en medio de las más grandes conjuras, abiertas y/o solapadas, urdidas por la plutocracia. Siempre hemos luchado pese a que “la correlación de fuerzas” favorezca al “otro lado”.