En esto de la controversia en desarrollo por el retiro abrupto del presidente costarricense Luis Guillermo Solís Rivera, del salón de sesiones en que se desarrollaba la ceremonia de apertura de la asamblea general No. 71, de la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, Estados Unidos; vamos a desafiar la matriz mediática dominante, la de la intolerancia ideológica que sataniza todo lo que se piense distinto, aunque sea ligeramente distinto, de los preceptos fundamentales y accesorios que caracterizan la globalización neoliberal; especialmente la visión de mundo que se nos impone desde las esferas del capitalismo financiero-bancario a escala planetaria.
Pensar distinto, en tal sentido, hace que a uno le impongan los motes de “comunista”, “izquierdista”, “populista”, “totalitario” y hasta propenso a ser “terrorista” etc.; pues no se concibe otra posición sobre la Democracia que no sea la que de manera espuria pregona la hegemonía mediático-política globalmente dominante.
Ya hemos indicado en este mismo espacio que esa intolerancia ideológica, que sí es realmente totalitaria, hace que, por ejemplo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por la misma ONU, en 1948, hoy esté catalogada de “izquierdista”; que las encíclicas papales que plantean la Justicia Social y que llaman a detener la catástrofe ecológica a nivel planetario, sean también “izquierdistas”.
Y es bueno tener presente que, al actual jefe máximo de la Iglesia Católica universal, el Papa Francisco, no le ha faltado que le tilden de “comunista”, por la extraordinaria prédica de denuncia sobre la naturaleza perversamente injusta del orden económico internacional, con sus brutales desigualdades y las consecuencias del descarte (como suele llamarlo él en sus denuncias), de millones de personas a las cuales esta globalización neoliberal les ha quitado su condición de seres humanos.
Hechas las aclaraciones pertinentes y para entrar de ello en el contenido central de este artículo, es importante puntualizar lo siguiente:
Sin dejar de considerar las graves corruptelas ocurridas con las compras del megaconsorcio energético carioca Petrobras; la realidad es que millones de ciudadanos y de ciudadanas de Brasil, el gigante latinoamericano de 210 millones de habitantes, estiman que en su país ocurrió un golpe de Estado, sin ponerlo entrecomillas.
Un golpe de Estado de nuevo tipo, torciendo al máximo el ordenamiento jurídico-constitucional, en un proceso político-legal “express”, en medio de un ridículo debido proceso, promovido por delincuentes profesionales con escaño legislativo como ha sido completamente dejado en evidencia.
Esta apreciación también es compartida por cientos de miles de patriotas latinoamericanos; prestigiosos analistas, escritores, políticos honestos, organizaciones sociales de amplia naturaleza y base y hasta sectores eclesiales, incluso de orden católico.
Michel Temer, el golpista que ahora está como presidente de Brasil, es un mandatario ilegítimo y solamente es el ropaje legal que ahora exhibe sin ningún pudor lo que le lleva al reconocimiento internacional en cuanto jefe del Estado brasileño.
Las muestras de repudio al señor Temer han sido abundantes como la gigantesca abucheada que se llevó con ocasión de la inauguración de los pasados Juegos Olímpicos, Río 2016, tanto como para que rehuyera presentarse a la ceremonia de clausura de los mismos.
Desde nuestra perspectiva, al presidente tico, por el contrario, le faltó mucha contundencia en lo que hizo. Es más, mejor no hubiera realizado ese papelón. ¿Por qué?
Porque ahora intenta apaciguar el griterío histérico de las vocerías nacionales de ese tipo de capital, especificando que lo que hizo estuvo motivado en la represión subsecuente ejercida por el régimen de Temer, luego de la usurpación de la silla presidencial; y no como debió haberse planteado desde un inicio, sin pelos en la lengua, en denunciar la ilegitimidad ético-moral del proceso de destitución (“impeachment”), de la ahora exmandataria Rousseff, desde que el mismo empezó a quedar al desnudo mediando la conspiración que le dio origen.
El Presidente Solís Rivera “se jaló la parada”, a medias, y de nada le valió porque quedó mal parado.
Pareciera que no hubo una valoración política correcta en el seno del más íntimo círculo político presidencial en este ámbito de las relaciones internacionales. Le han caído las siete plagas de Egipto dado que cometió un gran delito ideológico, a juicio de la policía del pensamiento.
Todos esos que le gritan, en el fondo saben del profundo carácter ilegítimo de la presidencia del señor Temer. En el fondo, lo que le están cobrando al Presidente Solís Rivera es que se juntara, aunque fuera por unos segundos, con la “chusma” totalitario-dictatorial de corte comunistoide y del izquierdismo progresista imperante en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, según la visión de la matriz político-mediática vigente mencionada en el primer párrafo de este comentario.
La policía del pensamiento así lo ha posicionado en el imaginario colectivo-costarricense, sin posibilidad alguna de neutralizar o equilibrar una percepción ciudadana acerca de lo que ha venido ocurriendo en los últimos años en la región latinoamericana, la más desigual del mundo, por cierto; más allá de los posicionamientos ideológicos de cada cual sobre lo que ha venido aconteciendo en cada uno de esos países mencionados.
Por otra parte, las diversas corrientes del pensamiento progresista latinoamericano de la actualidad vienen planteado que estamos enfrentando un nuevo estilo de golpes de Estado en nuestra región, considerando que la destitución de la ahora expresidenta brasileña Dilma Rousseff, tiene grandes similitudes con las destituciones de Manuel Zelaya Rosales, en Honduras, el 28 de junio de 2009; y de Fernando Lugo Méndez, en Paraguay, el 22 de junio de 2012.
Este nuevo estilo golpista combina elementos como la presión que ejercen los conglomerados mediáticos de gran poder, transformados en partidos políticos de facto al servicio de las ideas neoliberales; juntándose con elementos ideologizados en importantes posiciones judiciales, así como con potentados de negocios con capital incrementado al máximo producto de los procesos económicos de concentración de riqueza, por ejemplo.
Se anuncia para próximos días que la opereta política montada por la policía del pensamiento dada la gran ofensa al honor del señor Michel Temer continuará en la Asamblea Legislativa, con la interpelación al canciller de la República, el Ministro de Relaciones Exteriores, don Manuel González Sanz, a fin de que explique el desaguisado presidencial tico; y de paso que desde el parlamento costarricense ofrecerle una disculpa al señor de Brasil.
¿Qué habría pasado si el delito ideológico del Presidente Solís Rivera hubiera sido con premeditación y alevosía políticas, o sea, cometiéndolo desde el mismo momento en que el señor Temer asumió, ilegítimamente, el cargo presidencial brasileño?
¿A lo mejor, desde las trincheras político-mediáticas del totalitarismo ideológico del capital neoliberal, sus agentes de la policía del pensamiento le abrían abierto un “impeachment” a la tica?