En el caso de nuestro país, donde la palabra “sindicato” es sinónimo de despido, ipso facto, en no pocas empresas privadas, esta lucha es de profunda esencia democrática. Es más, es una lucha por la defensa de los Derechos Humanos.
El próximo viernes 10 de diciembre, celebraremos el Día Internacional de los Derechos Humanos, recordando la proclamación planetaria de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, precisamente ocurrida el 10 de diciembre de 1948.
Es éste uno de los mayores logros de la Humanidad, pues se trata de un conjunto de reglas básicas de convivencia y de valores que toda sociedad que se precie de democrática debe respetar.
Esta histórica declaración se dio en el marco del surgimiento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Costa Rica fue estado fundador de la misma y uno de los países originalmente firmantes de ese valioso instrumento del Derecho Internacional, como lo es la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Esta declaración proclama en su artículo 23, inciso 4 que “Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses”. Es decir, afiliarse a un sindicato, ser delegado, ser dirigente del mismo, es tener acceso a un derecho humano que es universalmente reconocido ya no sólo por esa histórica declaración de 1948.
Después de la misma y en el caso de nuestro continente, América, se han dado otras proclamas, convenciones y protocolos en materia de Derechos Humanos que hacen hincapié, refuerzan, explicitan que es un derecho humano ser integrante de un sindicato.
Por ejemplo, en ese mismo año de 1948, se emitió la “Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre”, indicando en su artículo XXIII que “Toda persona tiene el derecho de asociarse con otras para promover sus intereses legítimos de orden político, económico, religioso, social, cultural, profesional, sindical o de cualquier otro orden”. Resaltamos la palabra “sindical” que indica su carácter de derecho humano fundamental.
Por tanto, el sindicalismo tiene rango universal de derecho humano fundamental, de la misma estatura jurídica que es el tener derecho a una nacionalidad; a la propiedad (individual y colectivamente); a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; a la libertad de opinión y de expresión; en fin, el tener derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad.
Esta circunstancia es producto de relevantes antecedentes desde varias corrientes filosóficas, ideológicas, políticas y hasta religiosas. En este último caso, nos interesa hablar un poquito sobre el pensamiento de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, el humanismo cristiano, con respecto a los sindicatos.
El actual Papa Benedicto XVI nos recuerda la histórica encíclica social del Papa Juan Pablo II, Laborem Exercens, de 1981, en la cual se indica que los sindicatos tienen una importancia estratégica pues son “un elemento indispensable de la vida social”.
De ello habló el actual jefe máximo del catolicismo universal con ocasión de un discurso suyo ante el movimiento sindical de Italia, el sábado 31 de enero de 2009, afirmando y refiriéndose a los y a las sindicalistas de que “el mundo necesita personas que se dediquen con desinterés a la causa del trabajo respetando plenamente la dignidad humana y el bien común” y agregando que la Iglesia “aprecia el papel fundamental de los sindicatos…”.
En el Día Internacional de los Derechos Humanos debemos señalar con el dedo acusador a quienes persiguen a los sindicatos, a quienes despiden a una persona trabajadora por afiliarse a un sindicato, a quienes calumnian a los sindicatos y los difaman y los injurian. Debemos ser enérgicos e indicarles que están actuando en contra del Derecho Internacional, en contra de los Derechos Humanos, en contra de los principios del humanismo cristiano. En esencia, estas conductas son antidemocráticas, son dictatoriales, son autoritarias.
Hablando en términos del catolicismo, podríamos decir que esas personas que combaten el sindicalismo desde el seno de la misma Iglesia Católica están, en consecuencia, actuando en contra de su Doctrina Social, en contra de los dictados papales que resaltan el papel de los sindicatos en defensa de la clase trabajadora.
Por tanto, son apóstatas, es decir, reniegan de esa doctrina al promover organizaciones obreras de corte antisindical, instigando para despedir a quienes se afilian a un sindicato o deciden formar uno. Se convierten en agentes del capital con ropaje clerical y van en contra, por tanto, del verdadero sentido y significado filosófico del humanismo cristiano en defensa de los derechos de las personas trabajadoras asalariadas.
En el Día Internacional de los Derechos Humanos, resaltamos nuestro orgullo de ser sindicalistas.