Si usted volviera, Doctor…

Llegó en su Fiat 125 azul oscuro. Si viera las columnas de coches blindados que vimos pasar tantos años, tan cerca también, tan intimidantes, feroces, con los dientes apretados, con sus fauces de perro. Usted, Doctor, entró amable a la clase.

Nosotros estábamos nerviosos. El país no se incendiaba aún. Era su primer año de Gobierno. Habló de cómo los médicos han estado siempre preocupados de la política, la salud, la higiene, planteamientos de índole pública.

Han cambiado mucho las cosas, Doctor, hay gente que aún se mueve como en sus tiempos de agitación, pero son los menos. La mayor parte de la gente parece caminar mirando el piso, soportando la marcha cruel del libre mercado. Como seguramente ha sabido, no hubo socialismo, ni real, por suerte, ni utópico. Sabrá que se vinieron muchas utopías al suelo y quedó solamente en pie el neocapitalismo. O sea, lo mismo de antes pero aplicado a todo, desde el amor a la salud, la educación, el ocio, la fiesta, el trabajo. La gente hoy se endeuda, no ahorra. El pueblo no existe en los discursos y es, a lo más, una multitud que acude en masa a sembrar de pétalos la marcha del catafalco de un general de Carabineros. No hay movilización aunque la injusticia sea la misma o quizás hasta peor. Hay más dinero pero también hay más deudas. Hay más automóviles, más televisores, más electrodomésticos.

Hay muchas tiendas. Se marearía de verlas. Los diarios dicen todos casi lo mismo. “The Clinic”, una extraña revista de humor sarcástico, lo ha dibujado como una especie de superhéroe pop.

La gente, sin embargo, lo admira. Aunque se tiñan el pelo, aunque se vistan de negro y se maquillen pálidos como muertos, aunque estén encaramados en los nuevos buses que como antes están llenos y no se sabe todavía qué hacer con ellos. No hay salud para todos, no hay educación para todos o, por lo menos, si la hay es cara y difícil de sostener, no hay espacio laboral para todos.

Hay muchos supermercados y la prosperidad a ratos lo tiñe todo de malls. La gente, cuando se distrae, sale de compras. Las tarjetas de crédito son más importantes que la cédula de identificación. La Visa es más importante que la vida. Los políticos apenas tienen tiempo para decir lo que piensan en los instantes que les concede la televisión, siempre pobres, siempre pocos. No se lleva su oratoria. Se lleva el guiño, la simpatía, una cosa que llaman la farándula. Aquí le habrían hecho entrevistas en “CQC” y sería portada de periódicos populistas que sólo están interesados en la diversión de la ciudadanía. No hay libros para todos. No hay nada parecido a lo que fue Quimantú, los libros son caros y escasos. El tiempo está tomado por los celulares y el internet. Todo es muy rápido y hasta el ocio es un negocio.

La televisión pautea la vida. Quizá lo invitarían a “Tolerancia cero” y serían duros con usted como casi no se usa.

Afuera hay protestas, como en sus tiempos, los camioneros, los estudiantes, el pueblo mapuche. No tienen la resonancia de antes. No hay en el aire la sensación de una revolución inminente. Más bien el cambio es de color de pelo, o de ropa usada, o de disco de moda. Por eso el orador, el gran orador, no tiene sitio. Y menos el romántico utópico. Todo es tan práctico, tan tecnocrático. A ratos eficiente, y se agradece, y cuando no lo es, la gente reclama. Y mucho. Para ser chilenos, esos que usted llamaba los habitantes de un país notarial, casi en exceso.

Lo echamos de menos igual. En el Senado, su estilo, su prosapia, su verbo. Lo silbarían muchos de los que estuvieron en el Gobierno militar, lo aplaudirían hasta los díscolos. Sería extraña su reaparición como senador vitalicio. O como senador fallecido ilustre. Quizá debería reformarse la Constitución y deberían participar algunos espíritus ilustres por votación popular. Y usted, Doctor Allende, sabría mucho más. La experiencia de los muertos no conoce barreras. Seguramente sería más contenido, apasionado pero terriblemente realista. Aun así, sería bueno verlo llegar, de terno, en guayabera, como se le ocurriese. Lo esperamos, Doctor, que los muertos tienen mucho que decirnos a los que nos hacemos los vivos.

15 de junio 2008

Fuente: Chileinforma
Fuente: www.piensachile .com

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Salvador Allende, un ejemplo que perdura

por Fidel Castro Ruz (Cuba)

viernes, 27 de junio de 2008

Nació hace cien años en Valparaíso, al sur de Chile, el 26 de junio de 1908. Su padre, de clase media, abogado y notario, militaba en el Partido Radical chileno. Cuando yo nací, Allende tenía 18 años. Realiza sus estudios medios en un liceo de la ciudad natal.

En sus años de estudiante preuniversitario, un viejo anarquista italiano, Juan Demarchi, lo pone en contacto con los libros de Marx.

Se gradúa como alumno excelente. Le gusta el deporte y lo practica. Ingresa voluntario al servicio militar en el Regimiento Coraceros de Viña del Mar. Solicita traslado al Regimiento Lanceros de Tacna, un enclave chileno en el norte seco y semidesértico, posteriormente devuelto a Perú. Egresa como oficial de reserva del Ejército. Lo hace ya como hombre de ideas socialistas y marxistas. No se trataba de un joven blando y sin carácter. Era como si adivinara que un día combatiría hasta la muerte defendiendo las convicciones que ya comenzaban a gestarse en su mente.

Decide estudiar la noble carrera de Medicina en la Universidad de Chile. Organiza un grupo de compañeros que se reúnen periódicamente para leer y discutir sobre el marxismo. Funda el Grupo Avance en 1929. Es elegido vicepresidente de la Federación de Estudiantes de Chile en 1930 y participa activamente en la lucha contra la dictadura de Carlos Ibáñez.

Se había desatado ya la gran depresión económica en Estados Unidos con la crisis de la Bolsa de Valores que estalló en 1929. Cuba se adentraba en la lucha contra la tiranía machadista. Mella había sido asesinado. Los obreros y los estudiantes cubanos se enfrentaban a la represión. Los comunistas, con Martínez Villena al frente, desataban la huelga general. “Hace falta una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones…” —había proclamado en vibrante poema. Guiteras, de profunda raíz antiimperialista, intenta derrocar la tiranía con las armas. Cae Machado, que no puede resistir el empuje de la nación, y surge una revolución que Estados Unidos en pocos meses, con guantes de seda y mano de hierro, aplasta, y su dominio absoluto perdura hasta 1959.

Durante ese período Salvador Allende, en un país donde la dominación imperialista se ejercía brutalmente sobre sus trabajadores, su cultura y sus riquezas naturales, lleva a cabo una lucha consecuente que nunca lo apartó de su intachable conducta revolucionaria.

En 1933 se gradúa de médico. Participa en la fundación del Partido Socialista de Chile. Es ya dirigente en 1935 de la Asociación Médica Chilena. Sufre prisión durante casi medio año. Impulsa el esfuerzo para crear el Frente Popular, y lo eligen subsecretario general del Partido Socialista en 1936.

En septiembre de 1939 asume la Cartera de Salubridad en el gobierno del Frente Popular. Publica un libro suyo sobre medicina social. Organiza la primera Exposición de la Vivienda. Participa en el año 1941 en la reunión anual de la Asociación Médica Americana en Estados Unidos. Asciende en 1942 a Secretario General del Partido Socialista de Chile. Vota en el Senado, en el año 1947, contra la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, conocida como “Ley Maldita” por su carácter represivo. Asciende en 1949 a Presidente del Colegio Médico.

En 1952 el Frente del Pueblo lo postula para Presidente. Tenía entonces 44 años. Pierde. Presenta en el Senado un proyecto de ley para la nacionalización del cobre. Viaja a Francia, Italia, Unión Soviética y la República Popular China en 1954.

Cuatro años después, en 1958, es proclamado candidato a la Presidencia de la República por el Frente de Acción Popular, constituido por la Unión Socialista Popular, el Partido Socialista de Chile y el Partido Comunista. Pierde la elección frente al conservador Jorge Alessandri.

Asiste en 1959 a la toma de posesión como Presidente de Venezuela de Rómulo Betancourt, considerado hasta entonces una figura revolucionaria de izquierda.

Viaja ese mismo año a La Habana y se entrevista con el Che y conmigo. Respalda en 1960 a los mineros del carbón, que paralizan su trabajo durante más de tres meses.

Denuncia junto al Che en 1961 el carácter demagógico de la Alianza para el Progreso en la reunión de la OEA que tuvo lugar en Punta del Este, Uruguay.

Designado de nuevo candidato a la Presidencia, es derrotado en 1964 por Eduardo Frei Montalva, democratacristiano que contó con todos los recursos de las clases dominantes y que, según datos revelados en documentos desclasificados del Senado de Estados Unidos, recibió dinero de la CIA para apoyar su campaña. En su gobierno, el imperialismo trató de diseñar lo que se dio en llamar la “Revolución en Libertad”, como respuesta ideológica a la Revolución Cubana. Lo que engendró fueron los fundamentos de la tiranía fascista. En esa elección, Allende obtiene, sin embargo, más de un millón de votos.

Encabeza en 1966 la delegación que asiste a la Conferencia Tricontinental de La Habana. Visita la Unión Soviética en el Aniversario 50 de la Revolución de Octubre. El año siguiente, 1968, visita la República Democrática de Corea, la República Democrática de Viet Nam, donde tiene la satisfacción de conocer y conversar con el extraordinario dirigente de ese país, Ho Chi Minh. Incluye en ese mismo recorrido a Camboya y Laos, en plena efervescencia revolucionaria.

Tras la muerte del Che, acompaña personalmente hasta Tahití a tres cubanos de la guerrilla en Bolivia, que sobrevivieron a la caída del Guerrillero Heroico y se encontraban ya en territorio chileno.

La Unidad Popular, coalición política integrada por comunistas, socialistas, radicales, MAPU, PADENA y Acción Popular Independiente, lo proclama su candidato el 22 de enero de 1970, y triunfa el 4 de septiembre en los comicios de ese año.

Es un ejemplo verdaderamente clásico de la lucha por vías pacíficas para establecer el socialismo.

El gobierno de Estados Unidos, presidido por Richard Nixon, después del triunfo electoral entra de inmediato en acción. El Comandante en Jefe del Ejército chileno, general René Schneider, es víctima de un atentado el 22 de octubre y fallece tres días después porque no se plegaba a la demanda imperialista de un golpe de Estado. Fracasa el intento de impedir la llegada de la Unidad Popular al gobierno.

Allende asume legalmente con toda dignidad el cargo de Presidente de Chile el 3 de noviembre de 1970. Comienza desde el gobierno su heroica batalla por los cambios, enfrentando al fascismo. Tenía ya 62 años de edad. Me cupo el honor de haber compartido con él 14 años de lucha antiimperialista desde el triunfo de la Revolución Cubana.

En las elecciones municipales de marzo del año 1971, la Unidad Popular obtiene mayoría absoluta de los votos con el 50,86 por ciento. El 11 de julio el presidente Allende promulga la Ley de Nacionalización del Cobre, una idea que había propuesto al Senado 19 años antes. Fue aprobada en el Congreso por unanimidad. Nadie se atrevía a objetarla.

En 1972 denuncia en la Asamblea General de las Naciones Unidas la agresión internacional de que es víctima su país. Es ovacionado de pie durante largos minutos. Visita ese mismo año la Unión Soviética, México, Colombia y Cuba.

En 1973, al realizarse las elecciones parlamentarias de marzo, la Unidad Popular obtiene un 45 por ciento de los votos y aumenta su representación parlamentaria.
No pueden prosperar las medidas promovidas por los yanquis en las dos Cámaras para destituir al Presidente.

El imperialismo y la derecha agudizan una lucha sin cuartel contra el gobierno de la Unidad Popular y desatan el terrorismo en el país.

Le escribí seis cartas confidenciales a mano, con letra pequeñita y una pluma de punta fina entre los años 1971 y 1973, en las que le abordaba temas de interés con la mayor discreción.

El 21 de mayo de 1971 le decía:
“…Estamos maravillados de tu extraordinario esfuerzo y tus energías sin límites para sostener y consolidar el triunfo.

“Desde aquí se puede apreciar que el poder popular gana terreno a pesar de su difícil y compleja misión.

“Las elecciones del 4 de Abril constituyeron una espléndida y alentadora victoria.
“Han sido fundamentales tu valor y decisión, tu energía mental y física para llevar adelante el proceso revolucionario.

“Seguramente les esperan a ustedes grandes y variadas dificultades a enfrentar en condiciones que no son precisamente ideales, pero una política justa, apoyada en las masas y aplicada con decisión no puede ser vencida…”

El 11 de septiembre de 1971, le escribí:
“El portador viaja para tratar contigo los detalles de la visita.
“Inicialmente, considerando un posible vuelo directo en avión de Cubana, analizamos la conveniencia de aterrizar en Arica e iniciar el recorrido por el norte. Surgen luego dos cosas nuevas: interés expresado a ti por Velazco Alvarado de un posible contacto en mi viaje hacia esa; posibilidad de contar con un avión soviético IL-62 de mayor radio. Esto último permite, si se quiere, arribar en vuelo directo a Santiago.

“Va un esquema de recorrido y actividades para que tú añadas, suprimas e introduzcas las modificaciones que estimes pertinente.

“He procurado pensar exclusivamente en lo que pueda ser de interés político sin preocuparme mucho el ritmo o la intensidad del trabajo, pero todo en absoluto queda sometido a tus criterios y consideraciones.

“Hemos disfrutado mucho los éxitos extraordinarios de tu viaje a Ecuador, Colombia y Perú. ¿Cuándo tendremos en Cuba la oportunidad de emular con ecuatorianos, colombianos y peruanos en el enorme cariño y el calor con que te recibieron?”

En aquel viaje, cuyo esquema transmití al presidente Allende, salvé milagrosamente la vida. Recorrí decenas de kilómetros ante una multitud enorme, situada a lo largo del camino. La Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos organizó tres acciones para asegurar mi asesinato durante ese viaje. En una entrevista de prensa anunciada con anterioridad, había una cámara suministrada por una emisora televisiva de Venezuela equipada con armas automáticas, manejada por mercenarios cubanos que con documentos de ese país habían ingresado a Chile. El valor les falló a los que solo tenían que apretar el gatillo durante el largo tiempo que duró la entrevista y las cámaras me enfocaron. No querían correr el riesgo de morir. Me habían perseguido, además, por todo Chile, donde no me volvieron a tener tan cerca y vulnerable. Sólo pude conocer los detalles de la cobarde acción años más tarde. Los servicios especiales de Estados Unidos habían llegado más lejos de lo que podíamos imaginarnos.

El 4 de febrero de 1972 escribí a Salvador:
“La delegación militar fue recibida con el mayor esmero por todos aquí. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias dedicaron prácticamente todo su tiempo durante esos días a atenderla. Los encuentros fueron amistosos y humanos. El programa intenso y variado. Mi impresión es que el viaje ha sido positivo y útil, que existe la posibilidad y es conveniente seguir desarrollando estos intercambios.

“Con Ariel hablé sobre la idea de tu viaje. Comprendo perfectamente que el trabajo intenso y el tono de la contienda política las últimas semanas no te hayan permitido considerarlo para la fecha aproximada que mencionamos en esa. Es indudable que no habíamos tomado en cuenta estas eventualidades. Por mi parte, aquel día, vísperas de mi regreso, cuando cenábamos ya de madrugada en tu casa, ante la falta de tiempo y la premura de las horas, me tranquilizaba pensar que relativamente pronto nos volveríamos a encontrar en Cuba donde íbamos a disponer la posibilidad de conversar extensamente. Tengo, no obstante, la esperanza de que puedas tomar en consideración la visita antes de mayo. Menciono este mes, porque a más tardar, desde mediados del mismo, tengo que realizar el viaje, ya impostergable, a Argelia, Guinea, Bulgaria, otros países y la URSS. Esta amplia visita me llevará considerable tiempo.

“Te agradezco mucho las impresiones que me comunicas sobre la situación. Aquí, cada día más familiarizados, interesados y afectados emotivamente todos con el proceso chileno, seguimos con gran atención las noticias que llegan de allá. Ahora podemos comprender mejor el calor y la pasión que debió suscitar la revolución cubana en los primeros tiempos. Podría decirse que estamos viviendo nuestra propia experiencia a la inversa.

“En tu carta puedo apreciar la magnífica disposición de ánimo, serenidad y valor con que estás dispuesto a enfrentar las dificultades. Y eso es fundamental en cualquier proceso revolucionario, especialmente cuando se desarrolla en las condiciones sumamente complejas y difíciles de Chile. Yo regresé con una extraordinaria impresión de la calidad moral, cultural y humana del Pueblo Chileno y de su notable vocación patriótica y revolucionaria. A ti te ha correspondido el singular privilegio de ser su conductor en este momento decisivo de la historia de Chile y de América, como culminación de toda una vida de lucha, como dijiste en el estadio, consagrada a la causa de la revolución y el socialismo. Ningún obstáculo puede ser invencible. Alguien dijo que en una revolución se marcha adelante con ‘audacia, audacia y más audacia’. Yo estoy convencido de la profunda verdad que encierra este axioma.”

Le escribí de nuevo al presidente Allende el 6 de septiembre de 1972:
“Con Beatriz te mandé mensaje sobre distintos tópicos. Después que ella partió y con motivo de las noticias que estuvieron llegando la pasada semana, decidimos enviar al compañero Osmany para ratificarte nuestra disposición de colaborar en cualquier sentido, y a la vez tú puedas comunicarnos a través de él tu apreciación de la situación y tus ideas con relación al viaje proyectado a esta y otros países. El pretexto del viaje de Osmany será inspeccionar la Embajada cubana, aunque no se le dará publicidad alguna. Queremos que su estancia en esa sea muy breve y discreta.

“Los puntos planteados por ti a través de Beatriz ya se están cumplimentando…

“Aunque comprendemos las actuales dificultades del proceso chileno, tenemos la confianza de que ustedes hallarán el modo de vencerlas.

“Puedes contar enteramente con nuestra cooperación. Recibe un saludo fraternal y revolucionario de todos nosotros.”

El 30 de junio de 1973 enviamos una invitación oficial al presidente Salvador Allende y a los partidos de la Unidad Popular a la conmemoración del 20 Aniversario del ataque al Cuartel Moncada.

En carta aparte, le digo:
“Salvador:
“Lo anterior es la invitación oficial, formal, para la conmemoración del 20 Aniversario. Lo formidable sería que tú pudieras dar un salto a Cuba para esa fecha. Puedes imaginarte lo que significaría eso de alegría, satisfacción y honor para los cubanos. Sé que eso sin embargo depende más que nada de tus trabajos y de la situación en esa. Lo dejamos por tanto a tu consideración.


“Todavía estamos bajo el impacto de la gran victoria revolucionaria del día 29 y tu brillante papel personal en los acontecimientos. Es natural que muchas dificultades y obstáculos subsistirán pero estoy seguro de que esta primera prueba exitosa les dará gran aliento y consolidará la confianza del pueblo. Internacionalmente se ha dado gran relieve a los sucesos y se aprecia como un gran triunfo.


“Actuando como lo hiciste el 29, la revolución chilena saldrá victoriosa de cualquier prueba por dura que sea.

Te reitero que los cubanos estamos a tu lado y que puedes contar con tus fieles amigos de siempre.”

El 29 de julio de 1973 le envío la última carta:
“Querido Salvador:
“Con el pretexto de discutir contigo cuestiones referentes a la reunión de países no alineados, Carlos y Piñeiro realizan un viaje a esa. El objetivo real es informarse contigo sobre la situación y ofrecerte como siempre nuestra disposición a cooperar frente a las dificultades y peligros que obstaculizan y amenazan el proceso. La estancia de ellos será muy breve por cuanto tienen aquí muchas obligaciones pendientes y, no sin sacrificio de sus trabajos, decidimos que hicieran el viaje.

“Veo que están ahora en la delicada cuestión del diálogo con la D.C. en medio de acontecimientos graves como el brutal asesinato de tu edecán naval y la nueva huelga de los dueños de camiones. Imagino por ello la gran tensión existente y tus deseos de ganar tiempo, mejorar la correlación de fuerzas para caso de que estalle la lucha y, de ser posible, hallar un cauce que permita seguir adelante el proceso revolucionario sin contienda civil, a la vez que salvar tu responsabilidad histórica por lo que pueda ocurrir.

Estos son propósitos loables. Pero en caso de que la otra parte, cuyas intenciones reales no estamos en condiciones de valorar desde aquí, se empeñase en una política pérfida e irresponsable exigiendo un precio imposible de pagar por la Unidad Popular y la Revolución, lo cual es, incluso, bastante probable, no olvides por un segundo la formidable fuerza de la clase obrera chilena y el respaldo enérgico que te ha brindado en todos los momentos difíciles; ella puede, a tu llamado ante la Revolución en peligro, paralizar a los golpistas, mantener la adhesión de los vacilantes, imponer sus condiciones y decidir de una vez, si es preciso, el destino de Chile. El enemigo debe saber que está apercibida y lista para entrar en acción. Su fuerza y su combatividad pueden inclinar la balanza en la capital a tu favor aun cuando otras circunstancias sean desfavorables.

“Tu decisión de defender el proceso con firmeza y con honor hasta el precio de tu propia vida, que todos te saben capaz de cumplir, arrastrarán a tu lado a todas las fuerzas capaces de combatir y a todos los hombres y mujeres dignos de Chile. Tu valor, tu serenidad y tu audacia en esta hora histórica de tu patria y, sobre todo, tu jefatura firme, resuelta y heroicamente ejercida, constituyen la clave de la situación.

“Hazles saber a Carlos y a Manuel en qué podemos cooperar tus leales amigos cubanos.

“Te reitero el cariño y la ilimitada confianza de nuestro pueblo.”

Esto lo escribí mes y medio antes del golpe. Los emisarios eran Carlos Rafael Rodríguez y Manuel Piñeiro.
Pinochet había conversado con Carlos Rafael. Le había simulado una lealtad y firmeza similares a las del general Carlos Prats, Comandante en Jefe del Ejército durante parte del gobierno de la Unidad Popular, un militar digno al que la oligarquía y el imperialismo pusieron en total crisis, que lo obligó a renunciar al mando, y fue más tarde asesinado en Argentina por los esbirros de la DINA, después del golpe fascista de 1973.

Yo desconfiaba de Pinochet desde que leí los libros de geopolítica que me obsequió durante mi visita a Chile y observé su estilo, sus declaraciones y los métodos que como Jefe del Ejército aplicaba cuando las provocaciones de la derecha obligaban al presidente Allende a decretar el estado de sitio en Santiago de Chile. Recordaba lo que advirtió Marx en el 18 Brumario.

Muchos jefes militares del ejército en las regiones y sus estados mayores querían conversar conmigo dondequiera que llegaba, y mostraron notable interés por los temas de nuestra guerra de liberación y las experiencias de la Crisis de Octubre de 1962. Las reuniones duraban horas en las madrugadas, que era el único tiempo libre para mí. Yo accedía por ayudar a Allende, inculcándoles la idea de que el socialismo no era enemigo de los institutos armados. Pinochet, como jefe militar, no fue una excepción. Allende consideraba útiles estos encuentros.

El 11 de septiembre de 1973 muere heroicamente defendiendo el Palacio de La Moneda. Combatió como un león hasta el último aliento.

Los revolucionarios que resistieron allí la embestida fascista contaron cosas fabulosas sobre los momentos finales. Las versiones no siempre coincidían, porque luchaban desde diferentes puntos de Palacio. Además, algunos de sus más cercanos colaboradores murieron, o fueron asesinados después del duro y desigual combate.

La diferencia de los testimonios consistía en que unos afirmaban que los últimos disparos los hizo contra sí mismo para no caer prisionero, y otros que su muerte sobrevino por fuego enemigo. El Palacio ardía atacado por tanques y aviones para consumar un golpe que consideraban trámite fácil y sin resistencia. No hay contradicción alguna entre ambas formas de cumplir el deber. En nuestras guerras de independencia hubo más de un ejemplo de combatientes ilustres que, cuando ya no había defensa posible, se privaron de la vida antes de caer prisioneros.

Hay mucho que decir todavía sobre lo que estuvimos dispuestos a hacer por Allende, algunos lo han escrito. No es el objetivo de estas líneas.

Hoy se cumple un siglo de su nacimiento. Su ejemplo perdurará.

Fidel Castro Ruz

Junio 26 de 2008
6 y 34 p.m.

* Fuente: Granma

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Salvador Allende: cien años, mil sueños. Una mirada al hombre de la paz

Kintto Lucas

Hace algunos años Mario Benedettí decía que “Para matar al hombre de la paz tuvieron que bombardearlo hacerlo llama, porque el hombre de la paz era una fortaleza”. Y agregaba que “Para matar al hombre de la paz tuvieron que imaginar que era una tropa, una armada, una hueste, una brigada, tuvieron que creer que era otro ejercito, pero el hombre de la paz era tan solo un pueblo y tenia en sus manos un fusil y un mandato y eran necesarios mas tanques más rencores más bombas más aviones más oprobios porque el hombre de la paz era una fortaleza”.

Salvador Allende era sin duda como decía Mario Benedetti el hombre de la paz, y era sin duda una fortaleza. Estaba convencido que era posible transformar su país en paz, pero sabía que para eso había que sortear diversos obstáculos, correr riesgos y saltar por encima de diversos peligros.

En agosto de 1971 Allende decía: “Hemos sostenido que no puede haber igualdad cuando unos pocos lo tienen todo y tantos no tienen nada. Pensamos que no puede haber fraternidad cuando la explotación del hombre por el hombre es la característica de un régimen o de un sistema. Porque la libertad abstracta debe dar paso a la libertad concreta. Por eso hemos luchado. Sabemos que es dura la tarea y tenemos conciencia de que cada país tiene su propia realidad, su propia modalidad, su propia historia, su propia idiosincrasia. Y respetamos por cierto las características que dan perfil propio a cada nación del mundo. Pero sabemos también, y a la plenitud de conciencia, que estas naciones emergieron rompiendo el correaje por el esfuerzo solitario de hombres que nacieron en distintas tierras, que tenían banderas diferentes, pero que se unieron bajo la misma bandera ideal, para hacer posible una América independiente y unida”.

Ahora casi 35 años después de aquel intento de matar al hombre de la paz, él sigue ahí con su palabra, con su mirada, con su recuerdo. No pudieron matar al hombre de la paz, porque hay seres que traspasan los muros de la vida y la muerte (más bien se ríen de ellos) y hacen caminar sus palabras por infinitas geografías, y las palabras caminan impregnadas de sueños, y los sueños saben derramarse en la realidad para volver a ser soñados, para ser soñados de mejor forma… Sueños que son mundos, mundos que son sueños, que traspasan la dimensión del tiempo y el olvido, mundos que inventan caminos donde no tropezar, donde caminar sin dolor, mundos-caminos de vida, mundos raíces… Cien años, mil sueños…

También en agosto de 1971 Allende se mostraba convencido que para llevar adelante su sueño de transformación revolucionaria de Chile era necesario actuar sobre la realidad económica del país. “La batalla nuestra es muy dura y muy difícil porque, indiscutiblemente, para elevar las condiciones de vida de nuestro pueblo, necesitamos hacer las grandes transformaciones revolucionarias que hieren intereses foráneos, el capital extranjero, intereses imperialistas, intereses nacionales de los monopolios y de la alta banca”, repetía una y otra vez.

Además aseguraba estar convencido de que no se podría derrotar el retraso, la ignorancia y la miseria, si no se utilizaban los excedentes producidos por la propia economía chilena “para sembrarlos en escuelas, hospitales, caminos y haciendas trabajadas”, como le gustaba decir.

Y siempre daba el ejemplo del cobre chileno, riqueza fundamental del país, pilar de la economía, que representaba el 82% del presupuesto de divisas del país, y daba solamente el 24% del ingreso fiscal.

La inversión inicial de las compañías americanas del cobre a comienzo de la década del 20 fue menor a 13 millones de dólares; y hasta 1971 habían ganado con la explotación del cobre 3.200 millones de dólares.

Por eso Allende interrogaba ¿cómo puede progresar el país si no se cambia ese tipo de relación tan injusta? ¿Cómo un pueblo que tiene las más grandes reservas de cobre del mundo y la más grande mina del mundo no puede controlar ni los precios, ni los niveles de producción, ni los mercados? ¿Cómo es posible, que ese que yo he llamado con razón el sueldo de Chile, sea manejado por manos que no son chilenas?

Allende recurría seguido a una frase de Abraham Licoln cuando dijo refiriéndose a Estados Unidos: “Esta nación es mitad esclava y mitad libre”.

Decía que esa frase, podía aplicarse a nuestros pueblos aparentemente libres pero esclavos.

Entonces, como no podía ser de otra manera, el 11 de julio de 1971, considerado como el Día de la Dignidad Nacional, se promulgó la Ley de Nacionalización del cobre, aprobada por unanimidad del Congreso.

Pero Allende también decía que la victoria del proyecto que él representaba no se podría lograr solamente con la unidad de la izquierda en la Unidad Popular, aunque ese fuera un paso fundamental. La victoria del proyecto revolucionario dependía en gran parte de la conciencia del pueblo.

Entonces decía: “con modestia en la dimensión de la realidad, y sabiendo que en el mundo contemporáneo, más que el hombre, son los pueblos los que deben ser y son los actores fundamentales de la historia, busqué la posibilidad de hacer que este pueblo, el de Chile, tomara conciencia de su propia fuerza y supiera encontrar su propio camino”. Y luego agregaba: “Nuestro combate y nuestra decisión tenían que ser no un cambio político, no el traspaso del gobierno de un hombre a otro, sino la entrega de un régimen a un pueblo que quiere la transformación profunda en lo económico, en lo político y en lo social”.

Allende siempre sostuvo que era difícil ganar en las elecciones, que era más difícil asumir el gobierno, que aún era más difícil construir el socialismo, pero era necesario caminar. Por eso decía: “Herir intereses es duro, y que esos intereses se defienden, lo sabemos y ya lo estamos viendo. Pero, ¿hasta dónde los pueblos de este Continente van a aceptar que seamos manejados por control remoto? ¿Hasta cuándo no vamos a ver nosotros que tenemos derecho a trazar nuestro propio camino, a recorrer nuestro propio sendero, a tomar las banderas libertarias de los próceres de este Continente para convertirlas en realidad, porque esa es la tarea que nos entregaron”, enfatizaba.

Siempre expresó que la tarea del cambio revolucionario era tan monumental que no la podía hacer un hombre o un grupo de partidos, sino un pueblo organizado, disciplinado, consciente, responsable de su gran tarea histórica. Pero respetaba la realidad de cada país. Por eso decía:_ “Siempre sostuve que cada país, de acuerdo con su propia realidad, debía buscar el camino. En Chile decidimos caminar dentro de las leyes de la democracia burguesa, comprometidos a respetarlas, pero al mismo tiempo a transformarlas, para hacer posible que el hombre de Chile tenga una existencia distinta y que Chile sea auténticamente una Patria para todos los chilenos. Hemos planteado una revolución auténticamente chilena, hecha por chilenos, para Chile”._

En 1938 un Frente Popular asumió la conducción de Chile y fue duramente combatido por los sectores de poder hasta que cierto día los militares intentaron dar un golpe de estado. Entonces fue el pueblo el que rodeó los cuarteles. Fue el pueblo sin armas el que los obligó a rendirse, sin que los soldados dispararan un solo tiro frente a una multitud dispuesta a defender ese gobierno.

Seguramente El hombre de la Paz pensaba que podría ocurrir una situación similar con su gobierno.

Enfatizaba en su obligación de mirar con ojos abiertos lo que podía ocurrir en el futuro, para ser capaces de encontrar los cauces que permitan a las grandes masas continuar un camino que no sea el de la violencia innecesaria y del costo del capital elevado. Y comentaba: “Yo no soy una represa, pero sí soy el cauce para que el pueblo pueda caminar con la seguridad de que sus derechos serán respetados. No pueden detenerse las avalanchas de la historia. No pueden las leyes represivas calmar el hambre de los pueblos”.

También decía que transitoriamente podrían aplazarse los cambios algunos años; pero tarde o temprano se rompen los diques y la marea humana inunda, pero esta vez con violencia porque también su hambre y sufrimiento son más que milenarios en algunas partes, y centenarios, por lo menos en nuestro Continente.

El día que intentaron matar al hombre de la paz sin conseguirlo, hace ya casi 35 años dijo: “El proceso social no va a desaparecer porque desaparece un dirigente. Podrá demorarse, podrá prolongarse, pero a la postre no podrá detenerse. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción crearon el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.

Hoy, cuando cumple 100 años el Hombre de la Paz, ya no existe ninguna duda de que no pudieron asesinarlo… No pudieron expulsarlo del mundo, ni destruir sus sueños, ni hacerlo olvidar el color del cobre y de quienes trabajan en las minas de cobre, y mucho menos olvidar el sonido y la luz de las palabras de su pueblo… porque ya es algo así como una raíz de América…

28 de junio de 2008

* Kintto Lucas. Periodista uruguayo radicado desde hace años en Ecuador. En ese país dirige el periódico “Tintají”, de análisis social y político. Autor de varios libros , entre ellos “La rebelión de los indios”, “ Mujeres del Siglo XX” o “Rebeliones indígenas y negras en América Latina”. Recibió en 1990 el Premio Latinoamericano de Periodismo José Maratí y en el 2004 “Pluma de la Dignidad “ de la Unión Nacional de Periodistas de Ecuador.

* Fuente: Servicio de Prensa Alternativa

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