Una cosa tengo clara: la disputa entre los taxistas formales (fuerza roja) y Uber, es un asunto que pasa por un tema de legalidad y de atención política. Así las cosas, ese “pleito” es entre tres: taxistas, Uber y el Gobierno. Por lo sucedido en la manifestación de taxistas, todo parece indicar que el ganador de momento es el Gobierno el cual, al menos por un día, consigue que la sociedad olvide sus constantes desaciertos.
Como todos sabemos, en nuestro país se realizan diversas marchas, todas dicen ser pacíficas, invocándose el derecho a la manifestación. Es así como vemos marchas por los derechos de los animales, por los derechos de la población LGBT, marchas de grupos religiosos, de ambientalistas, de estudiantes, de trabajadores, de los que están a favor y de los que están en contra. Todos consideran que el derecho les asiste.
En efecto, la manifestación es un derecho. Lo que no está contemplado como tal y, por lo tanto, resulta en contrario sensu ilegal, es el bloqueo de vías, el exhibicionismo (escenas de corte sexual), y todo aquello que irrespete el derecho ajeno y/o el orden constitucional.
Lamentablemente en esta situación (pleito entre tres), aparece en escena un actor que se presenta por mandato, por orden superior, por ser el “apaga incendios”. Estos llegan ante la incapacidad política para resolver conflictos y ante la intolerancia de unos y otros. Nos referimos por supuesto a la Fuerza Pública, el brazo fuerte del Estado, nuestra policía civilista constitucionalmente llamada al resguardo de la soberanía, el orden público y las demás competencias que la ley le confiere.
Si se hace un análisis legal de la situación, evidentemente los taxistas llevan razón, la llevan en el sentido de que la competencia es desleal, por cuanto la transnacional Uber, no estaría pagando pólizas, impuestos, cargas sociales, etcétera. Pareciera ser que Uber se aprovecha de un vacío legal para operar al margen de la ley. Este tema debería ser resuelto por el Gobierno y por los entes competentes, sobre todo siendo nuestro país un Estado de Derecho. No obstante, los señores de la Fuerza Roja deben reflexionar, deben hacerlo en lo siguiente: Brindar servicio así sea un trayecto corto, usar lenguaje respetuoso con sus clientes, no alterar la maría y vestir de buena forma, entre algunos aspectos elementales. Evidentemente, estas no son situaciones de mayoría en el gremio; sin embargo, es lo que queda en la impresión de la gente y esto negativo es utilizado maliciosamente, en contra de todos.
Volviendo al caso de la Fuerza Pública, un día odiada y otro día amada, según sean las circunstancias, los intereses y los beneficiados, se convierte finalmente en la que impone la autoridad, misma está en la obligación de actuar e intervenir cuando las circunstancias así lo exigen.
Si partimos de esa premisa, la Fuerza Pública debería ser una de las instituciones mejor dotadas, mejor acondicionadas, y mejor pagadas como parte de los trabajadores del sector público. Pero eso no es así. ¿Por qué no es así? ¿Será acaso porque contrario a los demás sectores, tenemos prohibición de hacer huelga o manifestaciones, al menos estando uniformados?
¿No les parece que los trabajadores de la Fuerza Pública y de los demás cuerpos policiales merecen mejores condiciones, edificaciones dignas, jornadas de trabajo justas que les permita la posibilidad de socializar, de estudiar, de hacer deporte, de compartir en familia? Es justa por ello nuestra causa, es válido nuestro reclamo constante a las autoridades ministeriales, que muchas veces le dan tratamiento cual “desecho” a funcionarios que luego de darlo todo en un cumplimiento, vieron reducida su capacidad física.
Es válido por lo antes descrito, nuestro reclamo de equidad en jornadas de trabajo, de trato justo en los procesos disciplinarios, porque vemos como se firma fácilmente el despido de compañeros que, en cumplimiento de su deber, o en acatamiento de una orden superior, resultan acusados de abuso de autoridad. Volviendo ese policía a su condición de civil, expuesto a las venganzas de las personas que por alguna razón hubiese intervenido, y ni qué decir de la delincuencia.
Por eso, reitero: ¿qué será de ustedes, los gobernantes, el día que los policías se cansen de ser su “trapito” de dominguear, de ser los que apagan los “incendios” que ustedes provocan?; ese día desearan habernos escuchado…