Todos los estudios disponibles, provenientes de fuentes independientes, coinciden en un punto: es una reforma diseñada a la medida de los intereses económicos más poderosos y concentrados. Más de cuatro quintos del total de recorte de impuestos irán al 1% más rico. Para el 0,1% de los más ricos la reducción promedio es del orden de $1,3 millones al año. Para los sectores medios de $260 y para los más pobres de $50. El contraste es realmente insultante. La eliminación del impuesto sobre las herencias, por ejemplo, le ahorrará a la familia Trump unos $564 millones. Entretanto el déficit fiscal crecerá en unos $160.000 millones al año, lo que se sumará a la astronómica deuda pública estadounidense.
Trump no contribuye así a que Estados Unidos sea “great again”. Esto tan solo suma al recuento, al parecer infinito, de estupideces que ese sujeto promueve, y que claramente apuntan hacia un mundo más violento y dividido, como hacia el aceleramiento de la decadencia económica, ideológica y geopolítica de Estados Unidos.
Trump y el partido Republicano dicen que esta reforma estimulará la inversión productiva y, con ello, el crecimiento y el empleo. Todo lo cual redundará finalmente en un menor déficit fiscal (según lo que propone un adefesio teórico llamado “curva de Laffer”). En los últimos 35 años Estados Unidos ha podido comprobar la falsedad de tales presunciones, lo mismo con las reformas tributarias de Ronald Reagan en los ochenta, que con las de Bush hijo a inicios de este siglo. Paradójicamente, el auge de la segunda mitad de los años noventa coincidió con el aumento de impuestos promovido por Bill Clinton.
Por razones entendibles, los especuladores de Wall Street lo han recibido con desbordante entusiasmo, pero cosa muy distinta es que se logre el efecto estimulante que se proclama.
Primero, porque se anticipa que esta reforma irá acompañada de un recorte de los programas sociales, inclusive un considerable achicamiento de la cobertura de salud del “Obamacare”. Solo eso bastará para difuminar buena parte de ese presunto efecto positivo.
Pero sobre todo hay un grave problema sobre el que Trump y su gente mienten (no sé si deliberadamente o por ignorancia): entregar más dinero en manos de los súper-ricos es comprarse 99 números de cien en la rifa del casino y la especulación. No se favorecerá la inversión productiva y sí la especulación bursátil: recomprar las acciones de sus propias empresas para inflar sus precios. Es lo que la propia historia demuestra con largueza, y es el comportamiento típico de las grandes corporaciones, beneficiarias principalísimas de este recorte de impuestos. Baste recordar que el esquema de “estímulos” para los altos ejecutivos de esas empresas está vinculado a las ganancias que le garanticen a sus accionistas, y que la forma más fácil de inflar esas ganancias…es inflar el valor accionario de las empresas. Aunque eso no pase de ser una ilusión mentirosa del tamaño mismo de la especulación de la que surge.
Pero, además, no habrá crecimiento de la inversión productiva porque no hay posibilidades –excepto a cuenta gotas– de que esta reforma estimule el consumo, precisamente porque lo que le llegará a los sectores medios y bajos (si es que les llega algo, sobre lo cual hay dudas fundamentadas) será insignificante. Es que, finalmente, los súper-ricos, con todos sus lujos extravagantes y su ofensiva ostentación, no pueden consumir más de lo que consumen. Solo si los sectores medios y bajos tienen ingresos crecientes, el consumo aumentará, y en un contexto de agudizada y creciente desigualdad social, ese impulso dinamizador se debilita progresiva e inexorablemente. Y mucho más con una modificación tributaria como esta que, claramente, agravará la ya gravísima desigualdad que fractura a los Estados Unidos actuales.
Trump –y todavía más esta reforma– han dado razones para inflar las bolsas de valores. La carrera alcista, que venía de años atrás, en los últimos tiempos se ha disparado espectacularmente. Apostemos que, tarde o temprano, habrá un aterrizaje violentísimo, una vez la burbuja estalle. Ello dará buenas razones para “recordar” a Trump.
Suma esto también a esa carrera hacia el fondo que la hegemonía neoliberal, la trasnacionalización de los capitales y la mundialización financiera han traído consigo. Es decir, la competencia regresiva entre los Estados tratando de ofrecer más y más ventajas tributarias a favor del capital, lo que redunda en crisis fiscal crónica, creciente endeudamiento público, debilitamiento de los sistemas de seguridad social y sociedades cada vez más inequitativas, desequilibradas e inestables. Recordemos que esta reforma trumpeana reduce la tasa de tributación para las corporaciones del 35 al 21%, como, en general, disminuye la tributación para las personas y familias muy ricas.
Los oráculos del neoliberalismo tico ya empiezan a recetar una medicina similar para Costa Rica. Tengamos claro, sin embargo, que lo mismo en aquí que en Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo, esta es una apuesta al desastre. Conforme se profundizan las desigualdades, se agudizan los vaivenes descontrolados de la especulación y las economías pierden dinamismo, también se agrava la violencia y, por desgracia, asimismo tienden a fortalecerse las derechas fascistas e intolerantes.
Lo cierto es que si queremos vivir en un mundo más pacífico y digno, un requisito necesario es contar con sistemas tributarios sólidos, justos, progresivos y racionales.